Las cosas por su nombre

Hace pocos días, más precisamente el 3 de diciembre, fue el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. Y esta fecha, instituida por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el año 1992, me parece una buena ocasión para reflexionar sobre algunas palabras que aluden a deficiencias mentales y que lamentablemente son usadas como insultos.

Por ejemplo, la semana pasada, el ministro de seguridad bonaerense Alejandro Granados tildó de “tarado” al comisario inspector que fue perseguido por ocho patrulleros en Isidro Casanova durante cinco kilómetros, luego de eludir un control vehicular y cruzar todos los semáforos en rojo.

Hace exactamente un año, el mismo ministro cometía otro exabrupto al llamar “pedazo de mogólico” a un militante que le gritó durante un acto en Ezeiza, “devuelvan lo que robaron”. Y no fue el único. En 2012, José Pablo Feinmann calificó a cierto sector del peronismo como “peronismo mogólico”, hecho que le valió la denuncia ante el INADI de otro filósofo, José Luis Resente, padre de un chico discapacitado.

Podría agregar muchos ejemplos más, pero alcanza con el de Alfredo Piano, titular del Banco Piano, que en agosto de este año, llamó a Obama y luego al juez Thomas Griesa, “mogólico”; o incluso el de la misma presidenta, que al exhibir el nuevo billete de 100 $ con el rostro de Eva Perón declaró: “Llama mucho la atención la premura, la rapidez cuando se trata de condenar al Estado, como si el Estado fuera ‘mongo’. Cuando el Estado no es ‘mongo’, argentinos; el Estado somos todos nosotros”.

La farándula también ostenta su ejemplario: Mariana Nannis declaró en 2012 que lo que la había enamorado de su marido, el exjugador de fútbol Claudio Caniggia, era que “era diferente de los otros mogólicos que conocía”; y Aníbal Pachano le dijo a Echarri, que no fuera “mogo de pensamiento”, aludiendo a la adscripción K del actor.

Pero el hecho más desopilante ocurrió en octubre de este año, en el Concejo Deliberante, durante un homenaje a Francisco Bedini, organizador de la campaña “Hablemos del Síndrome de Down” y padre de una hija con esta discapacidad. Aunque parezca increíble, esta fue la oportunidad que eligió el concejal del partido justicialista Eduardo Serrano para gritarle “mogólico” al viceintendente de la ciudad Marcelo Cossar porque no le cedía la palabra durante el acto. 

Como todos sabemos, “mogólico”, “mongo” o “mogo” son derivaciones del término “mongólico” con el que el John Langdon Haydon Down describió alrededor del año 1860 el parecido de algunos rasgos faciales que provoca esta alteración cromosómica con el de los mongoles. Como es lógico, en 1965 la Organización Mundial de la Salud confirmó el cambio de nombre por el de Síndrome de Down.

Pero quizás lo que la gente joven no sepa es que en la década del 70, en un uso algo parecido al del actual “boludo”, el término “mogólico” estaba generalizado entre los chicos, que no percibíamos para nada su carácter discriminatorio, del mismo modo que los adolescentes que hoy en día usan “boludo”, tampoco piensan en alguien con bolas grandes. Pero el tiempo ha pasado y la palabra “mogólico” ha caído por suerte en desuso. Y es esa la razón por la que resulta impactante e inadmisible volver a escucharla en la actualidad como un insulto.

Habría que pensar entonces en llamar a las cosas por su nombre y encontrar un término más adecuado para reemplazar al de “mogo de pensamiento” para referirse a una persona que tiene una postura política diferente a la nuestra; o bien, poder explicar con más detalle qué quiere decir que un Estado es “mongo”. Lo mismo se aplica para el término “tarado” con el que el ministro Granados calificó la actitud equívoca y patotera del comisario que la semana pasado eludió un control policial, porque aparentemente no le cayó bien que intentaran pararlo para pedirle su identificación. Y si bien tildarlo de “maldita policía” como circuló por algunos medios, es inconsistente –ya que no puede juzgarse a una institución por una sola persona– convendría utilizar un calificativo que sin discriminar, diera cuenta legítimamente de la vil sinvergüenzada del comisario bonaerense.