Raúl Castro ha desatado una desesperada ofensiva sobre Washington. Cree que en ello se juega el destino de la revolución. Le preocupa intensamente que la catástrofe venezolana acabe por eliminar o reducir drásticamente el subsidio que recibe Cuba.
La situación es apremiante. Raúl tiene 83 años y se siente abrumado. Se ha comprometido a dejar el poder en el 2018. Para entonces habrá gobernado inútilmente durante 12 años. Ya sabe que su reforma económica no funciona. Aumenta exponencialmente el número de balseros y desertores. Nadie tiene ilusiones con sus “lineamientos”. La consigna es huir.
Cada día que pasa las auditorías que le presenta su hijo Alejandro le confirman que el magro aparato productivo estatal está en manos de tipos corruptos, incompetentes e indolentes. (En realidad el sistema los moldea de esa manera, pero todavía Raúl no lo admite). Continuar leyendo