El Gobierno no asume ni se hace cargo de que generó el actual caos social. ¿Cristina? Bien, gracias.
Entre sus primeras medidas de emergencia, Néstor Kirchner hizo llover subsidios a la energía y al transporte en el Área Metropolitana por temor a los cacerolazos de clase media que, hace diez años, tenían una gran capacidad de daño político. Discriminó a los ciudadanos del interior del país porque suponía que las cámaras de televisión transmitiendo durante horas las protestas callejeras eran un fuerte embate desestabilizador si tenían los acontecimientos al alcance de la mano.
Hoy, una mueca triste del destino cierra el círculo vicioso y asfixia al Gobierno de su esposa, que corre detrás de los acontecimientos y no atina a encontrar el rumbo perdido. Los videograph de las pantallas son crónicas de la realidad pero parecen comentarios editoriales: alerta roja, diciembre negro. Hay muy pocos antecedentes de una bronca de abajo tan masiva, extendida territorialmente, aideológica y sin conducción unificada. Horrorosos saqueos primero y ahora cortes de calles, avenidas, autopistas y hasta las vías de los ferrocarriles Roca, Sarmiento y Urquiza son un caldo de cultivo para las peores intenciones.
La paciencia de muchos se agotó junto a la credibilidad del gobierno nacional, que no dio la cara ni para un tradicional saludo navideño. Le cuesta a Cristina identificarse con los que sufren, sobre todo si el responsable de ese padecimiento es la ineficacia de su propia gestión. Porque ahora están estallando en las manos del Gobierno las bombas de tiempo que dejaron los funcionarios estrellas como Julio de Vido, Ricardo Jaime y Guillermo Moreno. Ellos diseminaron millones de dólares de subsidios por cuenta y orden del matrimonio Kirchner.
La reacción política tuvo los reflejos de Fernando de la Rúa. Jorge Capitanich amenazó por enésima vez con darle las concesiones eléctricas a la Ciudad y a la Provincia. De Vido se sacó el sayo de encima y repartió responsabilidades a todos menos a ellos mismos, que son los generadores de ese agujero negro. Las únicas palabras de la Presidenta fueron para decir que Carlos Kunkel la quiere mucho pero que no hay ninguna posibilidad de que compita para ningún cargo electivo en el 2015. Kunkel necesita aferrarse a la pollera de Cristina para imaginar aunque sea una módica cuota de poder que evite que varios muchachos K empiecen a desfilar por los tribunales. Allí está, entre otros, Amado Boudou, desaparecido en combate y atacado hasta por el propio Axel Kicillof por sus turbias relaciones con Hernán Lorenzino y el fondo Gramercy.
Capitanich habla pero nadie escucha y Sergio Uribarri bajó su perfil casi hasta la clandestinidad. ¿Quién será, entonces, el candidato cristinista a presidente? Por ahora nadie acusa peso en la balanza. Queda potencial aquella fórmula camporista delirada en las mesas de arena con la consigna: “Mengano al gobierno, Cristina al poder”, como una manera de decir que ella será jefa de Gabinete y la que corte el bacalao si en el 2015 se produce el milagroso triunfo de las listas del Frente para la Victoria.
El peronismo empieza a tomar cada vez más distancia. Amenazan con las “cuasi monedas” y los gobernadores agradecen a Capitanich la refinanciacíon de sus deudas fenomenales, pero fortalecen una liga de pares como red de contención frente al regreso de palabras malditas como “Rodrigazo”, utilizada por un economista del justicialismo como Eduardo Curia. Hay intendentes que miran con más simpatía a Daniel Scioli y a Sergio Massa como figuras taquilleras para el post cristinismo, y la situación económica se va pareciendo peligrosamente a un volcán.
¿Será conciente de dónde está parado Kicillof? ¿Pensará que es un ejercicio para un examen final en la universidad? Porque no se le mueve un pelo de la patilla cuando anuncia acuerdos de impacto cero pese a que es el responsable de atacar algunos males que fueron generados por su propia ineficacia, soberbia y voluntarismo y la de sus antecesores. Por primera vez desde 2008, la inflación que se acerca al 30%, superó los mejores acuerdos salariales, las reservas se fugaron en un 30% (la friolera de 12.500 millones de dólares, récord compartido con Venezuela) y la devaluación que el kirchnerismo produjo en este año mientras acusaba de devaluacionistas al resto de la humanidad, también llegó al 30%. Ni hablar de la inflación de los alimentos, que merodea el 6% mensual, limando la cabeza y la esperanza de los más pobres o la consolidación de los 10 millones de pobres o de los 3 millones con problemas de nutrición que denunció el informe de la Universidad Católica.
Houston, tenemos un problema. Arde la realidad y no es un castigo ideológico al pensamiento de los muchachos. Evo Morales toma créditos a tasas tres veces menores de las que paga Argentina y no le puso retenciones a la soja, paga el precio pleno al productor. Y nadie podrá acusar al presidente boliviano de estar a la derecha de Cristina.
Hay altanería y falta de sentido común. Esa es una mezcla explosiva que apareció con toda su potencia destructora en la superficie en estas últimas semanas. Es el disparador de estos tiempos de cólera. Encima hay un infantilismo ignorante que alimenta el fuego. Una funcionaria bonaerense que celebra que los gorilas de Recoleta se queden sin luz y se siente Rosa Luxemburgo por su gesto combativo. Alberto Samid, el filósofo de las carnicerías que responsabiliza de todo a los argentinos que apenas tienen 100 mil dólares los sacan del país. No piensa que el máximo ejemplo de esa fuga lo dio su líder espiritual, Néstor Kirchner, cuando sacó y no repatrió en forma transparente los tristemente célebres fondos de Santa Cruz, o cuando se descubren las cuentas en Suiza de Lázaro Báez, el nombre del estigma que Cristina jamás se sacará de encima.
Hay ministros que siguen las enseñanzas de su jefa, no hablan ni se muestran. Esa parálisis es peligrosa: una de las definiciones de locura dice que es hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos. Aquellos viejos temores de Néstor reaparecieron como fantasmas entre llamas y cubiertas en las esquinas de casi todos los barrios de la Ciudad y del Conurbano. Y las pantallas dicen dos verdades irrefutables: alerta roja, diciembre negro.
(Nota del Editor: esta columna fue publicada originalmente en la edición del 28/12/2013 del diario Perfil)