Plenamente, sin banderías partidarias. No correspondían. Una de las pocas veces en que parcialidades e intereses sectoriales no hubiesen tenido nada que ver con el espíritu de la movilización. El impulso de la convocatoria vino de parte de fiscales de la Nación, conmovidos por la muerte de Alberto Nisman un mes atrás. Para recordar al funcionario y también en protección de quienes hoy cumplen funciones en la Justicia, los apoyamos. Fue excelente, porque todos lo entendimos de ese modo, en muestra de comprensión sobre cuál debe ser el funcionamiento institucional del país, con independencia y división de poderes.
La magnitud del despliegue espontáneo no me sorprendió, pero me alivió porque es lo que esperaba como ciudadano. El asesinato político de Nisman, a manos de un escuadrón de la muerte propio de la peor historia latinoamericana del siglo XX, era un hecho que no podía producirse según las reglas de juego políticas vigentes en la Argentina. Quien tomó la decisión de liquidarlo, y quienes alineados políticamente ejecutaron, rompieron las bases de la democracia a niveles todavía muy superiores a todas las tentativas kirchneristas por dominar la justicia en los últimos años. La reacción indignada de la población indica que no todo está perdido y que hay un campo muy grande para recuperar los valores de la democracia cuando finalice en breve esta experiencia local de chavismo venezolano, corrupto y terrorista de Estado.
Por motivos inexplicables, y a diferencia de lo que hice toda mi vida en cualquier movilización a la que adherí o a la que simplemente iba a monitorear yendo directo al destino epicentro de la descarga política, en esta oportunidad procesé lentamente las cuadras que separan al Congreso de la Plaza de Mayo. Casi todo el trayecto lo cubrí en soledad y en silencio, sin proponérmelo pero así se dio, ensimismado y concentrado. Sirvió para pensar, para preguntarme una y otra vez cómo pudo pasar lo que pasó el 18-19 de enero en Le Parc. Razones de interés personal y demasiados años siguiendo guerras civiles en todas partes, a mí como a cualquiera, puede llevar a estados psicológico-profesionales donde el analista incorpora como normales hechos que se convierten en rutina diaria, incluidas las peores atrocidades de las violencias locales y regionales que superan siempre a las conflagraciones entre Estados formales del planeta. Lamentablemente, la mente diluye cada caída de un individuo o de un grupo de individuos cuando ve a Siria, Libya, Nigeria, o al Perú o El Salvador de tres décadas atrás. El crimen de un funcionario de la Justicia o de un magistrado más, no cambia mucho, irresponsablemente puede exclamar quien observa latitudes donde se producen decenas de miles de muertos en períodos de dos o tres años. Es lo que es, nada puede cambiarlo, la paz llegará cuando las partes se cansen de pelear y se agote así el conflicto, solemos afirmar.
Pero para la Argentina del siglo XXI, donde la muerte por causas políticas estaba fuera de agenda, de ningún modo puede aceptarse esa clase de enfoques. No solo no podíamos aceptarlo ideológicamente, tampoco era fácil predecir una salida de este tipo por razones de costo político de quien toma la determinación y por la herencia cultural política general de los años 1971 a 1978, más o menos, que nos marcó a todos para siempre, una etapa a la que juramos tácitamente nunca más querer volver. La aparición de un hecho terrorista de Estado, que motivó este 18F aunque aún sean pocos los que se animen a presentarlo de este modo, constituye una verdadera calamidad nacional. Pero además, ¿qué les pasó? ¿Diseñaron mal el operativo? No arreglaron de antemano debidamente el maquillaje de la escena, ni su cobertura de prensa posterior y se fueron pisando hora tras hora y día tras día con versiones contradictorias y que no cierran por ningún lado? ¿Dónde quedó la evaluación política previa de eventos de esta naturaleza? Con la “sala de situación”, ¿qué ocurrió?
Los que mandan en el país tienen entre 50 y 65 años. ¿Qué ha sucedido con sus recuerdos y con su formación política? Les pregunto, ¿no registran a Jorge Joaquín Chamorro, matado por el dictador Somoza? No se les cruza la imagen de Benigno Aquino, liquidado por Ferdinando Marcos en las Filipinas? ¿A Monseñor Romero de El Salvador, no lo tienen normalmente presente, les pregunto? ¿Y todo por la AMIA? Querían arreglar con Irán, mala idea, pero así y todo ¿no era mejor intentar las conversaciones públicas o semipúblicas como lo hacen Estados Unidos y Europa con Teherán a causa del programa nuclear de los ayatollahs? ¿Por qué otra vez la “truchada” y la oscuridad argentina, una tras otra mentira para tapar más mentiras, derivando en un homicidio político que es imperioso no prosiga con otros, para borrar aspectos de Nisman o formando parte de aventuras que algún nuevo delirante pueda intentar como estado de sitio, autogolpe de Estado o fraude electoral masivo a la venezolana. Para prevenir desastres adicionales y desgracias mayores tiene que haber servido también la marcha del 18F, en tanto y en cuanto la lucha contra el totalitarismo se mantenga sin descanso hasta el 10 de diciembre, porque cualquier bajada de guardia permitirá que el criminal de lesa humanidad se organice y vuelva al ataque.