Tres consecuencias de la crisis brasileña

Dilma Rousseff afirma que le dieron un golpe de Estado. No es verdad. Le aplicaron la Constitución con saña política, pero dentro de los márgenes de la ley. Los poderes Legislativo y Judicial la desalojaron de la Casa de Gobierno mientras se lleva a cabo un proceso de impeachment. En 1992, con la entusiasta ayuda del Partido de los Trabajadores (PT, el de la señora Rousseff), fue expulsado el presidente Fernando Collor de Melo por el mismo procedimiento. El que a impeachment mata a impeachment muere.

La salida de Dilma tiene (al menos) tres tremendas consecuencias políticas y sociales.

En el plano internacional, se descabeza el loco proyecto del socialismo del siglo XXI. Aunque Brasil no formaba parte del núcleo duro (Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua), el godfather de esa banda era el profesor marxista Marco Aurélio Garcia, fundador y arquitecto del Foro de San Pablo, amigo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, gran consejero de Lula da Silva y de Dilma Rousseff, hombre muy cercano a los servicios cubanos de inteligencia. Ello ocurre en el peor momento para la corriente populista en América Latina, hoy en caída libre. Continuar leyendo

El síndrome populista

¿A qué nos referimos cuando calificamos de populista a un político o a un Gobierno? ¿Cómo es posible colocar en el mismo saco a Donald Trump, a Bernie Sanders (¿por qué no?) y a Nicolás Maduro? Dios los cría, los diablos de la derecha y de la izquierda los separan, pero el populismo los junta.

Muy sencillo: procediendo como se hace en medicina. Calificamos de ‘síndrome’ a ciertos síntomas coincidentes. No sabemos exactamente qué causa la enfermedad, pero el médico conoce, en líneas generales, cómo se comporta. Cuando están presentes uno o varios de los síntomas, declara la existencia del mal en el paciente y procede a tratarlo.

¿Cuáles son esos síntomas del síndrome populista o neopopulista? Hemos identificado 15. Basta con que estén presentes varios de ellos para proceder a diagnosticar como populista a cualquier persona o Gobierno que los exhiba.

Anotemos, esos quince rasgos: Continuar leyendo

Es la incoherencia, estúpido

Barack Obama viajará a Cuba. Su visita es más importante que la de los papas. Obama es la persona más popular en Cuba. En la isla, después de cincuenta y ocho años de comunismo, no quedan muchos católicos, y apenas hay marxistas, pero existen millones de personas delirantemente pronorteamericanas.

¿Servirá la visita de Barack Obama para acortar la vida de la dictadura? Los cubanos no lo creen y continúan huyendo del país por cualquier vía. Obama, a estas alturas, tampoco lo cree. Ha advertido que nadie debe hacerse ilusiones con el régimen castrista. Es una dinastía militar tercamente estalinista. A lo mejor, dentro de muchos años, el comercio ablanda al régimen y, poco a poco, surgen vestigios de democracia, pero no hay la menor garantía de que eso suceda. Casi todos los ejemplos demuestran lo contrario.

La Constitución especifica que el comunismo es irreversible y que el país está condenado a la dirección eterna del Partido Comunista. Se lo acaba de reiterar Granma al presidente Obama en un editorial terminante. Seguramente, el próximo congreso del partido, anunciado para mediados de abril, ratificará ese rumbo siniestro.

El sistema no tiene cura. Es como el que nace bobo, enano o cabezón. No existen los ex bobos o los ex enanos, y no se conoce la existencia de ex cabezones. Así serán hasta que mueran. Han abierto un mínimo espacio económico, pero muy vigilado y sin otro objeto que apoyar al capitalismo militar de Estado diseñado por Fidel y Raúl Castro. Continuar leyendo

La corrupción y sus tres enormes daños

México y corrupción son dos palabras que siempre van “de pipí cogido”, como dicen con picardía los colombianos.

La corrupción en Venezuela es mayor, y la de Argentina no anda muy lejos, según Transparencia Internacional, pero, a juzgar por lo que acontece en Chile, Brasil y Cuba, parece un mal endémico hispanoamericano. El continente, con pocas excepciones, es una pocilga.

En todo caso, el gobierno mexicano quiere acabar con la corrupción. Ya era hora. ¿Es eso posible? ¿Cuándo comenzó? Te lo dicen, riendo, tan pronto pones un pie en el país.

Los conquistadores españoles torturaban a Cuauhtémoc, el cacique azteca, para que revelara dónde escondía el oro:

-Dime, maldito indio, dónde está el oro –gritaba el torturador, por medio del intérprete, mientras le quemaba las manos y los pies al aguerrido príncipe.

