Bachelet, de espaldas al Chile moderno

Chile está dejando de ser la esperanza latinoamericana. Eso es grave para todos, no sólo para los chilenos.

Durante décadas, especialmente desde la llegada de la democracia a ese país en 1989 (aunque la transformación había comenzado en época de la dictadura de Pinochet), resultaba obvio que la libertad, el funcionamiento de las instituciones de derecho, la apertura al mundo, la competencia, el mercado, y la supremacía de la sociedad civil en el terreno económico, habían probado que ése era el camino de la prosperidad para toda América Latina.

En Chile se confirmaba que la democracia liberal era la vía. El país, dentro de ese esquema, se había puesto a la cabeza de América Latina, más de la mitad de la sociedad se inscribía en los niveles sociales medios, y la pobreza había pasado del 46 al 12%. Una verdadera proeza. Continuar leyendo

El misterioso caso de los comunistas incapaces de aprender

Jorge Giordani es un viejo comunista que hasta hace pocas fechas fue el Ministro de Planificación y Finanzas del chavismo, primero con Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro. Tiene fama de haber sido un funcionario honrado en un gobierno en el que abundan los rateros.

Nadie, sin embargo, ha acusado a Giordani de ser competente. Sería una peligrosa temeridad. No se metía la plata de los demás en el bolsillo. Lo que hacía era destruirla en esa trituradora implacable de riqueza que es la ideología marxista. Es uno de los responsables del hundimiento económico del país. Cuando llegó al poder había seis millones y medio de pobres. Cuando lo dejó, hace unos días, la cifra había aumentado a más de nueve.

Giordani se despidió del cargo con una larga carta en la que culpa a los demás del desastre económico venezolano. Sus culpables son el irresponsable gasto público, la corrupción, PDVSA y el pobre Nicolás Maduro, quien supuestamente ha traicionado al socialismo y al legado inmarcesible de Hugo Chávez. (Inmarcesible, Nicolás, quiere decir que no se marchita. Y marchita no es una marcha pequeña de estudiantes indignados, sino un verbo que procede del latín).

El ingeniero Giordani no es capaz de advertir que el error intelectual está en el presupuesto ideológico. Cuando se debilitan los derechos de propiedad y las decisiones económicas las toman los funcionarios; cuando se potencia la aparición del Estado-empresario y se estatiza el aparato productivo; cuando se eliminan las principales libertades porque la crítica se convierte en traición a la Patria; inevitablemente surge la escasez, se deteriora progresivamente el entorno físico por falta de mantenimiento, y comienza un acelerado proceso de empobrecimiento colectivo que no tiene fin ni alivio. Mañana siempre será peor que hoy.

Mientras los venezolanos leían la carta de Giordani, los cubanos, asombrados, repasaban otra misiva escrita por el comunista, escritor y exembajador Rolando López del Amo, jubilado en La Habana tras haber ocupado diversos cargos de primer rango en la diplomacia castrista. El texto puede localizarse en Internet, donde circula profusamente.

El señor López del Amo tiene una explicación parcialmente diferente a la de Giordani. Supone que el responsable del desastre cubano es el burocratismo, ese enmarañado ejército de funcionarios indolentes que no deja que el país avance. Como es una persona seria, no culpa al embargo norteamericano, ni a la sequía, ni a los ciclones, porque el país no padece hace tiempo estos fenómenos naturales. Cree que el mal está en otra parte: es la malvada gente que entorpece la marcha gloriosa del socialismo.

Termina su carta con un conmovedor llamado a sus camaradas: “Estamos en el año 56 de nuestra experiencia revolucionaria  y no podemos continuar cometiendo los mismos errores ni ofreciendo las mismas justificaciones. Se impone un cambio de mentalidad, de actitud, de estructuras y de personas para lograr el sueño colectivo de un socialismo próspero y sostenible”. 

¡Madre mía! Estamos ante un comunista inaccesible al desaliento. ¡Qué gente más dura de molleras! Cincuenta y seis años de fracasos continuados y barbarie, de “oprobio y bobería”, como Borges decía del peronismo, no le han bastado para entender que el sistema no sirve para nada en ninguna latitud. Ni con los laboriosos alemanes o norcoreanos, ni con los muy serios checos y húngaros, y mucho menos con los caribeños de Cuba o Venezuela.

Es posible, sin embargo, que Raúl Castro, finalmente, haya comprendido esta dolorosa verdad. Lo triste es que la educación del hermano de Fidel  ha durado más de medio siglo y costado miles de vidas y la ruina completa de una nación. (Fidel, en cambio, es indiferente a la realidad y morirá defendiendo las mismas tonterías de siempre). En todo caso, mientras el embajador López del Amo escribía su carta, el zar de la economía cubana, un excoronel llamado Marino Murillo, anunciaba que todos los restaurantes del país serían privatizados.

