El síndrome populista

¿A qué nos referimos cuando calificamos de populista a un político o a un Gobierno? ¿Cómo es posible colocar en el mismo saco a Donald Trump, a Bernie Sanders (¿por qué no?) y a Nicolás Maduro? Dios los cría, los diablos de la derecha y de la izquierda los separan, pero el populismo los junta.

Muy sencillo: procediendo como se hace en medicina. Calificamos de ‘síndrome’ a ciertos síntomas coincidentes. No sabemos exactamente qué causa la enfermedad, pero el médico conoce, en líneas generales, cómo se comporta. Cuando están presentes uno o varios de los síntomas, declara la existencia del mal en el paciente y procede a tratarlo.

¿Cuáles son esos síntomas del síndrome populista o neopopulista? Hemos identificado 15. Basta con que estén presentes varios de ellos para proceder a diagnosticar como populista a cualquier persona o Gobierno que los exhiba.

Anotemos, esos quince rasgos: Continuar leyendo

El tamaño sí importa

No piense mal. Me refiero al Estado. Este es un debate que sacude al planeta.

El tamaño del Estado, por supuesto, importa mucho, pero lo realmente vital es la calidad (como en lo otro, lector malpensado). Lo esencial es cómo, en qué, por qué y quiénes se gastan los recursos que se les entregan, y no a cuánto ascienden.

El argumento supuestamente objetivo para recomendar o condenar un modelo u otro de Estado, suele establecerse contrastando su gasto público con el PIB o valor de toda la riqueza creada por el país a lo largo de un año.

Los defensores del gasto público alto generalmente se acogen al ejemplo escandinavo. El estado finlandés consume un 53.7 del PIB, el danés el 55.9, el sueco el 51.4 y el noruego el 56.8. Y no cabe la menor duda de que esa zona es quizás la más rica y mejor administrada del planeta. La más apacible, civilizada y equitativa.

En cambio, los partidarios del gasto público reducido le imputan la extraordinaria vitalidad de Suiza a que sólo dedica al Estado el 33.7%. Pero más impresionante aún son Hong Kong, un 21. 2, Estados Unidos, un 17, y Singapur un reducido 15.4. (Todos estos datos, son oficiales y los tomo del CIA World Factbook porque adapta las cifras a los precios de consumo o PPP).

Naturalmente, a los efectos de alcanzar prosperidad colectiva es muy importante la proporción de riqueza que se le entrega al Estado por medio de los impuestos para dedicarla a los gastos comunes, pero mucho más trascendente que ese dato objetivo son la calidad de las instituciones y las reglas, los valores que prevalecen en el grupo y el comportamiento de los servidores públicos, o sea, el capital intangible del Estado.

En general, los países desarrollados, y entre ellos los escandinavos, aparecen entre los más honorables (Transparencia Internacional), los mejor educados (Índice de Desarrollo Humano), y los que poseen un clima más hospitalario para hacer negocio (Doing Business Index del Banco Mundial).

Pero eso también puede afirmarse de Suiza, Hong Kong, Estados Unidos y Singapur. Entre uno y otro grupo hay grandes diferencias en la proporción del gasto público, pero notables similitudes en la forma en que crean la riqueza y abordan el servicio al Estado.

Aunque sea incómodo, hay que admitirlo: las sociedades que cuentan con los valores, conocimientos y creencias adecuados generan de manera espontánea funcionarios dotados de actitudes positivas, Estados eficientes y administradores comprometidos con el bienestar general que proponen y ejecutan mejores medidas de gobierno.

Esto es vital entenderlo, aunque conduzca a cierta melancólica conclusión: los políticos y servidores públicos no son mejores o peores que el conjunto de la sociedad de donde surgen. Si entre ellos abundan los bribones o, por el contrario, las personas voluntaria y conscientemente subordinadas a la ley que actúan decentemente, es porque ésas son las raíces generales de la tribu a la que pertenecen.

Hago esta observación porque escuché en España, recientemente, a tenor de los escándalos que sacuden al país, que todos los dirigentes de los partidos políticos, sindicatos y empresarios, a la izquierda y a la derecha, son “chorizos” (delincuentes).

No es así. El asunto tal vez es más grave. Desgraciadamente, aunque en el país hay mucha gente honorable, un alto porcentaje de la sociedad española ignora la ley y trata de violar las reglas, como también sucede en Italia, en Grecia y en otras cien naciones. De esos polvos provienen estos lodos. Es un problema del conjunto de la sociedad, no de unos pocos individuos.

Me temo que en casi toda América Latina es aún peor. El capitalismo que existe es el del compadreo y el pago de “comisiones”. Muchos políticos, electos o designados, roban a manos llenas. Los votantes son estómagos agradecidos. Los enchufados que cobran y apenas trabajan son legión. Hay países en los que la burocracia pone trabas sólo para provocar coimas. El robo, el peculado y la malversación son la norma y a la mayor parte de la sociedad no parece importarle. ¿Para qué seguir?

Esta observación nos lleva de la mano a formular una especie de triste regla general: es contraproducente, incluso suicida, entregarles una parte sustancial del trabajo de la sociedad a Estados en los que predominen la irresponsabilidad, el clientelismo, la imprevisión, el nepotismo, los gastos caprichosos, las personas mal formadas, ladronas, mentirosas, poco rigurosas y carentes de un verdadero espíritu de servicio.

Baltasar Gracián lo hubiera formulado de esta manera: si el Estado es malo, es preferible que sea pequeño. Si es bueno, en cambio, podemos discutir el monto apropiado de los impuestos. Una persona responsable no le entrega una navaja a un mono borracho.

¿Quiénes son los idiotas?