-He dicho cuarenta veces que está enterrado a 50 pasos de la pirámide, debajo de la palmera –gritaba Cuauhtémoc retorciéndose de dolor.

-Dice que no sabe, y que si lo supiera no lo diría nunca –tradujo el intérprete afilándose secretamente los dientes.

Allí empezó todo. Muy al principio. La confusión entre lo público y lo privado está en el ADN de América Latina y en el de las tres cuartas partes del planeta. A Hernán Cortés le dieron los tributos de 20,000 indios como recompensa por la conquista de México. Luego se los quitaron y el fiero capitán acabó en Europa, pobre y malhumorado, sin poder olvidar el olor a chamusquina de la carne quemada.

Algunos cínicos o pragmáticos –a veces es lo mismo– sostienen que la corrupción es una forma lateral de distribución de la riqueza y aumento de los ingresos, encaminada a estabilizar la sociedad por medio de una trama de intereses y complicidades.

No lo creo. Los daños que provoca la corrupción sin castigo suelen ser devastadores. Anotemos tres dentro de una lista infinitamente mayor.

Primero, pudre la premisa esencial del Estado de Derecho desmintiendo el principio de que todos están sujetos a la autoridad de la ley. Si el político o el funcionario roban impunemente, o reciben coimas por otorgar favores, ¿por qué el ciudadano común va a pagar impuestos? ¿Qué le impide mentir o hacer trampas?

La ley establece que es delito vender cocaína y también apoderarse de los bienes públicos. ¿Por qué no vender cocaína si otros desfalcan impunemente el tesoro nacional? ¿Por qué no asaltar un banco? ¿Qué diferencia moral hay entre robarles a todos o robarle a una empresa o a una persona específicamente?

Segundo, adultera y encarece todo el proceso económico. La economía de mercado está basada en la libre competencia. Se presume que los bienes y servicios compiten en precio y calidad. Es el consumidor final el que decide cuál empresa pierde o gana. Cuando un político o un funcionario favorecen a una empresa a cambio de una comisión, esta operación non sancta fuerza al consumidor a seleccionar una opción peor y más cara, dado que el costo de la corrupción se agrega a los precios. Por otra parte, la corrupción elimina los incentivos para innovar y mejorar la calidad de lo ofertado, mientras reduce notablemente la productividad, que es la base del crecimiento. ¿Para qué ser más productivos y bajar los costos si tenemos a una clientela cautiva? ¿Para qué diseñar un auto nuevo y mejor si el cliente está obligado a comprar el de siempre? A veces son las propias empresas las que distorsionan el mercado pactando entre ellas para aumentar los precios. Esa es otra forma grave de corrupción.

Tercero, destroza la estructura ideal de la meritocracia a que debe aspirar toda sociedad sana. Debilita la pasión por estudiar y frena el impulso de los emprendedores. En las sociedades corruptas prevalecen las conexiones personales. “El que tiene padrinos se bautiza”. Ésa es la consigna general. Los vínculos son más importante que el esfuerzo por competir en un mercado abierto y libre. ¿Qué sentido tiene quemarse las pestañas estudiando cuando, para enriquecerse, basta pasarle un sobre bajo la mesa a un funcionario corrupto? ¿Para qué sudar y penar en el esfuerzo por crear una empresa exitosa, si para lograr el triunfo económico basta una combinación entre las relaciones personales y la falta de escrúpulos?

No hay duda: la corrupción acaba con el sistema político, el económico y con los valores morales. Pregúntenles a los españoles que hoy transitan por ese calle oscura e incierta. Por supuesto que la corrupción es una tendencia presente en nuestra especie. Eso se sabe, pero no es una buena excusa. O la combatimos y la derrotamos o nos devora. Así de simple.

Índice y decálogo de los países desdichados

Bloomberg Business reveló recientemente que Venezuela es el país más “miserable” del mundo. La traducción es demasiado literal. En español sería más apropiado decir que es el más “desdichado”.

La aseveración de Bloomberg surge de la aplicación de una simple fórmula acuñada hace más de medio siglo por el economista norteamericano Arthur Okun: se suman el nivel de desempleo y el índice de precios. Con esos elementos se compila el “Misery Index”.

Venezuela, en efecto, tiene la inflación más alta del planeta, lo que se refleja en el índice de precios, pero su nivel de desempleo es bajo: menos de un 7%, aunque la mayor parte de los puestos de trabajo han surgido en el sector público, dado que miles de empresas han debido cerrar sus puertas por las desquiciadas medidas antieconómicas del gobierno chavista.

