Chávez nuestro que estás en el cielo

A Lorent Saleh, estudiante que acaba de ser traicionado por el gobierno de Juan Manuel Santos y entregado a la policía política venezolana.

Los chavistas han lanzado a volar un nuevo Padre Nuestro, como si fuera uno de esos pajaritos parlanchines con los que suele conversar Nicolás Maduro.

Es importante acercarse a esta conmovedora expresión de la devoción político-religiosa. Al fin y al cabo, el texto advierte que el ex teniente coronel va de cabeza a los altares: “santificado sea tu nombre”.

¿Se llamará “San Chávez”? Los venezolanos “pata en el suelo” son muy dados a rezarles y pedirles favores especiales a las figuras populares desaparecidas. Parece que el torero César Girón, el venerable médico José Gregorio y el malandro Marchena –un delincuente al que despacharon con 180 balazos—suelen hacer muchos milagros.

Hay, incluso, quienes se encomiendan a Juan Vicente Gómez, un dictador que mató a 200 venezolanos, pero tuvo la cortesía de reemplazarlos con 200 hijos ilegítimos como prueba de su sobrenatural potencia inguinal, mientras gobernaba al país con el extremo de la uretra.

Chávez, además, fue capaz de realizar en vida varios asombrosos prodigios. Para llegar a los altares se necesitan, al menos, tres milagros. Aquí están:

-Destruyó la industria petrolera. Eso no era nada fácil tras un siglo de constante crecimiento.

-Multiplicó por 4 el número de asesinatos en Caracas, como si fueran “los penes y los peces” que Maduro cita, en su condición de peculiar exégeta del Nuevo Testamento.

-Invirtió el signo migratorio. Durante muchas décadas el país recibió a millones de inmigrantes dispuestos a succionar las venas abiertas venezolanas. San Chávez logró que un millón y medio de venezolanos educados salieran a hacer la misma vampiresca tarea en el extranjero.

Afortunadamente, la piadosa oración estrenada en un congreso chavista, da noticia de la exacta localización del líder desaparecido. El ubicuo personaje, además de estar en el cielo, como corresponde a su legendaria benevolencia, se le puede localizar “en la tierra, en el mar y en nosotros, los y las delegadas”.

Aquí hay gato encerrado. ¿Por qué no en los ríos? ¿Por qué Chávez no está en el Orinoco, que es un río enorme que recorre medio país? ¿Por qué no está en el lago Maracaibo, uno de los mayores del planeta, que tiene, de vez en cuando, hasta tiburones, como sucede en la cúpula chavista? Sospechosa omisión. Y ¿por qué la concordancia feminista “los y las delegadas”? ¿Cuántas millonas de delegadas hubo en ese congreso para alterar las normas gramaticales?

Mi impresión es que el Padre Nuestro chavista va a popularizarse entre los pobres, que cada vez están más necesitados y son más en el país. Lo acaba de proclamar ese brillante teólogo venezolano de la liberación de nombre árabe, Tarek El Aissami, gobernador de Aragua: “Mientras uno más consigue pobreza, hay más lealtad a la revolución y más amor por Chávez. Mientras el pueblo es más pobre es más leal al proyecto revolucionario”.

Exacto. Por eso, quizás, del Padre Nuestro chavista ha desaparecido cualquier alusión al “pan nuestro de cada día”. Los devotos revolucionarios no le piden a Chávez ni siquiera una humilde arepa. No habrá pan. El pan es una detestable expresión de la Cuarta República. Por eso ha desaparecido la harina de los supermercados, junto con el pollo, la carne, la leche y la mantequilla, esos agentes del imperialismo.

Lo que esa sociedad necesita son bienes inmateriales. Lo dice el Padre Nuestro chavista. “Danos hoy tu luz para que nos guíe cada día, no nos dejes caer en la tentación del capitalismo, más líbranos de la maldad de la oligarquía, del delito, del contrabando, porque de nosotros y nosotras es la patria (¿por qué no el patrio?), la paz y la vida. Por los siglos de los siglos, amén. Viva Chávez”.

