Le toca a la democracia salvar a los Reyes

Francisco Franco murió en 1975, seguro de que el futuro de España estaba “atado y bien atado”. Nunca he creído la hipótesis de que el Caudillo preparó una transición post mórtem hacia la democracia. Franco era un hombre de orden y cuartel, melancólicamente convencido de que los “demonios familiares” del separatismo y la anarquía inevitablemente conducirían a los españoles a la catástrofe, a menos que una mano dura lo evitara.

Afortunadamente, Juan Carlos, el joven Borbón seleccionado, educado y designado por Franco para continuar su régimen autoritario al frente del Estado, tenía una idea diferente de España. Sabía que sólo podía o valía la pena reinar en una nación democrática en la que la Corona estuviera subordinada a la Constitución y al Parlamento, como era la norma en el norte de Europa occidental.

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La psicopatología de los censores

N. de E.: Reproducimos aquí el discurso brindado por Carlos Alberto Montaner ante la Sociedad Interamericana de Prensa (Miami) el pasado 30 de noviembre y que llevara como subtítulo “Radiografía latinoamericana: la libertad de prensa y la democracia”.

En memoria de Agustín Alles, buen periodista y buen amigo

En foros como éste, generalmente, y es una labor muy útil, se suele hacer una descripción detallada de cuáles son los peligros que acechan a la libertad de prensa, quiénes son sus más encarnizados enemigos y cuáles son las deplorables acciones que realizan.

No obstante, voy a acercarme al fenómeno desde una perspectiva diferente: ¿por qué sucede? Es decir ¿por qué hay gobernantes que requieren del aplauso absoluto de la sociedad?  ¿Por qué hay personas que necesitan silenciar a sus opositores y construir un mundo irreal de apoyos, como aquellas “aldeas Potemkin” que se construían en Crimea para persuadir a la implacable zarina y a quienes visitaban a Rusia de que en el enorme país se vivía una realidad espléndida y próspera? ¿Por qué estos gobernantes dedican enormes recursos a la innoble tarea de edificar sociedades corales que repitan mecánicamente el discurso oficial? Y con el objeto de lograr esa conducta de los asustados ciudadanos, convertidos en súbditos obedientes, ¿están dispuestos a crear estados policíacos dedicados a vigilar y confirmar que todos suscriban las mismas ideas y a castigar a los que se desvíen del guión obligatorio? ¿Por qué el gobierno de Cuba, y en menor escala (todavía) los de Venezuela y Nicaragua, impiden las manifestaciones de los opositores y las enfrentan con actos de repudio orquestadas por la policía política para acallar las voces de protesta, como si la unanimidad fuera un comportamiento normal, cuando sucede exactamente lo contrario?

¿Por qué se presentan los actos de repudio, esos pogromos modernos, como si fueran expresiones espontáneas de la sociedad ofendida por los disidentes, cuando todo el mundo sabe que se trata de manifestaciones de odio organizadas y dirigidas por el grupo dominante para aplastar o silenciar la inconformidad de ciertas personas y, de alguna manera, para ratificar el supuesto apoyo mayoritario que tienen el líder supremo y su gobierno? ¿Por qué hay gobernantes que necesitan tener razón siempre, y, cuando no la tienen, ocultan la realidad, deforman los hechos y convierten la divulgación de la información que los contradice en un delito de lesa patria? ¿Quién puede creer en la neurótica uniformidad de Corea del Norte? ¿No se ha visto, tras la caída de todas las dictaduras, las de derecha e izquierda, que esos regímenes monolíticos, empeñados en mostrar panoramas sociales y políticos uniformes, son pura coreografía dirigida por los comisarios políticos? En definitiva: ¿por qué ocurre este comportamiento anómalo?

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