Resistencia de derecha

Característica saliente de la Era ProgresoiKa, que aún transitamos, es que tanto la comunicación social como los parámetros de la corrección política son establecidos a partir del diccionario escrito por la izquierda. Falencia en parte de quienes somos de Derecha porque cedimos espacio, pero también efecto inercial de la guerra fría, ya que las tareas de infiltración de la intelectualidad comunista no cesaron con el desplome de la Unión Soviética. Continuaron activas bajo la órbita cubana, aprovechando las vulnerabilidades de toda sociedad libre y confiando que las contradicciones del peronismo finalmente les dieran una chance de acceso al poder. Con la llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia, la izquierda creyó asir al fin esa oportunidad cuando, acompañando el alza en el precio de la soja, la hipocresía argentina dejó hacer al kirchnerismo. Mientras Kirchner gozaba su incontenible éxtasis por las cajas fuertes, la izquierda recibía prebendas a cambio de proporcionar al progresismo la distracción cultural signada por el paradigma de los derechos humanos.

Los progres, variante tibia de la zurda, a distancia que torna pintoresca la dictadura castrista defienden la supuesta dignidad de la “revolución”, pero sin dejar de ser entusiastas consumidores de bienes y marcas capitalistas. Gatas floras que no desconectan celulares por nada del mundo, ni quisieran volver a ENTEL aunque renieguen y despotriquen contra las privatizaciones de los 90’. Esa tilinguería, hipócrita y veleta, acompañó de buena gana el carnaval del muerto y la viuda sin preocuparse porque pudiera ser el entierro de la República.

Que la apetencia hegemónica haya puesto al stalinismo kirchnerista en pie de guerra con el grupo Clarín, usina grande del progresismo argentino, no significó blanqueamiento alguno de intenciones, sólo negocios. En ese duelo de carmelitos calzados, que usan por espadas sus pinochescas narices, cada verdad es un tajo que sangra, como siempre ocurre cuando pelean dos que supieron antes de besos y abrazos.

No han sido tiempos fáciles para atreverse a decir “soy de derecha”. El kirchnerismo, la izquierda y el progresismo se disputan la prevalencia dentro de una hegemonía comunicacional que efectivamente ostentan. Pocos espacios hemos podido sostener los que escribimos por Derecha, pero ese panorama adverso no hizo más que templarnos el ánimo.

Baluarte de nuestra resistencia, por mérito propio, es sin ningún lugar a dudas el doctor Nicolás Márquez. Sus libros testimonian claramente la firmeza y valentía para cargar la pesada mochila de las convicciones durante el kirchnerismo: “La otra parte de la verdad” (2004), “La mentira oficial. El setentismo como política de Estado” (2006), “El Vietnam argentino. La guerrilla marxista en Tucumán” (2008), “El canalla, la verdadera historia del Che Guevara” (2009) y “Chávez, de Bolívar al narcoterrorismo” (2010).

Al ejemplo de Nicolás surgió otra pluma aún más joven, y en 2010, con tan sólo 21 años, Agustín Laje Arrigoni dejó claro, en “Los mitos setentistas. Mentiras fundamentales sobre la década del 70”, que la historia no iba a cerrarse para nuevas generaciones a conveniencia de la izquierda y el progresismo.

A dos plumas, Nicolás Márquez y Agustín Laje han publicado ahora un libro de lectura imprescindible para marcar el final de época del kirchnerismo: Cuando el relato es una FARSA. La respuesta a la mentira kirchnerista. La Derecha recibe con beneplácito este libro, que tiene cuerpo y alma de pelea, un as de espadas ideal para tirarlo sobre la mesa del debate poniendo blanco sobre negro que el kirchnerismo es un fraude en sí mismo.

Sin modestia, he de presumir que esperaba este libro; porque si el kirchnerismo hizo de la tragedia una farsa, teníamos que responder en dos movimientos. Primero desenmascarar sus mentiras, como bien hacen Nicolás y Agustín. Segundo dar el paso hacia la comedia: hay que reírse de lo que el kirchnerismo pretendió hacer pasar por sacro, reto que asumo con mi novela, escrita en tono de sátira política y humor negro: “N.N. Y LOS DEL FALCON VERDE”, a la que se accede libre y gratuitamente desde el blog La Pluma de la Derecha.

Esta novela no presume de ser políticamente incorrecta, sencillamente lo es. Pero sólo por ahora, mientras el diccionario venga por zurda y la hipocresía generalizada de los argentinos siga dando comodidad a una intelectualidad cobarde. Mañana será otro día, otro país, otro mundo.

