Para leer a Hernán Brienza

Muy buenas noticias. Después de un largo tiempo (¿o será que hacía mucho que no lo leíamos?) Hernán Brienza ha vuelto a incursionar en la teoría social, esta vez para tomar posición en el ya famoso debate acerca de la sociología del conocimiento en el contexto de la discusión acerca del Niño Maravilla Kirchnerista.

Ciertamente, el disparador de la respuesta de Brienza fueron los comentarios de Lanata sobre el Niño Maravilla. Pero no nos confundamos. Si hubiese aparecido un niño deseando ser como, v.g., Marcos Aguinis y dicha aparición hubiese sido criticada por el multimedios oficialista, Brienza habría respondido de la misma manera: “Quiero dejar bien claro algo: Muchachos, se trata de un chico de once años, ¿se entiende bien? Once Años. No terminó el primario”. Irónicamente, Lanata dijo exactamente lo mismo (el problema es la edad, no la opinión), aunque Brienza no lo recuerda.

Sea como fuere, ya que “se trata de un chico de once años, ¿se entiende bien? Once Años. No terminó el primario”, cuáles son sus opiniones políticas es irrelevante. De ahí que no tiene sentido hacer de él un caballito de batalla y por supuesto tampoco tiene sentido criticarlo, sean cuales fueran sus opiniones políticas. Sí tiene sentido discutir qué se hace políticamente con los niños. Hasta acá, estamos totalmente de acuerdo con Brienza.

Lo que más llama la atención es uno de los argumentos que subyace a la nota de Brienza: “Un párrafo aparte se merece el argumento estúpido y estupidizante del adoctrinamiento. Todo chico de once años es adoctrinado. (…). La supuesta cantinela del ‘libre pensamiento’ también es una forma de adoctrinamiento. (…). Desde que nacemos, a través de los mandatos familiares, de la educación pública o privada, a través de los medios de comunicación, los dibujitos animados –como bien explicó en 1972 Ariel Dorfman en Para leer al Pato Donald–, la religión, la ideología de los padres”. Brienza, sin embargo, extiende su crítica desde la más tierna infancia al caso de los adultos: “es imposible un verdadero pensamiento en libertad. Todos estamos atravesados por sentidos, ideas, doctrinas, influencias y procesos de lavado de cabeza”.

¿Sugiere entonces Brienza que, dado que todos estamos adoctrinados, quienes fueron adoctrinados para cometer delitos de lesa humanidad lo harán (otro tanto con ser enemigos del pueblo), quienes fueron adoctrinados para no cometerlos, no lo harán, y entonces no tiene sentido realizar reproche alguno, sino solamente cabe indagar, de pura curiosidad, cómo es que fue adoctrinado el autor? Después de todo, quienes reprochan la comisión de delitos de lesa humanidad, según Brienza, solamente lo hacen porque fueron adoctrinados para reprochar, y no porque haya algo malo en los delitos de lesa humanidad con anterioridad a todo adoctrinamiento que provoca precisamente el reproche.

Pero entonces ¿Brienza sugiere entonces que él mismo es kirchnerista porque lo adoctrinaron o le lavaron la cabeza? Nótese que no es tan descabellada la idea, porque hasta no hace mucho escribía notas en contra de quien con el tiempo se convirtiera en entrevistador oficial. En tal caso, ¿por qué criticar a quien expuesto “a un bombardeo constante el liberalismo a través de los medios de comunicación y la educación de la sociedad neocapitalista”, es precisamente un cerdo capitalista a raíz de eso? Ni siquiera podríamos decir que la culpa no es el chancho sino del que le da de comer, porque según Brienza el adoctrinamiento necesariamente no excluye a quien alimenta al cerdo siquiera, y el que adoctrina ha sido tan adoctrinado como todo nuevo adoctrinado. En cuanto a que “quien reconoce su propio adoctrinamiento es más libre, en términos existenciales, que aquel que se considera libre de doctrinas o ideologismos”, ¿qué sentido tiene ser más libre que otro si la libertad no existe?