Tienen razón. El capitalismo y la oligarquía son sinónimos de asquerosos bienes materiales, de papel tualé, de supermercados llenos de comida, de todos esos elementos que pervierten y pudren el corazón revolucionario del pueblo. Hay que volver a la tradición cristiana de Simón el Estilita, que estuvo 37 años encaramado en una columna fabricada en el desierto para escapar de las tentaciones mundanas.

El Estilita, bien mirado, fue el primer chavista de la humanidad.

El misterioso caso de los comunistas incapaces de aprender

Jorge Giordani es un viejo comunista que hasta hace pocas fechas fue el Ministro de Planificación y Finanzas del chavismo, primero con Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro. Tiene fama de haber sido un funcionario honrado en un gobierno en el que abundan los rateros.

Nadie, sin embargo, ha acusado a Giordani de ser competente. Sería una peligrosa temeridad. No se metía la plata de los demás en el bolsillo. Lo que hacía era destruirla en esa trituradora implacable de riqueza que es la ideología marxista. Es uno de los responsables del hundimiento económico del país. Cuando llegó al poder había seis millones y medio de pobres. Cuando lo dejó, hace unos días, la cifra había aumentado a más de nueve.

Giordani se despidió del cargo con una larga carta en la que culpa a los demás del desastre económico venezolano. Sus culpables son el irresponsable gasto público, la corrupción, PDVSA y el pobre Nicolás Maduro, quien supuestamente ha traicionado al socialismo y al legado inmarcesible de Hugo Chávez. (Inmarcesible, Nicolás, quiere decir que no se marchita. Y marchita no es una marcha pequeña de estudiantes indignados, sino un verbo que procede del latín).

El ingeniero Giordani no es capaz de advertir que el error intelectual está en el presupuesto ideológico. Cuando se debilitan los derechos de propiedad y las decisiones económicas las toman los funcionarios; cuando se potencia la aparición del Estado-empresario y se estatiza el aparato productivo; cuando se eliminan las principales libertades porque la crítica se convierte en traición a la Patria; inevitablemente surge la escasez, se deteriora progresivamente el entorno físico por falta de mantenimiento, y comienza un acelerado proceso de empobrecimiento colectivo que no tiene fin ni alivio. Mañana siempre será peor que hoy.

Mientras los venezolanos leían la carta de Giordani, los cubanos, asombrados, repasaban otra misiva escrita por el comunista, escritor y exembajador Rolando López del Amo, jubilado en La Habana tras haber ocupado diversos cargos de primer rango en la diplomacia castrista. El texto puede localizarse en Internet, donde circula profusamente.

El señor López del Amo tiene una explicación parcialmente diferente a la de Giordani. Supone que el responsable del desastre cubano es el burocratismo, ese enmarañado ejército de funcionarios indolentes que no deja que el país avance. Como es una persona seria, no culpa al embargo norteamericano, ni a la sequía, ni a los ciclones, porque el país no padece hace tiempo estos fenómenos naturales. Cree que el mal está en otra parte: es la malvada gente que entorpece la marcha gloriosa del socialismo.

Termina su carta con un conmovedor llamado a sus camaradas: “Estamos en el año 56 de nuestra experiencia revolucionaria  y no podemos continuar cometiendo los mismos errores ni ofreciendo las mismas justificaciones. Se impone un cambio de mentalidad, de actitud, de estructuras y de personas para lograr el sueño colectivo de un socialismo próspero y sostenible”. 

¡Madre mía! Estamos ante un comunista inaccesible al desaliento. ¡Qué gente más dura de molleras! Cincuenta y seis años de fracasos continuados y barbarie, de “oprobio y bobería”, como Borges decía del peronismo, no le han bastado para entender que el sistema no sirve para nada en ninguna latitud. Ni con los laboriosos alemanes o norcoreanos, ni con los muy serios checos y húngaros, y mucho menos con los caribeños de Cuba o Venezuela.

