El 2 de Abril nos sumerge, necesariamente, en la evocación de quienes dieron su vida en defensa de los intereses nacionales en Malvinas. Es bueno que así sea, ya que el debido recuerdo es la mínima de nuestras obligaciones para con ellos. Pero ¿se agotan nuestros deberes en la recordación piadosa y las arengas de circunstancias? ¿No merece su memoria un compromiso mayor de nuestra parte?
Después de 1982, la recuperación de las Malvinas se tornó aún más difícil, hundiendo a la opinión pública argentina en una suerte de paralizante sopor peligrosamente cercano a la resignación. En ese clima, toda intención de honrar esa memoria aparece anestesiada, como todavía más lejana, más probable de quedarse en las buenas intenciones.
El argentino medio ya ha entendido que la solución no solo será trabajosa sino muy, muy larga, y se encuentra sabiamente preparado para entender que ya nadie puede prometerle la recuperación de las Islas en cuatro años, tampoco en ocho, ni en dieciséis, ni en bastante más. Sensata comprobación que lo lleva a la certeza de que eso no ocurrirá si no hacemos, al menos, dos cosas.
La primera, crecer como Estado en la región y en el mundo. Volver a estar entre los diez PBI per cápita más altos del planeta y reconstruir una red de alianzas que Gran Bretaña no pueda seguir ignorando. Si hoy tuviéramos el PBI y el peso de Brasil en el mundo, este conflicto estaría muy probablemente solucionado.
Y la segunda, generar internamente una política de estado sobre Malvinas que perdure en el tiempo y no se cambie aunque cambien los gobiernos.
Nuestros dirigentes debieran convocar a sus expertos, estudiar las diversas posibilidades y abrir un debate sin exclusiones para poder construir acuerdos básicos que la opinión pública vaya legitimando como una política de Estado. Tal como acaban de hacer los principales partidos políticos mexicanos, nada menos que en medio de la campaña electoral -que es cuando normalmente más se hostilizan- nuestra clase política debiera pronunciar menos arengas patrióticas y acordar que el de Malvinas sea un tema excluido de la lucha partidaria y electoral, para pasar a trabajarse, al mismo tiempo, en la serenidad de los ámbitos académicos y el dinamismo de los debates públicos libres de anteojeras de facción.
La razón más profunda por la que somos un país en grave y ya demasiado larga decadencia radica, precisamente, en nuestra incapacidad para llegar a acuerdos y mantenerlos en el tiempo, como desde hace décadas vienen haciendo, cerca de nosotros, Brasil, Chile o Uruguay. Así nació, por ejemplo, el Mercosur, la política exterior más importante de la Argentina en el siglo XX y no por casualidad hoy moribundo, dado que no somos un país subdesarrollado sino subgobernado.
A nuestros dirigentes no se les pide que ofrenden su vida como hicieron aquellos héroes. Lo que se espera de ellos es mucho menos sacrificado pero que parece costarles un esfuerzo que no están en voluntad de concretar: la postergación de sus debates banderizos en beneficio del interés general.
La solución de Malvinas vendrá dentro de muchos años, cuando volvamos a ser fuertes afuera y unidos adentro. Tendríamos que trabajarlo durante años para que los beneficios recaigan en la siguiente generación, tal vez incluso en otra más. Construir ahora para beneficio de quienes todavía no nacieron fue la conducta de nuestros mayores que generaron la posterior grandeza argentina. Pero para ello se necesita que volvamos a ser gobernados por estadistas.