Cualquier ciudadano que recorra los grandes centros urbanos del país o los sectores rurales castigados por la falta de trabajo, tiene en claro que existen muchos argentinos viviendo entre la pobreza y la marginalidad. Esta mirada simple, esta convivencia cotidiana con la realidad, alcanza por sí sola para darse cuenta que existen más de 1,7 millones de pobres como señala el gobierno nacional en sus datos oficiales que representan algo así como un 4,5% de la población en situación de pobreza y un 1,5% en la indigencia.
Es curioso que lleguen a estos indicadores sin dar a conocer desde enero el valor real de la canasta básica. Un dato imprescindible para este tipo de mediciones y que no deberían omitir publicar. Por otra parte, cualquier medición privada o de instituciones no gubernamentales abocadas a estos estudios ubican la pobreza entre un 30 al 36% de la población total, lo que significa que, según las mismas, existen en realidad entre 13 y 15 millones de pobres. La diferencia con los datos gubernamentales no son mínimas, no representan unos puntos porcentuales que podrían adjudicarse a los fallos en las mediciones o a los fundamentos utilizados para medirla, estamos hablando de casi 10 veces más.
No podemos dar una discusión seria alrededor del tema de la pobreza con los datos publicados por el gobierno porque sin duda están más cerca de la realidad las otras mediciones. Doy un ejemplo. Pertenezco a una provincia pobre como el Chaco, donde las mediciones oficiales señalan que no existe el desempleo. Suelo recorrerla frecuentemente, hablo con los vecinos, leo las noticias, conozco muy bien los problemas que azotan a los chaqueños, tengo suficientes certezas como para creer semejante mentira. Por todo ello es que siento la obligación de señalar que si hay algo imperdonable en este gobierno, entre tantos desaciertos, corrupción y decisiones que privilegiaron el uso de herramientas públicas para la construcción partidaria en lugar de utilizarlas para encontrar soluciones a las problemáticas sociales, es la voluntad manifiesta de esconder los datos fidedignos sobre pobreza, marginalidad, desempleo, inflación, entre otros, con el único objetivo de obtener un título positivo para algún medio de comunicación afín o para aportar a la construcción del relato mentiroso con el que nos castigan en el inmenso, y millonario, aparato de propaganda oficial.
Cada vez que el INDEC presenta relevamientos con datos sobre la realidad social argentina confirmamos que la manipulación arbitraria de los mismos representan el modo perverso que caracterizó esta década de gobierno kirchnerista identificada en una vocación manifiesta por “dibujar” los indicadores sociales relacionados con los sectores más vulnerables. Esta actitud recurrente nos lleva a pensar que definitivamente al gobierno no le interesan los pobres y se conforma con ocultarlos. Además, porque el uso clientelar que la han dado a las políticas sociales seguramente han redituado políticamente en el oficialismo pero es un accionar absolutamente pernicioso que impide provocar un cambio social. Este proceder es claramente una identificación que adoptan los gobiernos populistas que escogen por atender a los pobres en la pobreza en lugar de trabajar para intentar sacarlos de ella. Esto último sería un dogma para un verdadero gobierno progresista. Algo de lo que el kirchnerismo está cada vez más lejos.
El desafío está abierto y es para todas las fuerzas políticas, debemos entender que el primer paso para solucionar un problema es reconocerlo, si se niega o se oculta no se hace más que agravarlo. Uno de los peores enemigos de los problemas sociales es el tiempo que no se ocupa en resolverlos. Si no se generan con urgencia políticas efectivas de transformación social basadas en el trabajo genuino, en la educación y en el desarrollo de un hábitat saludable y seguro, si se sigue priorizando mirar para otro lado escondiendo la realidad en lugar de intentar modificarla, esa desatención irremediablemente irá llevando a cada familia acuciada por la pobreza coyuntural a una situación de miseria endémica de la que le costará mucho más salir. Entre otras cosas, porque fueron las primeras víctimas de la mentira oficial.