Es posible, sin embargo, que Raúl Castro, finalmente, haya comprendido esta dolorosa verdad. Lo triste es que la educación del hermano de Fidel  ha durado más de medio siglo y costado miles de vidas y la ruina completa de una nación. (Fidel, en cambio, es indiferente a la realidad y morirá defendiendo las mismas tonterías de siempre). En todo caso, mientras el embajador López del Amo escribía su carta, el zar de la economía cubana, un excoronel llamado Marino Murillo, anunciaba que todos los restaurantes del país serían privatizados.

Es el principio del fin del loco proyecto marxista del colectivismo, pero no de la dictadura. Ahora, poco a poco, sin prisa, pero sin tregua, como le gusta repetir a Raúl Castro, quieren desmantelar el socialismo y gobernar con mano férrea un país pseudo capitalista. Ya no son marxistas. Son, simplemente, una banda autoritaria de gente decidida a mandar a palos. Puros matones.

El chavismo se quita la careta

Nicolás Maduro no pondrá en libertad a Leopoldo López, pese a la evidente injusticia. A Maduro, incluso, le conviene que Leopoldo sea inocente. Como enseñó el padre Lenin, la clave de la obediencia es el miedo, la inseguridad.

Es la ominosa certeza de que el Estado puede descargar su fuerza cuando lo decide la policía política sin que exista una previa violación de la ley. Lo importante no es la legalidad, esa despreciable minucia burguesa, sino la revolución.

Pero hay mucho más.

Nicolás Maduro afirma que la diputada María Corina Machado es una asesina que trata de matarlo. La Fiscal General, la señora Luisa Ortega Díaz, al frente del sicariato que en Venezuela se conoce como Poder Judicial, acusó de ser cómplices a tres demócratas de la oposición: el ex embajador Diego Arria, el ex director de PDVSA Pedro Burelli y el abogado Ricardo Koesling. En la fantástica trama, como era predecible, también figura el “americano feo”, Kevin Whitaker, siniestro embajador de Estados Unidos en Colombia. ¿Por qué y para qué Nicolás Maduro fabrica una acusación tan ridículamente falsa?

Porque en esta situación cualquier opositor barrería al chavismo en las elecciones. Según las encuestas, los opositores demócratas tienen el 65% de apoyo y el chavismo el 35. Pero, como no van a entregar el poder, intentan desbandar a la oposición, exiliarla, como hicieron con Manuel Rosales, o encarcelarla, como hacen con los políticos que alcanzan alguna prominencia, ya sea Leopoldo López o los alcaldes Enzo Scarano y Daniel Ceballos.

La popularidad del chavismo cae en picado como consecuencia del inmenso caos económico en el que han sumido a Venezuela y necesitan desesperadamente cambiar el foco del debate. Maduro no quiere que la sociedad proteste por el desabastecimiento, la inflación, la corrupción, la oleada que no cesa de crímenes impunes (de 4 500 en 1999 a 21 692 en 2013, aumento del 382%). Quiere centrar la atención en el falso magnicidio y criminalizar cualquier manifestación de inconformidad. Es lo que Cuba recomienda y hace: repriman para sobrevivir.

En el 2013, desde que Maduro asumió las riendas, según el Instituto Nacional de Estadísticas, la cifra de hogares pobres aumentó en 416 326: un 30% más. En 1999 había en el país 6 400 000 pobres. Hoy hay 9 000 000.

Todo esto sucede en medio de la bonanza del ingreso constante de petrodólares. En los 15 años de chavismo, a partir de 1999, el país ha recibido más divisas como consecuencia del precio del petróleo que en toda su historia, desde que obtuvo la independencia de España en 1823.

¿Cómo ha sido posible esta catástrofe? Porque la burocracia y el gasto público crecieron exponencialmente. Durante el chavismo pasaron de 900 000 empleados públicos a 2 300 000 (un 156%). La nómina de PDVSA ascendió de 40 000 a 120 000, mientras la productividad –barriles por empleados—se redujo de 75 a 18, y la deuda de la empresa pasó de 6000 a 40 000 mil millones de dólares.