El intelecto agónico de la patria

La debilidad institucional de la Argentina obedece a muchas razones, pero entendiendo que el concepto de cualquier institución es el de una idea viva, es ineludible subrayar la miseria intelectual del país. El intelecto agónico de la Patria está bajo un orwelliano proceso de desmemoria. Como parte de ello la posibilidad del pensar quedó seriamente mutilada desde que, marcando un hito de la cobardía intelectual, la UBA apagó su antorcha impidiendo estudiar a condenados y procesados por delitos de lesa humanidad. “Una clara expresión política”, se ufanó el rector Rubén Hallú, sin dimensionar las consecuencias intelectuales de la proscripción: la UBA teme que pocos individuos privados de su libertad puedan ser sostenedores de un “discurso negacionista” que habría de postular en su propio seno la pretendida legitimidad de delitos masivos. Esta claudicación ética demuestra que el pensamiento dentro de la UBA ha quedado cercenado bajo parámetros de estricto no cuestionamiento.

Y evidencia que la gravedad del déficit de la intelectualidad política en la Argentina es mucho peor que la infección parasitaria de Carta Abierta, porque los que desde el relato justifican al gobierno, aunque obvios, no son menos nocivos que quienes pregonando desde el multimedios del progresismo avalan los olvidos de la desmemoria selectiva. Todos ellos, al fin de cuentas, llaman “poeta” a Juan Gelman, miembro y apologista de la organización terrorista Montoneros.

Con la complacencia de esa intelligentzia, pudo el kirchnerismo -un fraude en sí mismo- concentrar poder hasta jaquear a la República. Aquí la obra de George Orwell cobra didáctica actualidad. Primero por tratarse de un intelectual honesto, ejemplo de compromiso con la libertad. Segundo porque explicar el kirchnerismo con dos libros publicados en 1945 (Rebelión en la granja) y 1949 (1984), echa por tierra la pretensión oficialista de ser algo nuevo. Y tercero, porque permite estigmatizar al kirchnerismo como “gobierno cerdo”.

Tan así, que la sátira swiftiana de los intelectuales que logra Orwell en 1984 le cabe como descripción al método de Carta Abierta. El doblepensar de Ricardo Forster y compañía se desnuda en Los justos. Ese panfleto, que bien podría ser un escrito del cerdo Squealer para justificar la leche, las manzanas, la cerveza o cualquier otro privilegio apropiado por los cerdos, reconoce que ven peligro en el habla, porque si usan la expresión “cloacas del lenguaje” es que hay una parte del idioma que se les hace fea, fétida, y no por giros estilísticos, sino por contener pensamientos contrarios al oficialismo. Según ellos el gobierno no es solamente el partido que controla el Estado, es la política misma, y todo el que no comulga es enemigo de la política, de la democracia, de lo justo, entonces minimizan la corrupción gubernamental por suponer una corrupción mayor en el capitalismo. Para ir del doblepensar a la neolengua, podando el idioma de palabras hasta que el pensamiento no deba intervenir en el habla, sólo se necesita dar rienda suelta a esa obsecuencia, confiar que, igual al cerdo Napoleón o al Gran Hermano, Cristina eterna nunca se equivoca.

Vale una elemental reflexión: el poder cuando comienza a ejercerse por el poder mismo, desprovisto de finalidad, no acepta más posibilidad que ser absoluto, total. El desvío de los corruptos consiste en servirse del poder, pero es de trámite, si avanzan demasiado entran en un pasillo sin otra salida que la dictadura totalitaria. Del gobierno cerdo a 1984 hay una distancia menor a la que nos gustaría creer.

El desafío de la intelectualidad política es saltar la trampa entre el relato y el monopolio. Implica tener presente la valentía de Orwell, asumiendo que un intelectual deja de serlo cuando censura su capacidad crítica inclinándose ante la corrección impuesta. Más allá de todo canto de sirena, nuestro Himno Nacional nos dice quienes fuimos, quienes somos y quienes debemos ser. Si olvidamos su mandato seremos apenas un montón de parias sobre el territorio que alguna vez supo, y quiso seguir siendo, la República Argentina. Por eso señalo que el imperativo de la hora consiste en dar la batalla cultural a favor de la Libertad y en contra del olvido y la mentira, asumiendo las glorias y las miserias de nuestra historia, para madurar el carácter de la Nación, en pos de lograr una verdadera democracia republicana; porque ese, y no otro, es el destino de la Nación Argentina.