Párrafo aparte merece también la preferencia de Brienza por el “el hombre político” en oposición al “hombre libre” (dicho sea de paso, ¿esta preferencia de Brienza se debe a un adoctrinamiento, o es la de Brienza porque él la considera correcta, y no al revés?). En efecto, mientras que “El imaginario social del liberalismo considera como ‘hombre libre’ al individuo capacitado para llevar adelante una vida en soledad, con un alto nivel de consumo tecnológico, cultural y suntuario” (vale aclarar que Brienza parece olvidar el énfasis puesto por la Presidenta en el consumo, particularmente, v.g., cuando inaugura una fábrica de lavarropas, y que la Presidenta ha declarado en público su debilidad por Netflix), el “hombre político” de Brienza “se realiza, en cambio, en comunidad”, “cuando se relaciona con otros, cuando le escapa e intenta romper el mandato ‘individual-consumista’ que le impone el liberalismo capitalista”.

Ahora bien, es absurdo creer que la preocupación principista por la comunidad es por definición mejor que todo individualismo auto-interesado. Si los nazis hubiesen sido auto-interesados indiferentes jamás hubiesen llevado a cabo un genocidio en medio de una guerra mundial, como bien nos lo recuerda Hannah Arendt. De hecho, fue el principismo colectivista nazi lo que particularmente despertó el horror y la curiosidad de Arendt.

Irónicamente, Brienza comete el mismo error que Marcos Aguinis, quien supone que el principismo altruista de la Hitlerjugend es por definición superior a cualquier auto-interés . Además, insistimos, el capitalismo liberal podrá tener serios problemas, pero Brienza mismo reconocerá que no todo capitalismo liberal o “empresa de capital monopólico y concentrado” es malvada. El capitalismo liberal de las empresas mineras, Netflix, Chevron, Telefónica, quizás el de Soros, etc., está bien. El problema es el capitalismo monopólico y concentrado que es a la vez enemigo del pueblo. Por suerte hay gente como Brienza que nos indica cuál es cuál o quién es quién en el mundo capitalista e impide que de otro modo caigamos en una muy natural, aunque letal, confusión.

El artículo apareció originalmente en el blog de Andrés Rosler, La Causa de Catón

Hacia la democratización neuronal

Hasta ahora, la lucha en defensa de la democracia nacional y popular se había concentrado en dos muy poderosos enemigos: el Grupo Clarín y los buitres. Sin embargo, del último discurso de la Presidenta de la República, en ocasión del nuevo convenio con la televisión oficial rusa, se infiere que un factor inesperado se resiste a la marcha del proyecto nacional y popular: las neuronas, al menos las argentinas. En las palabras de nuestra Presidenta, “las neuronas de todos y cada uno de los argentinos” necesitan ser democratizadas.

Ahora bien, parece haber al menos dos grandes dificultades que deben ser tenidas en cuenta si queremos que este proceso de democratización neuronal tenga éxito.

En primer lugar, pensemos en los problemas conceptuales de este nuevo proyecto. No se trata de subestimar el hecho de que enemigos internos como Clarín y externos como los buitres (sin mencionar al Gobierno de EE.UU. y al incipiente ISIS) hayan tenido acceso a nuestras neuronas. El problema es que los supuestos guardianes de las libertades republicanas pondrán el grito en el cielo debido al carácter interno, por no decir personalísimo, de las neuronas y exigirán seguramente por razones constitucionales que nuestras neuronas no estén expuestas a la autoridad de los magistrados.