Porque han malgastado irresponsablemente los recursos del país, a lo que se agrega la increíble corrupción propiciada por el gobierno y la boliburguesía. Según Jorge Giordani, hasta hace poco Ministro de Planificación, de un organismo, el SITME, donde se otorgan las divisas, se esfumaron 20 000 millones de dólares.

La inflación acumulada es un 933%. Cuba les cuesta más de 13 000 millones de dólares anuales, pero cuando se suman el resto de los chupópteros del ALBA, más los maletines a los Kirchner, más todas las compras de influencia internacional, esa cifra acaso se duplica.

Estatizaron decenas de empresas que eran rentables hasta que las controló y arruinó el gobierno. Intervinieron más de 600 fincas, lo que provocó la destrucción del aparato productivo. Antes de Chávez se importaba el 37% de los alimentos. En época de Maduro ya andamos por el 78%.

¿Para qué seguir? Los chavistas lograron la sorprendente “proeza” de quebrar a Venezuela. Ya no tiene crédito y mucho menos capitales extranjeros. ¿Quién invierte en ese manicomio colectivista sin Ley ni Justicia, donde el Poder Judicial es una rama de la policía política?

Venezuela hace rato que dejó de ser una república democrática. Rápidamente se convirtió en una dictablanda corrompida. Cada día que pasa se acerca más a una dictadura podrida, pura y dura, que conserva el poder a palos.

Están ahora en la fase de quitarse la careta. Es triste, pero, tan grave como eso es el silencio cómplice de América Latina. Vergonzoso.

El secreto de los Estados totalitarios

¿Cuál es la pieza clave en la construcción de la jaula totalitaria? Sencillo: la eliminación real de la separación de poderes, aunque se mantenga la fantasía formal de que continúa existiendo.

Lo explico.

Max Weber describió el fenómeno y acuñó la frase “monopolio de la violencia”. Lo hizo en La política como vocación. Era la facultad que tenían los Estados para castigar. Sólo a ellos les correspondía la responsabilidad de multar, encarcelar, maltratar y hasta matar a quienes violaban las reglas.

Podían, eso sí, delegar esa facultad, pero sin renunciar a ella. Permitir mafias y bandas paramilitares que actúan al margen de la ley descalificaba totalmente al Estado. Era una disfuncionalidad que lo convertía en una entidad totalmente fallida, en la medida en que abdicaba de una de sus responsabilidades esenciales.

No obstante, el Estado, si se acomodaba al diseño republicano, incluso si se trataba de una monarquía constitucional, no podía recurrir a los castigos sin que lo decidiera una corte independiente. Este tribunal, a su vez, debía interpretar una ley previa, y sancionar de acuerdo con un código penal igualmente aprobado por un parlamento independiente.

El Barón de Montesquieu, lector de John Locke, lo había propuesto en 1748 en el Espíritu de las leyes: el Estado debía fragmentar la autoridad en tres poderes independientes y de rango similar para evitar la tiranía. Las monarquías absolutistas reunían en el soberano esas tres facultades y eso, precisamente, las hacía repugnantemente autoritarias.

Si quien castigaba se arrogaba las facultades de hacer las reglas y de aplicarlas, la sociedad, carente de protección, se convertía en rehén de sus caprichos. Los gobernantes podían hacer de ella y con ella lo que les daba la gana.

Ese elemento –la separación de poderes— era la médula de las repúblicas creadas los siglos XVIII y XIX tras las revoluciones norteamericana, francesa y, por supuesto, latinoamericanas. De alguna manera, era la garantía de la libertad.

Este preámbulo viene a cuento del bochornoso espectáculo de la Venezuela de Nicolás Maduro, donde los paramilitares en sus motos, amparados por la complicidad del gobierno, asesinan impunemente a los manifestantes que ejercen su derecho constitucional a manifestarse pacíficamente.

Viene a cuento de un parlamento convertido en un coso taurino en el que se lidia a la oposición, se le clavan banderillas, se golpea a los diputados que protestan, o los expulsan arbitrariamente, como hicieron con María Corina Machado, y se dictan medidas ajustadas a las necesidades represivas de la oligarquía socialista que gobierna.

