El mundo, igual que todos los argentinos, esperaba -y seguirá esperando, ya como un exigente reclamo- tomar conocimiento público de las denuncias del fiscal Nisman. Nisman ya no está, pero la clave sigue siendo que no desaparezcan las trescientas grabaciones cuya existencia denunció.
Si no aparecen, la opinión pública mundial terminará confirmando la sospecha más generalizada que hay sobre nosotros prácticamente en todo el planeta: llevamos una década degradando la maravillosa promesa de democracia nacida en 1983, en dirección a un régimen donde muertes como esta pasen a tomarse como plausibles.
En tal sentido, el sector de donde aparentemente se originaron las grabaciones, el que corresponde a una de las tantas internas salvajes del Gobierno, en este caso la interna de Inteligencia, que es el sector del señor Stiusso, hace unos meses sufrió otra baja violenta, con la muerte a balazos, en el baño de su propia casa, del “Lauchón” Viale, operador muy cercano de Stiusso, a manos de una partida del grupo policial Halcón. En Argentina, la violencia ya ha dejado de ser una hipótesis para convertirse en algo real, cuasi cotidiano, donde alrededor de la AMIA se siguen produciendo muertes.
Atentados como los de AMIA (Lockerbie, Torres Gemelas, subterráneos en Londres, Atocha en España, recientemente Charlie Hebdo en París) fueron debidamente resueltos, en varios casos en cuestión de días. Al revés, entre nosotros, el mundo lleva veinte años observando cómo no solo no avanzamos casi nada en la investigación sino que, además, las denuncias de Nisman pusieron en evidencia que la investigación, que debiera ser exclusivamente judicial, se encontraba repugnantemente penetrada por intervenciones absolutamente inaceptables del Poder Ejecutivo, de tanta toxicidad que la convirtieron en otro ámbito, otro más, de pujas internas entre sectores del Gobierno, con funcionarios de inteligencia enfrentados con sus superiores institucionales y con tal grado de profundidad que desemboca directamente en muertes violentas de algunos protagonistas, hasta ahora todos opuestos al oficialismo.
Hace años que el prestigio de la Argentina como un país con respeto a la ley y las instituciones viene degradándose de manera vergonzosa. La muerte de Nisman suma otro luctuoso eslabón a ese desprestigio, que se agravará todavía más si las grabaciones no aparecen y, sobre todo, si la opinión pública no reacciona de manera suficiente, como ya hizo en el caso del fiscal Campagnoli, a quien esa misma opinión pública seguramente confiaría la investigación de la muerte de Nisman y vería con buenos ojos que él, o alguien como él, lo reemplazara en la investigación de la causa AMIA.