Debió ser un mandamiento. El artículo 5to de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, suscrita por todos los Estados miembros de la ONU, lo afirma tajantemente: “Nadie será sometido a tortura o a tratamientos o castigos crueles, inhumanos o degradantes”. Punto.
Todo esto, claro, lo escribo a propósito de las acusaciones contra la CIA por el uso de torturas para lograr información capaz de desvelar las conspiraciones y planes de los terroristas. Estados Unidos había sido sorprendido por las terribles acciones de los islamistas radicales de Al Qaeda que habían dejado cerca de tres mil cadáveres en las calles de New York y Washington.
George W. Bush y los servicios de inteligencia norteamericanos querían averiguar quiénes era sus enemigos, qué planes tenían y cuándo pensaban golpear nuevamente. En Washington estaban, a un tiempo, asustados y deseosos de venganza. De alguna manera, ésa también era la ansiosa actitud del conjunto de la sociedad. Continuar leyendo