Dilma Rousseff sabe muy bien lo que cuesta que Washington “ponga en agenda” a la región, a pesar que el mecanismo bilateral entre Estados Unidos y Brasil prevea cuatro reuniones presidenciales y treinta dialogos sectoriales por año. Tal vez sea la mandataria que más esfuerzos ha hecho ante los organismos internacionales en esa dirección. Los sucesos en Crimea, en ese sentido, nos alejan aún más de la agenda de Washington. Tanto a la región como a nuestro país. La inesperada decisión del presidente ruso Vladimir Putin concentra la preocupación estadounidense. Y en los próximos meses, los máximos niveles de decisión multilateral actuarán en consecuencia. Ahí estará el foco de la atención mundial.
Algunos aspectos que hay que entender del caso Crimea resultan muy interesantes. En Crimea, el 90 por ciento de la población son rusos o de origen de familiares rusos. La mayor parte de sus habitantes fueron miembros de las fuerzas armadas rusas. Y, en igual sentido, también son jubilados. América Latina y la Argentina tendrán que esperar una vez más. Nuestro país necesita ser escuchado en Washington por temas vitales como el juicio en los tribunales de Nueva York realizado por los “holdouts”, la relación con el FMI (a la luz, por ejemplo del nuevo IPC del INDeC), y de la maraña que hay que desmontar de juicios en el CIADI, si la negociación con el Club de París que comenzará este año, lograra algunos avances notables.
La reapertura del crédito internacional para la Argentina, público y privado y a tasas razonables, subyace en ese frente externo complejo. No debería ser una preocupación actual del oficialismo sino de todos los argentinos: las autoridades que habitarán en la Casa Rosada a partir de diciembre de 2015 darán cuenta de esta coyuntura. Crimea no es un problema lejano. Crimea es también un problema nuestro. La Unión Europea se apresta a aplicar las sanciones más duras que jamás haya dispuesto desde el final de la denominada guerra fría. Se prohibirán transacciones comerciales y se congelarán cuentas de dirigentes rusos y ucranianos. Y Rusia tiene suspendida hasta aquí su participación en el G8 cuando ocurra la cumbre en junio próximo.
Estados Unidos desconfía de Putin cuando dice que no va a anexar otra región fronteriza rica. Aunque Putin lo prometa una y otra vez, Washington no le cree. En ese sentido hay un doble discurso en ciertos países europeos: no se le cree a los rusos que votaron en Crimea, pero sí le creen a los ingleses que votaron un referéndum similar en las Malvinas, que son argentinas. Poniendo al descubierto la incoherencia de algunas potencias occidentales que en la búsqueda del beneficio propio no vacilan en hipócritamente tener una interpretacion distinta para un mismo tema. Crimea no está lejos entonces de la Argentina. O bien, está tan cerca como nuestras islas Malvinas