Si Maduro necesita eliminar las manifestaciones de los estudiantes o encerrar a los alcaldes que protestan, o a los líderes a los que teme, como a Leopoldo López, solicita las normas, hechas a la medida por tribunales o por parlamentarios obsecuentes, y da la orden a los cuerpos represivos para que actúen.

Viene a cuento de unos tribunales que sentencian con arreglo a la voluntad del Poder Ejecutivo, porque la ley ha dejado de ser una norma neutral para convertirse en un instrumento al servicio de la camarilla gobernante, empeñada en arrastrar por la fuerza a los venezolanos hacia “el mar de la felicidad” cubano.

Un país, Cuba, donde, como en cualquier dictadura totalitaria, sencillamente no creen en las virtudes de la separación de poderes y repiten, con Marx y con Lenin, que ésa es una zarandaja de las sociedades capitalistas para mantener los privilegios de la clase dominante.

Esta falsificación de las ideas republicanas –las de Bolívar y Martí, las de Juárez— van gestando una nueva facultad propia de este tipo de Estado: desarrollan el monopolio de la intimidación. Gobiernan mediante el miedo. Ese es el elemento que uniforma a la sociedad y la convierte en un coro amaestrado.

Como quienes mandan hacen las leyes y juzgan e imponen los castigos, acaban por generar un terror insuperable entre los ciudadanos e inducen en ellos una actitud de sumisa obediencia que suelen transmitirles a los hijos “para que no se metan en problemas”.

La víctima termina por colaborador con su verdugo. Ése exactamente es el objetivo. Una vez que las tuercas han sido convenientemente apretadas y la jaula perfeccionada, el común de la gente, con la excepción de un puñado de rebeldes, aplaude y baja la cabeza.

En ese punto ya no existen vestigios de la separación de poderes.

La oposición arrasa

A Nicolás Maduro le salió muy mal la primera ronda de conversaciones en el palacio de Miraflores. No sólo de consignas vive el hombre. Él, su gobierno, y media Venezuela, por primera vez debieron (o pudieron) escuchar en silencio las quejas y recriminaciones de una oposición que representa, cuando menos, a la mitad del país.

El revolucionario es una criatura voraz y extraña que se alimenta de palabras huecas. Era muy fácil declamar el discurso ideológico socialista con voz engolada y la mirada perdida en el espacio, tal vez en busca de pajaritos parlantes o de rostros milagrosos que aparecen en los muros, mientras se acusa a las víctimas de ser fascistas, burgueses, o cualquier imbecilidad que le pase por la cabeza al gobernante.

El oficialismo habló de la revolución en abstracto. La oposición habló de la vida cotidiana. Para los espectadores no dogmáticos el resultado fue obvio: la oposición arrasó.

Es imposible defenderse de la falta de leche, de la evidencia de que ese pésimo gobierno ha destruido el aparato productivo, de la inflación, de la huida en masa de los venezolanos más laboriosos, de las pruebas de la corrupción más escandalosa que ha sufrido el país, del saqueo perpetrado diariamente por la menesterosa metrópoli cubana, del hecho terrible que el año pasado fueron asesinados impunemente 25 000 venezolanos por una delincuencia que aumenta todos los días.

¿Por qué Maduro creó esa guarimba antigubernamental en Miraflores? ¿Por qué pagó el precio de dañar inmensamente la imagen del chavismo y mostrar su propia debilidad dándole tribuna a la oposición?

Tenía dos objetivos claros y no los logró. El primero era tratar de calmar las protestas y sacar a los jóvenes de las calles. El “Movimiento Estudiantil” –la institución más respetada del país, de acuerdo con la encuesta de Alfredo Keller—había logrado paralizar a Venezuela y mostrar las imágenes de un régimen opresivo patrullado por paramilitares y Guardias Nacionales que se comportaban con la crueldad de los ejércitos de ocupación y ya habían provocado 40 asesinatos.