En segundo lugar, la dificultad más grave que quizás deba enfrentar el proyecto neuro-democratizante es que la idea misma de tener que nacionalizar y popularizar a las neuronas es muy extraña, por no decir redundante. En efecto, según la neurociencia, el cerebro ha sido diseñado para razonar de manera tribal, i.e. para razonar en términos de la lógica amigo-enemigo y anteponer siempre el “nosotros” (i.e. la nación) a “ellos” (i.e. el resto del mundo), debido a que en el estado de naturaleza originario todo extraño o extranjero era por definición un enemigo, particularmente en términos genéticos, en la despiadada lucha por recursos somático-reproductivos, antes que, por ejemplo, un vecino que se acercaba para pedir una silla extra porque tenía invitados en casa.En otras palabras, el razonamiento nacional y popular ha sido seleccionado por o para nuestro cerebro debido a motivos puramente evolutivos, por eso es que muchos consideran al nacionalismo como una atavismo, y a pesar de ello la Presidenta detecta cierta resistencia neuro-vernácula a lo que la evolución misma ha determinado.

Es digno de ser destacado que si bien la neurociencia había hecho grandes adelantos en el campo de la explicación del comportamiento moral, en especial la manera en que el altruismo supera al egoísmo porque la moralidad facilita la cooperación (la cual a su vez facilita la supervivencia tribal), antes del anuncio presidencial y hasta donde sabemos, la neurociencia no había hecho grandes avances en el campo de la neuro-política, qué decir de la neuro-democracia, con la posible excepción de una muy breve escena de “Todos dicen te quiero”, el musical de Woody Allen.

En defensa de la democratización neuronal habría que decir que la evolución no pudo haber previsto la perversa fusión que tiene lugar en nuestro país entre interior y exterior, la cual ha permitido que no pocos argentinos poco argentinos (para parafrasear al Senador Pichetto) se convirtieran en enemigos internos, i.e. enemigos del pueblo y de la Nación. De hecho, los buitres internos se asemejan mucho a ciertas hemorroides que, en la gráfica terminología de Jorge Corona, no son ni internas ni externas sino medio pupilas, ya que entran y salen cuando quieren. Además, si Clarín pudo llegar hasta nuestro cerebro, ¿por qué no podría llegar el Estado también? Si las neuronas no deben quedar expuestas a la autoridad de los magistrados, tampoco deberían quedar expuestas a las corporaciones.Finalmente, quizás la democratización cerebral se logre acompañando a la nueva Ley de Medios Audiovisuales con un programa de mejoramiento de la neurotransmisión democrática, como por ejemplo un programa de oxitocina para todos y todas, la hormona responsable en nuestros cerebros por la confianza y la cooperación. Sin duda, sería el mejor legado al que podría aspirar un Gobierno democrático.

Kirchnerismo de pura cepa

En una nota publicada el fin de semana en Tiempo Argentino bajo el ingenioso título de “Cuestiones Máximas”, Hernán Brienza plantea buenas y malas, o en todo caso, preocupantes noticias. Empecemos por las segundas, como le gustaba a Don Corleone, y luego vayamos por las primeras.

Es ciertamente preocupante que, a falta de un líder, el pueblo kirchnerista (expresión probablemente redundante aunque nuestra) siga siendo “una masa desorganizada y desunida” a pesar de la existencia de agrupaciones tales como “Unidos y Organizados”. Además, nos parece un arma de doble filo sostener, como lo hace Brienza, que “con todo el aparato mediático en su contra, con los principales grupos de presión, representantes de las elites dominantes, (el kirchnerismo) ha logrado, a casi 12 años de gobierno mantener cautivado a un gran porcentaje de la población”. En efecto, a la luz de semejante hecho, ¿qué sentido tiene empezar y terminar todas nuestras oraciones con una referencia al poder de los medios opositores? La respuesta, en realidad, quizás sea obvia: los medios opositores seguirán haciendo daño mientras haya gente que no sea kirchnerista.

En cuanto a las buenas noticias, es altamente loable que Brienza se esfuerce por alcanzar un punto de convergencia factible para todos los argentinos, para no decir para toda la Humanidad, o seres capaces de ser persuadidos razonablemente. Hay que reconocer que no es la primera vez que lo hace, ya que en su momento Brienza había proclamado urbi et orbi que, palabras más, palabras menos, “no nos merecemos al kirchnerismo”.

