Al ministro no le gustan las pruebas

El ministro de educación Alberto Sileoni acaba de decir, frente al opaco resultado argentino en las pruebas PISA que “no es importante medir cómo nos está yendo”. Las pruebas PISA dependen de la OCDE (la organización de economía y comercio de los países desarrollados) y miden el desempeño de estudiantes secundarios en distintos países.

La Argentina, que ocupaba lugares de relevancia en la medición de América Latina a principios de siglo, ha caído sustancialmente debajo de los índices de países como Brasil, Colombia y Chile, pasando en muchos lugares del primero o segundo lugar al sexto o séptimo.

Ésta es de por sí una manifestación de decadencia y de llamado de atención. Pero que el ministro del área sostenga que las mediciones de resultados no son importantes es como si no importara lo que hacemos y para qué lo hacemos; algo así como que todo diera lo mismo.

No resulta extraño que esta postura se parezca bastante a las iniciativas que han disminuido las evaluaciones en las escuelas y en los colegios, despreciando el sistema de calificaciones como un esquema discriminatorio y cruel, y pretendiendo promover a los alumnos a través de mediciones sui generis que han terminado repercutiendo (como estas evaluaciones internacionales lo demuestran ahora) en el nivel académico y de formación de los estudiantes.

Si el criterio del ministro se extendiera a todas las actividades, la vida social sería prácticamente imposible porque nadie sabría si hace bien o mal las cosas. Si las personas no tuvieran una respuesta sobre cuál es el punto en el que se encuentran respecto de un determinado horizonte, es como si caminarán sin destino, sin brújula, como un barco a la deriva. Son los resultados de este tipo de pruebas las que nos dicen qué tenemos que corregir, cómo debemos hacerlo y con qué velocidad.

El principal drama, con todo, no han sido ni los resultados de las pruebas ni las desafortunadas declaraciones del ministro. Lo peor es la tendencia que muestra la evidencia. La Argentina está en una pendiente de declinación respecto de sus rendimientos educativos mientras que los países de la región están en la curva inversa.

Esta brecha, de no repararse, sin dudas traerá complicaciones competitivas para nuestros jóvenes porque estarán en una situación de desventaja en un mercado que es global, pese a los esfuerzos de encierro del gobierno.

A la hora de perder trabajos o de acceder sólo a aquellos de menor calidad y de menor paga, será el momento de acordarse de estas vivezas demagógicas que le quieren hacer creer a los estudiantes que las calificaciones y las evaluaciones son poco menos que funcionales a las dictaduras.

Sin una prueba que nos diga cómo estamos no sabremos si nuestras políticas son correctas o incorrectas y si estamos en una buena o mala senda. Es probable que, justamente, como la realidad que nos devuelve ese espejo nos está diciendo que estamos haciendo todo mal en materia educativa (área en la que el presupuesto se aumentó de manera astronómica), el ministro prefiera cerrar los ojos, creer que todo está bien y seguir en sus trece sin cambiar un ápice su rumbo.

Si es así no será él seguramente el que sufra las peores consecuencias: Sileoni, en mayor o menor medida, es un hombre hecho. Pero los chicos que él cree cautivar con su mensaje de laxitud demagógica son los que quedarán en el camino, con un menor nivel de vida y presos de algún otro demagogo que quiera seguir estafándolos en el futuro.