El segundo objetivo era reparar su imagen y la del régimen. Las encuestas lo demostraban: están en caída libre. Ya Maduro va detrás de la oposición por unos 18 puntos. Lo culpan (incluso su propia gente) de haber hundido el proyecto chavista y de ser responsable del desabastecimiento y de la violencia. Casi nadie se cree el cuento de que se trata de una conspiración de los comerciantes y de Estados Unidos. La inmensa mayoría del país (81%) respalda la existencia de empresas privadas. Dos de cada tres venezolanos tienen la peor opinión del gobierno cubano.

Ese fenómeno posee un alto costo político internacional. Ciento noventa y ocho parlamentarios sudamericanos de diversos países, encabezados por la diputada argentina Cornelia Schmidt, se personaron ante la Corte Penal Internacional de La Haya para acusar a Maduro de genocidio, torturas y asesinatos.  Eso es muy serio. Puede acabar enrejado, como Milosevic.

Ser chavista sale muy caro. Lo comprobó el candidato costarricense José María Villalta. Esa (justa) acusación lo pulverizó en las urnas. En una encuesta realizada por Ipsos en Perú se confirmó que el 94% del país rechaza a Maduro y al chavismo. Eso lo sabe Ollanta Humala, quien hoy pone una distancia prudente con Caracas. Ni siquiera al popular Lula da Silva le convienen esas amistades peligrosas. Sólo Rafael Correa, quien padece una notable confusión de valores y no entiende lo que son la libertad y la democracia (en Miami se empeñó en defender a la dictadura de los Castro), insiste en su inquebrantable amistad con Maduro.

La oposición, como dijo Julio Borges, va a seguir en las calles y, por supuesto, continuará dialogando con el régimen. ¿Hasta cuando? Hasta que suelten a los presos políticos, incluidos los alcaldes opositores, restituyan sus derechos a María Corina Machado y Leopoldo López. Hasta que el régimen renuncie al tutelaje vergonzoso e incosteable de La Habana, configure un Consejo Nacional Electoral neutral y le devuelva la independencia al Poder Judicial. Hasta que el gobierno desista de la deriva comunista y admita que los venezolanos no quieren “navegar hacia el mar cubano de la felicidad”. En definitiva, hasta que celebren unas elecciones limpias, con observadores imparciales y se confirme lo que realmente quiere el pueblo: que se vayan Maduro y sus cómplices.  

El Vía Crucis venezolano

María Corina Machado electrizó a los asistentes con su entrada apresurada al gran salón de actos. Acababa de llegar a Lima tras un viaje incierto. Todos nos pusimos de pie conmovidos, incluidos los ex presidentes Felipe Calderón y Sebastián Piñera. Unos jóvenes venezolanos entonaron el himno de la patria y desplegaron la bandera. Algunos lloraban de emoción. Ocurrió a fines de marzo en la Universidad de Lima en un acto convocado por Mario Vargas Llosa y la Fundación Internacional para la Libertad.

El novelista explicó por qué era tan importante la visita de la joven ingeniera y diputada. En ese país se jugaba el destino de la democracia americana y en ese momento nadie representaba mejor a los estudiantes que protestaban en las calles de veinte ciudades venezolanas que esta mujer decidida a darlo todo por la libertad de su país. Cuando ella hablaba ya habían sido asesinados 40 jóvenes por los represores de la Guardia Nacional y los paramilitares armados con pistolas y fusiles que los acompañaban a bordo de motocicletas.

¿Asumía Vargas Llosa una postura compartida por los peruanos o era la visión sesgada de los liberales? Una encuesta reciente de IPSOS confirmaba que esta vez Mario no nadaba contra la corriente. El 94% de los peruanos condenaba al chavismo tajantemente y rechazaba a Nicolás Maduro.

A mi juicio, esa encuesta, hecha en cualquier país de América Latina, arrojaría resultados parecidos. Los peruanos no son diferentes al resto de los latinoamericanos. Tras 15 años de disparates y violencia, el chavismo y el socialismo del siglo XXI han demostrado su carácter intolerante, empobrecedor y antidemocrático. Los pueblos no los quieren.