En efecto, es para alcanzar este consenso superpuesto que suponemos Brienza se formula dos preguntas. La primera es: “¿por qué los medios de comunicación de la oposición” primero maximizaron el discurso de Máximo para luego minimizarlo, “intentando de cualquier manera contrarrestar los posibles efectos positivos que pudiera haber generado el hecho político… más interesante de los últimos meses?”.

Con su habitual modestia y precisión, Brienza sostiene que la “respuesta es sencilla”. Se debe a que “todavía el kirchnerismo tiene la capacidad de mover el amperímetro en el mapa del poder local, hacia adentro y hacia afuera de las filas propias”. En verdad, nos guste o no, seamos oficialistas u opositores, Brienza tiene razón. Seguimos hablando del kirchnerismo, el cual probablemente sea un fenómeno político inolvidable. De hecho, ya hay bastantes calles, hospitales, rutas, escuelas, becas, cátedras, centros culturales y vaya uno a saber cuántas cosas más destinadas a tal efecto.

La segunda gran pregunta que se hace Brienza en aras de obtener un consenso superpuesto es: “¿por qué otro Kirchner?”. Brienza es consciente de que hay “claramente, un problema. ¿Hasta dónde es transmisible esa confianza política depositada en Néstor y Cristina?”. Y Brienza triunfa donde fracasaron insignes intelectuales. En efecto, su silogismo es arrollador:

(A) Tenemos fe en todo lo que hace Cristina.
(B) Cristina designa a Máximo como sucesor.
ergo
(C) Tenemos fe en Máximo.

Por si alguien todavía dudara de la validez de este silogismo, e incluso del valor de verdad de (A), Brienza incursiona nuevamente en la ontología kirchnerista, proponiendo una verdadera oferta que no podemos razonablemente rechazar: “Máximo viene, de alguna manera, a funcionar como ‘garantía de calidad kirchnerista’. No se sabe, en términos públicos, si tiene o no condiciones para la política. (…). Pero hay algo que es indudable: es kirchnerista de pura cepa –sepa disculpar el lector la ironía del lenguaje–”. Estamos tan de acuerdo con esta afirmación de Brienza que hasta hemos contemplado consultar con nuestro Departamento de Asuntos Legales (o “Legales” como lo llamamos habitualmente) para averiguar si no se trata de un plagio, o quizás de un caso de espionaje en nuestros archivos, con lo cual esta buena noticia no deja de tener cierto sabor amargo para nosotros.

En efecto, nunca estuvimos tan de acuerdo con Brienza. ¿Quién en su sano juicio podría dudar de que Máximo Kirchner sea “garantía de calidad kirchnerista”, un “kirchnerista de pura cepa”? De hecho, se trata de un material destinado a convertirse en proverbio: “Ser más kirchnerista que Máximo” puede hacer empalidecer al muy actual “Ser más papista que el Papa”. En cuanto a que para ser kirchnerista de pura cepa o de calidad no hace falta tener condiciones para la política, cierto kirchnerismo podría mostrarse reticente a compartir esta creencia de Brienza. Por lo demás, las mismas consideraciones sobre plagio o espionaje se aplican a la otra gran ironía de Brienza: Máximo es “como cualquier hijo de vecino”.

Tranquiliza saber entonces que no predicamos en el desierto y que está lejos de ser quijotesca la búsqueda de consensos políticos basados en la razonabilidad, y quizás en la tautología. Como ya habíamos dicho alguna vez, a veces lo que más cuesta es el primer paso, tal como comentó Madame Du Deffand al escuchar la historia del santo patrón de París el cual luego de haber sido decapitado recogió su cabeza y se puso a recorrer varios kilómetros de París con la cabeza bajo el brazo.

El artículo apareció originalmente en el blog de Andrés Rosler, La causa de Catón