Acaso el único concepto de la cultura rusa que seducía a Ronald Reagan era ese viejo proverbio: “Confía, pero verifica”. El presidente norteamericano no se hacía demasiadas ilusiones con la naturaleza humana. La disposición a engañar, hacer trampa o aprovecharnos de la indefensión del otro es una triste constante en la historia de nuestra especie.
Acabamos de verlo en el fraude cometido por el fabricante de automóviles Volkswagen. Sus ingenieros crearon un inteligente programa de computadora para burlar las disposiciones oficiales norteamericanas de protección del medioambiente. Algunos de sus autos contaminaban hasta 40 veces más de lo permitido. No les importaba envenenar la atmósfera con tal de ganar más dinero.
Pero la historia universal de la infamia posee mil ejemplos: desde el gigante Enron, que maquillaba sus libros de contabilidad, hasta la despreciable anécdota del laboratorio Turing, cuyo principal accionista es un joven inescrupuloso llamado Martin Shkreli.
El personaje compró los derechos de una medicina contra la toxoplasmosis, una enfermedad parasitaria que puede ser letal, transmitida a los humanos por las heces de los gatos, especialmente devastadora en los enfermos de sida, porque carecen de mecanismos defensivos naturales. Poco después multiplicó 55 veces el costo de las pastillas: de 13,50 a 750 dólares, lo que impidió que muchos enfermos pudieran curarse. Continuar leyendo