Pero, ¿y dentro de Venezuela? ¿Cuánto ha calado en esa sociedad el clientelismo chavista, la propaganda abusiva contra la oposición, los insultos y descalificaciones personales, el control casi total de los medios de comunicación?

Afortunadamente, ya lo sabemos con bastante certeza: el oficialismo chavista está en franca minoría y cae en picado. Al menos dos encuestas muy profesionales lo revelan con un margen de error insignificante.

Ambas aparecieron en marzo. Una se debe a Alfredo Keller, un encuestador muy prestigioso. La otra es conocida como Venebarómetro, y la llevó a cabo el Instituto Venezolano de Análisis de Datos. Las dos coinciden en los resultados generales y confirman el juicio del analista Joaquín Pérez Rodríguez, tal vez el mayor experto electoral del país. Estos documentos se pueden localizar fácilmente en Internet. Basta con googlearlos.

Entre el 62 y el 72% piensa que Venezuela está a las puertas de un colapso económico. Los dos peores y crecientes problemas son la inseguridad y el desabastecimiento. Lo afirman más del 70% de los venezolanos. El 65% rechaza las milicias paramilitares formadas, en gran medida, por delincuentes que disparan a matar y asaltan tiendas y supermercados. Los malandros asesinan a 25 000 personas al año. Simultáneamente, crece por horas la lista de los productos básicos que no se encuentran. Ni siquiera harina para hacer arepas o leche para los niños.

La población no cree la versión oficial de que la crisis se debe a los burgueses. Es demasiado burda. El 51% está convencido de que la responsabilidad es del gobierno. El 57% piensa que de Maduro directamente. Apenas el 16% culpa a los empresarios y el 8% a los Estados Unidos. El 81% de los venezolanos respalda la existencia de las empresas privadas. Sólo el 18% se opone. El mensaje colectivista y el loco proyecto comunal, sencillamente, no han calado.

Los venezolanos no quieren navegar “hacia el mar cubano de la felicidad”, como les propuso Hugo Chávez. El 63% tiene una visión desfavorable de Cuba, país al que acusan de haber convertido a Venezuela en una colonia de la isla caribeña con el objeto de saquearla. Sólo el 31% simpatiza con el régimen comunista creado por los hermanos Castro.

La institución más valorada es el llamado Movimiento Estudiantil, con un 66.4 de aprobación. El 57% apoyaría una forma constitucional de salir del gobierno de Maduro. Sólo lo respalda el 36%. Cualquiera de estos tres opositores derrotaría fácilmente a Maduro en las urnas: Henrique Capriles, Leopoldo López o María Corina Machado.

¿A dónde conducirá este contundente rechazo? Probablemente, a un encontronazo entre militares que rechazan al chavismo y militares que (todavía) lo defienden. Las noticias de generales presos y coroneles insubordinados es todo un síntoma de este malestar dentro de las Fuerzas Armadas.

También es posible un resquebrajamiento en la zona política del chavismo. Muchos opinan que Maduro es un mal calco del militar desaparecido, carente de carisma. Apenas es respaldado por “los cubanos”, a quienes les atribuyen haberlo colocado en la presidencia, tras imponérselo a un Chávez moribundo y sin voluntad, pese a la evidente violación de las normas legales, a la legendaria incapacidad de Maduro y al tiempo que pierde hablando con los pajaritos.

¿Qué impide que el poderoso chavismo antimaduro, tal vez mayoritario, le pida la renuncia al presidente y busque una salida constitucional a la crisis?

Sencillo: el miedo. Los narcogenerales temen acabar perseguidos por la DEA. Los cleptochavistas piensan que pueden terminar ante los tribunales y perder sus bienes mal habidos. Los represores saben que hay instituciones internacionales que juzgan y condenan a los genocidas. Le ocurrió a Milosevic.

Como en el poema de Borges, a los chavistas no los une el amor, sino el espanto. Si la oposición no se divide y los estudiantes persisten en las calles, acabarán triunfando.