La debilidad institucional de la Argentina obedece a muchas razones, pero entendiendo que el concepto de cualquier institución es el de una idea viva, es ineludible subrayar la miseria intelectual del país. El intelecto agónico de la Patria está bajo un orwelliano proceso de desmemoria. Como parte de ello la posibilidad del pensar quedó seriamente mutilada desde que, marcando un hito de la cobardía intelectual, la UBA apagó su antorcha impidiendo estudiar a condenados y procesados por delitos de lesa humanidad. “Una clara expresión política”, se ufanó el rector Rubén Hallú, sin dimensionar las consecuencias intelectuales de la proscripción: la UBA teme que pocos individuos privados de su libertad puedan ser sostenedores de un “discurso negacionista” que habría de postular en su propio seno la pretendida legitimidad de delitos masivos. Esta claudicación ética demuestra que el pensamiento dentro de la UBA ha quedado cercenado bajo parámetros de estricto no cuestionamiento.
Y evidencia que la gravedad del déficit de la intelectualidad política en la Argentina es mucho peor que la infección parasitaria de Carta Abierta, porque los que desde el relato justifican al gobierno, aunque obvios, no son menos nocivos que quienes pregonando desde el multimedios del progresismo avalan los olvidos de la desmemoria selectiva. Todos ellos, al fin de cuentas, llaman “poeta” a Juan Gelman, miembro y apologista de la organización terrorista Montoneros.
Con la complacencia de esa intelligentzia, pudo el kirchnerismo -un fraude en sí mismo- concentrar poder hasta jaquear a la República. Aquí la obra de George Orwell cobra didáctica actualidad. Primero por tratarse de un intelectual honesto, ejemplo de compromiso con la libertad. Segundo porque explicar el kirchnerismo con dos libros publicados en 1945 (Rebelión en la granja) y 1949 (1984), echa por tierra la pretensión oficialista de ser algo nuevo. Y tercero, porque permite estigmatizar al kirchnerismo como “gobierno cerdo”.
Tan así, que la sátira swiftiana de los intelectuales que logra Orwell en 1984 le cabe como descripción al método de Carta Abierta. El doblepensar de Ricardo Forster y compañía se desnuda en Los justos. Ese panfleto, que bien podría ser un escrito del cerdo Squealer para justificar la leche, las manzanas, la cerveza o cualquier otro privilegio apropiado por los cerdos, reconoce que ven peligro en el habla, porque si usan la expresión “cloacas del lenguaje” es que hay una parte del idioma que se les hace fea, fétida, y no por giros estilísticos, sino por contener pensamientos contrarios al oficialismo. Según ellos el gobierno no es solamente el partido que controla el Estado, es la política misma, y todo el que no comulga es enemigo de la política, de la democracia, de lo justo, entonces minimizan la corrupción gubernamental por suponer una corrupción mayor en el capitalismo. Para ir del doblepensar a la neolengua, podando el idioma de palabras hasta que el pensamiento no deba intervenir en el habla, sólo se necesita dar rienda suelta a esa obsecuencia, confiar que, igual al cerdo Napoleón o al Gran Hermano, Cristina eterna nunca se equivoca.
Vale una elemental reflexión: el poder cuando comienza a ejercerse por el poder mismo, desprovisto de finalidad, no acepta más posibilidad que ser absoluto, total. El desvío de los corruptos consiste en servirse del poder, pero es de trámite, si avanzan demasiado entran en un pasillo sin otra salida que la dictadura totalitaria. Del gobierno cerdo a 1984 hay una distancia menor a la que nos gustaría creer.
El desafío de la intelectualidad política es saltar la trampa entre el relato y el monopolio. Implica tener presente la valentía de Orwell, asumiendo que un intelectual deja de serlo cuando censura su capacidad crítica inclinándose ante la corrección impuesta. Más allá de todo canto de sirena, nuestro Himno Nacional nos dice quienes fuimos, quienes somos y quienes debemos ser. Si olvidamos su mandato seremos apenas un montón de parias sobre el territorio que alguna vez supo, y quiso seguir siendo, la República Argentina. Por eso señalo que el imperativo de la hora consiste en dar la batalla cultural a favor de la Libertad y en contra del olvido y la mentira, asumiendo las glorias y las miserias de nuestra historia, para madurar el carácter de la Nación, en pos de lograr una verdadera democracia republicana; porque ese, y no otro, es el destino de la Nación Argentina.