Los resultados de las elecciones británicas han sorprendido a medio mundo, empezando por gran parte de la propia opinión pública del país. En efecto, David Cameron el “incumbent” Primer Ministro que se presentaba a la reelección ganó la contienda con un aplastante y sorpresivo triunfo que le permitirá gobernar Gran Bretaña por cinco años más.
Ninguna encuesta arrojaba este resultado. Al contrario, todos coincidían en que se trataría de una competición pareja de final abierto. Pero finalmente el Partido Conservador, luego del escrutinio que continuó hasta la madrugada, arrojó como resultado 329 bancas en la Cámara de los Comunes, o, 3% por encima de la mitad. El escenario previo no auguraba ese resultado. La política inglesa estaba expuesta a un proceso de fragilidad y fragmentación que hacía pensar a muchos que el próximo gobierno sería muy débil. Toda esa incertidumbre comenzó a quedar atrás la misma noche del jueves cuando la BBC, Sky News e ITV dieron a conocer una muestra gigantesca de boca de urna que anticipaba el resultado. Luego la realidad superó incluso esa noticia -a esa hora sorpresiva- arrojando una diferencia mayor que las obtenidas a la salida de los lugares de votación.
El laborismo obtuvo 234 bancas, un resultado muy alejado de la performance mínima esperada por su líder, Ed Miliband, que prometía a sus seguidores recuperar el poder. En porcentajes, los conservadores obtenían un total del 36,6% de los votos contra 30,7% de los laboristas, 12,6 de los populistas antieuropeístas de UKIP, 7,7% de los Liberales-Demócratas, 4,9 del SNP y 3,8% de los Verdes.
Más allá de las cuestiones internas que deberá enfrentar el nuevo periodo de gobierno conservador, entre ellas una nueva amenaza separatista ya que el SNP de los escocés volvió a producir una performance notable que podría volverlo a poner en carrera de un reclamo de separación, lo interesante son las conclusiones que pueden sacarse del fenómeno en especial en comparativa con el caso argentino.
En primer lugar, Cameron ganó ampliamente las elecciones después de venir aplicando un programa económico de austeridad (aquí lo llamaríamos un “ajuste”) que comenzó a producir resultados en la economía británica y que evidentemente los ingleses, dicho esto de manera genérica, agradecen. Luego de que la performance de los números económicos alarmara al gobierno y a parte del electorado, Cameron comenzó a aplicar principios de racionalidad económica que despertaron las energías productivas y creativas de la nación, iniciando un periodo de recuperación.
Ese plan que implicó recorte y sacrificios ha sido evidentemente comprendido por una mayoría social decisiva que es la que acaba de darle el triunfo al gobierno. Esta primera comprobación demuestra que no siempre el populismo económico gana elecciones. Hay muchos pueblos en el mundo que comprenden los palotes del funcionamiento básico de una economía y terminan respaldando a aquellos que tratan de aplicar normas racionales y criterios amparados por el sentido común.
En segundo lugar, como ya había sucedido en Escocia cuando el SNP perdió el referendum independentista, los referentes derrotados renunciaron a sus puestos como una manera de reconocer su responsabilidad en el manejo de los hechos que llevaron al pobre resultado obtenido.
Cuando uno traza una línea de comparación entre estos comportamientos y los de la dirigencia argentina, que para que abandone un sillón debe ocurrir un terremoto como el de Nepal, no puede menos que sacar conclusiones en el sentido de que finalmente los pueblos se diferencias por las conductas que sus individuos -dirigentes y dirigidos- tienen frente a la cotidianidad. En el Reino Unido acabamos de ver que una parte importante de la sociedad comprende los lineamientos básicos de la racionalidad económica, entiende que la magia populista solo trae complicaciones de largo plazo para todos y desarrolla un comportamiento electoral que premia al que sigue líneas de sentido común económico y castiga a quien promete hacerse el Rey Mago con el dinero de los demás.
Por otro lado, una dirigencia humilde acepta su responsabilidad frente a un resultado y se va, deja su puesto a otro que pueda leer mejor los códigos que la sociedad parece privilegiar.
Se trata de un contraste mayúsculo con nuestra realidad. Aquí la Pesidente habla contra los “personalismos”, en una declaración poco menos que bizarra viniendo precisamente de ella. En la Argentina encumbrados funcionarios del Gobierno con severísimas acusaciones judiciales siguen aferrados a sus puestos como una manera de que, justamente, esas posiciones los pongan a salvo de sus problemas.
En nuestro país, lamentablemente, mucha parte de la sociedad, sigue respaldando electoralmente propuestas económicas mágicas, como si realmente creyera que las cosas pueden conseguirse gratis y que el Estado es algo que no les compete porque su financiamiento en todo caso debe depender de otros, ajenos a ellos. Esa es la causa última de la inflación: un conjunto decisivo de electores que creen que lo que el Estado “les da” se lo saca a otros y no a ellos mismos vía el envilecimiento inmoral del dinero.
Sería interesante reflexionar sobre estas realidades ajenas que a veces resultan útiles para entender porque nos pasa lo que nos pasa y por qué estamos cómo estamos.