Buenos Aires. ¿Quién ha dicho que hay una crisis inusual en Argentina? Es la misma de siempre. Gasto público excesivo, corrupción galopante, Estado prebendario, clientelismo, incumplimiento de las obligaciones, capitalismo de compadreo, inflación, desabastecimiento, cambio negro de dólares (que aquí, no sé por qué, se llama dólar blue y se prohíbe, pero se tolera, como sucede con la prostitución). El oficial está a 8. El blue, a 15. El pronóstico es que aumentará ese diferencial en la medida en que se prolongue la incertidumbre y se vaya instalando el pánico.

¿Por qué, cada cierto tiempo, como si fuera una extraña maldición recurrente, Argentina, pese a su legendaria riqueza natural, se precipita en el caos? Quienes conocemos América Latina palmo a palmo sabemos que la concentración de talento en este país es la mayor de la región. Son los latinoamericanos mejor educados y más informados. Tuvieron casi ochenta años espléndidos, de 1853 a 1930, período en el que crearon una mayoritaria y asombrosamente resistente clase media. No obstante, con altibajos, el país, que fue una de las naciones más prósperas del planeta, comenzó lentamente a involucionar. Continuar leyendo

Chile: ¿para qué imitar a Venezuela cuando se puede emular a Suiza?

La presidente chilena Michelle Bachelet quiere reducir la desigualdad. Me sospecho que se refiere a la desigualdad de resultados, que es la que mide el coeficiente Gini. Pero es posible que en su afán nivelador acabe desplumando a la gallina de los huevos de oro.

Corrado Gini fue un brillante estadístico italiano de principios del siglo XX, fascista en su juventud, quien, fiel a sus orígenes ideológicos, propenso a estabular a las personas en estamentos, dividió a la sociedad en quintiles y midió los niveles de ingresos que percibía cada 20%.

En su fórmula matemática, cero correspondía a una sociedad en la que todos recibían la misma renta, y cien a aquella en la que una persona acaparaba la totalidad de los ingresos. De su índice se colegía que las sociedades más justas eran las que se acercaban a O, y las más injustas, las que se aproximaban a 100.

Como suelen decir los brasileros, Gini tenía razón, pero poca, y la poca que tenía no servía de nada. Chile, de acuerdo con el Banco Mundial, tiene 52.1 de desigualdad (mejor que Brasil, Colombia y Panamá, por cierto), mientras Etiopía, la India y Mali andan por el 33. Es difícil creer que estos tres países son más justos que Chile.

Es verdad que los países escandinavos, los mejor organizados y ricos del planeta, se mueven en una franja entre 20 y 30, pero Kenya exhibe un honroso 29 que sólo demuestra que la poca riqueza que produce está menos mal repartida que la que muestra Sudáfrica con 63.1, uno de los peores guarismos del mundo.

Es una lástima que, pese a su experiencia como jefe de gobierno, la señora Bachelet no haya advertido que su país logró ponerse a la cabeza de América Latina, y consiguió reducir la pobreza de un 45% a un 13%, no repartiendo, sino creando riqueza.

Cuando la señora Bachelet examina a las sociedades escandinavas observa que hay en ellas un alto nivel de riqueza e igualdad junto a una tasa impositiva cercana al 50% del PIB y supone, equivocadamente, que los tres datos se encadenan. Incurre en un non sequitur.

Sencillamente, no es cierto. La riqueza escandinava, como la de cualquier sociedad, se debe a la laboriosidad y la creatividad de todos los trabajadores dentro de las empresas, desde el presidente hasta el señor de la limpieza, pasando por los ejecutivos.

Supongo que ella entiende que donde únicamente se crea riqueza es en actividades que generan beneficio, ahorran, innovan e invierten. Es decir, en las empresas, de cualquier tamaño que sean.

¿Y por qué está mejor repartida la riqueza en Escandinavia que en Chile? 

Los socialistas suelen pensar que es el resultado de la alta tasa impositiva, pero no es verdad. La falacia lógica parte de creer que la consecuencia se deriva de la premisa, cuando no es así. Sucede a la inversa: el alto gasto público es posible (aunque no sea conveniente) porque la sociedad segrega una gran cantidad de excedente.   

Lo que genera la equidad en las sociedades prósperas y abiertas es la calidad de su aparato productivo. Si una sociedad fabrica maquinarias apreciadas, objetos con alto contenido tecnológico, medicinas valiosas y originales, o suministra servicios sofisticados por medio de su tejido empresarial, será recompensada por el mercado y podrá y tendrá que pagarles a los trabajadores un salario sustancial de acuerdo con sus calificaciones para poder reclutarlos y competir.

Si Bachelet desea reducir la pobreza chilena y construir una sociedad más equitativa, no debe generar una atmósfera de lucha de clases y obstaculizar la labor de las empresas, sino todo lo contrario: debe facilitarla.

¿Cómo? Propiciando las inversiones nacionales y extranjeras con un clima económico y legal hospitalario; agilizando y simplificando los trámites burocráticos, incluida la solución de los inevitables conflictos; facilitando la entrada al mercado de los emprendedores; estimulando la investigación; creando infraestructuras (puertos marítimos y aéreos, carreteras, telefonía, electrificación, Internet) que aceleren las transacciones; multiplicando el capital humano y cultivando la estabilidad institucional, la transparencia y la honradez administrativa.

Es verdad que ese tipo de gobierno no gana titulares de periódicos ni el aplauso de la devastadora izquierda revolucionaria, pero logra multiplicar la riqueza, disminuye la pobreza y aumenta el porcentaje de la renta que recibe la clase trabajadora.

Lo dicho: ¿para qué imitar a Venezuela cuando se puede emular a Suiza? Casi nadie sabe quién es el presidente de Suiza, pero hacia ese país se abalanza el dinero cada vez que hay una crisis. Por algo será.