Es el principio del fin del loco proyecto marxista del colectivismo, pero no de la dictadura. Ahora, poco a poco, sin prisa, pero sin tregua, como le gusta repetir a Raúl Castro, quieren desmantelar el socialismo y gobernar con mano férrea un país pseudo capitalista. Ya no son marxistas. Son, simplemente, una banda autoritaria de gente decidida a mandar a palos. Puros matones.

El gran debate

Hace exactamente 70 años el economista austriaco Friedrich Hayek publicó Camino de servidumbre. El libro, best seller en su tiempo, conserva (casi) toda su vigencia en esta América Latina nuestra que no aprende de sus errores ni olvida sus peores comportamientos. Tres décadas después de publicar su obra más conocida, la academia sueca le otorgó el Premio Nobel de Economía en 1974.

¿Qué dijo Hayek en su famoso libro? Algo muy importante: que la planificación centralizada por el Estado va en contra de las libertades y del progreso. Nos empobrece espiritual y materialmente.

¿Por qué? En esencia, aunque no lo explicó Hayek de esa manera, porque la libertad es el ejercicio pleno de la facultad que tenemos de tomar decisiones y construir con ellas nuestras vidas de acuerdo con nuestros valores, intereses y querencias.

Cuando el Estado decide por nosotros lo que supuestamente nos conviene, además de empobrecernos, nos genera un profundo malestar. Ese tipo de Estado deja de ser un conjunto de instituciones a nuestro servicio y bajo nuestras órdenes, y pasa a convertirse en nuestro amo y señor. Nos somete a la más vil servidumbre.

Sucedió en Cuba, como ha ocurrido siempre en los Estados totalitarios, cuando el gobierno estableció los libros que debíamos leer y los que debían ser destruidos. Cuando unos revolucionarios iluminados decidieron las verdades que ya habían sido establecidas y hasta el modo en que nos debíamos ganar la vida.

Incluso, escogieron las personas a las que debíamos querer o detestar, como ocurrió cuando se dio la orden de interrumpir los lazos con los “gusanos” que habían abandonado el país y se rompieron parejas, y padres, hijos y hermanos dejaron de hablarse. O cuando se persiguió a los homosexuales porque el Estado, cruelmente, había hecho metástasis a la zona afectiva y había decidido controlar las emociones de las personas para hacerlas felices y obligatoriamente “normales” mediante la reeducación que se lograba maltratándolas en los campos de caña.

Al margen de lo que Hayek escribió en Camino de servidumbre, hay un elemento esencial que mantiene la vigencia de la obra siete décadas después de haberse publicado. Del texto se desprende el rol que debe desempeñar el Estado en su relación con la sociedad, y, sobre todo, el que no debe jugar porque todos acabamos perjudicados.

No es verdad que el Estado, una entelequia manejada por personas, como todas, que tienen sus intereses, preferencias y clientelas políticas, es capaz de definir el “bien común” y actuar eficientemente y con sentido de la justicia. Lo demostró otro Premio Nobel de economía de la misma cuerda de Hayek, James M. Buchanan, con sus estudios sobre la “elección pública”.

No es verdad que el Estado debe elegir “ganadores” y “perdedores” o asumir la función de repartidor de bienes para igualar los resultados del trabajo. Suele hacerlo mal, distorsiona y reduce el proceso de creación de riquezas y demoniza los logros económicos como si fueran actos vergonzosos.

Entre las decisiones sesgadas de los funcionarios convertidos en comisarios, supuestamente transformados en píos agentes de una improbable justicia social, y el mercado, conformado por las decisiones libres de millones de personas, el mejor resultado, el que suele conducir al desarrollo y eleva el nivel de vida de toda la sociedad, es el que se deriva del mercado que es, sin duda, una expresión de la libertad.

Al principio de esta nota subrayé que Camino de servidumbre conserva casi toda su vigencia. ¿En qué falla? Tal vez en suponer que el socialismo conduce inevitablemente al totalitarismo. No siempre es cierto. Los socialistas inteligentes aprenden de la experiencia y pueden rectificar.

Lo hicieron los suecos ante la crisis económica de los años noventa provocada por los excesos del Estado de Bienestar. Termino con un párrafo de Mauricio Rojas, un chileno del socialismo carnívoro que llegó a Suecia exiliado tras el golpe de Pinochet. Allí adquirió un doctorado en economía, evolucionó intelectual y emocionalmente, y llegó a ser miembro del parlamento sueco representando al partido de los liberales.

Dice Rojas, hoy de regreso en Chile, muy preocupado por las medidas que está tomando la señora Bachelet:

“Sería muy lamentable emprender un camino, el del gran Estado-patrón, que otros han tenido que desandar. Se puede construir un Estado del bienestar distinto, que una la fuerza creativa de la competencia, la diversidad y el capitalismo con un profundo compromiso solidario, pero para ello no hay que dejarse llevar por las consignas de quienes creen tener la razón por el simple hecho de gritar más alto”.