El segundo país en ese “Índice de Desdicha” es Argentina. A una escala menor, el gran país sudamericano también es víctima de una altísima inflación. Nada nuevo bajo el sol. Lleva décadas de intermitentes malos gobiernos. Como el bandoneón que tanto gusta en aquellos parajes, se expande o contrae frecuentemente. Ahora está en una fase aguda de contracción.

La inflación y el desempleo son dos flagelos que explican la desgracia de una sociedad, pero no son suficientes. Yo agregaría otros ocho factores para construir el decálogo de las desdichas capitales.

El desabastecimiento sería el tercero. Pasarse la vida en una fila esperando para poder comprar algo es una maldición que suele materializarse en los países socialistas de economía centralizada y controles de precios. Los venezolanos ya han descubierto el horror de pelearse a puñetazos por comprar unos pollos o tres rollos de papel higiénico.

El cuarto sería el porcentaje de delitos. Es espantoso vivir con la guardia en alto, encerrado en la propia casa, sometido a un virtual toque de queda porque tan pronto se pone el sol los ladrones, asesinos y violadores salen a cometer sus fechorías. Según el International Crime Index, que computa una docena de graves violaciones de la ley, Venezuela es el segundo país del planeta en número de delitos (84.07). El peor es Sudán del Sur (85.32), un país recién estrenado en medio de una guerra civil. Más de 50 se considera una sociedad peligrosa. Singapur, la menos peligrosa: 17.59.

El quinto es el nivel de corrupción de la administración pública. Como se trata de delitos ocultos, hay que confiar en la opinión general de la gente. La institución dedicada a medir estas percepciones es Transparencia Internacional. De acuerdo con ella, Venezuela es una pocilga. Es el 160 de 175 países escrutados. El peor, con mucho, de Hispanoamérica.

El sexto es la protección y la calidad de la justicia. Si cuando usted tiembla, llama a la policía para que lo proteja, es una buena señal. Si cuando la policía se acerca, usted tiembla, la situación es muy grave. A la labor de los agentes del orden se agrega la existencia de leyes razonables, jueces justos, procesos rápidos y cero impunidad.

El séptimo es la movilidad social. La posibilidad real de mejorar la calidad de vida por medio del esfuerzo propio. No hay situación más triste que saber que, hagas lo que hagas, tu vida seguirá siendo pobre, y lo más probable es que mañana será peor que hoy.

El octavo es el PIB per cápita. Es decir, la suma del valor de los bienes y servicios producidos por una sociedad durante un año. Se podrá alegar que la repartición es desigual, pero hay una evidente correlación entre el PIB per cápita y la calidad de vida. Como regla general, los 20 países con mayor PIB per cápita del mundo son los que encabezan el Índice de Desarrollo Humano que publica la ONU.

El noveno elemento es la libertad. Aunque no se menciona, los países menos libres, aquellos en los que la camarilla del poder toma todas las decisiones, aporta todas las ideas e impone sus dogmas por la fuerza, son los más pobres y los menos dichosos.

El décimo, por último, es la cantidad de emigrantes. No hay síntoma más elocuente del fracaso de una sociedad que el porcentaje de gente que tiene que escapar de ella para sobrevivir. Mientras más educada es la emigración –como sucede con la venezolana—más evidente es el desastre. Cuando emigran los emprendedores, los ingenieros, los médicos, las personas que teóricamente pudieran labrarse un buen porvenir en la patria en que nacieron, es la señal de que estamos ante sociedades fallidas.

Hay que compilar ese índice. Cruzar esas variables sería muy útil.

¿Quiénes son los idiotas?

Buenos Aires. ¿Quién ha dicho que hay una crisis inusual en Argentina? Es la misma de siempre. Gasto público excesivo, corrupción galopante, Estado prebendario, clientelismo, incumplimiento de las obligaciones, capitalismo de compadreo, inflación, desabastecimiento, cambio negro de dólares (que aquí, no sé por qué, se llama dólar blue y se prohíbe, pero se tolera, como sucede con la prostitución). El oficial está a 8. El blue, a 15. El pronóstico es que aumentará ese diferencial en la medida en que se prolongue la incertidumbre y se vaya instalando el pánico.

¿Por qué, cada cierto tiempo, como si fuera una extraña maldición recurrente, Argentina, pese a su legendaria riqueza natural, se precipita en el caos? Quienes conocemos América Latina palmo a palmo sabemos que la concentración de talento en este país es la mayor de la región. Son los latinoamericanos mejor educados y más informados. Tuvieron casi ochenta años espléndidos, de 1853 a 1930, período en el que crearon una mayoritaria y asombrosamente resistente clase media. No obstante, con altibajos, el país, que fue una de las naciones más prósperas del planeta, comenzó lentamente a involucionar. Continuar leyendo