El “reportaje” que la presidente concedió al periodista Hernán Brienza en Canal 7 sigue dando motivos para el análisis. De todos los temas tocados por la señora de Kirchner hay uno que resulta repetitivo y, quizás por esa misma razón, vale la pena detenerse un momento en él.
Se trata de lo que Cristina define como la “repartición” del poder. Ella dijo que “del 100% del poder”, la “política” tendría, a lo sumo, el 30 o el 40% y que por lo tanto, “el verdadero poder está en otro lado”.
Resulta recurrente este concepto en la concepción política de la presidente. En alguna medida, se trata de un capítulo más de su costado victimizante, según el cual, ella siempre está en el peor de los lugares (es la presidente más criticada, la más insultada, a la quieren derrocar, le hacen las cosas difíciles porque es mujer y tantas otras quejas que ha lanzado al aire como paraguas abiertos).
También el dicho puede considerarse coherente con su célebre objetivo de “ir por todo”: siempre creerá que le falta algo para lograr el completo dominio que persigue.
Pero analicemos con algún detenimiento el concepto en sí. En primer lugar surge el aspecto “estadístico”. ¿De dónde sacó la presidente la supuesta existencia de un 100% de “poder”?, ¿qué es, para la señora de Kirchner, el 100% del poder? Recordemos que la presidente comparó ese supuesto total contra lo que sería el “share” de la “política” (que ella ubica entre el 30 y el 40%).
Como no hay dudas de que la “política” tiene el 100% del poder para hacer la ley (porque claramente ningún ciudadano que no se organice políticamente tiene posibilidades de llegar al Congreso, que, a su vez, es el único con capacidad legislativa); de juzgarla (porque sólo la “política” tiene legitimidad constitucional para elegir a los jueces); y de ejercer la administración del país (porque sólo la “política” a través del Poder Ejecutivo tiene el enorme poder de dictar decretos, resoluciones de la AFIP, circulares del BCRA, todo tipo de reglamentaciones y demás instrumentos con capacidad de darle vuelta la vida como una media a una persona de la noche a la mañana), habrá que concluir, entonces, dos cosas: 1) que la presidente se refiere a otros “ámbitos” de “poder” que la Constitución pone fuera del área que ella misma organiza y, 2) que el poder que la Constitución organiza no le resulta suficiente; no la conforma.
Respecto de la primera conclusión no se puede decir otra cosa más que nos referimos al campo de acción de los ciudadanos privados, es decir, de los individuos supuestamente libres a quienes la Ley Fundamental les dio las prerrogativas y derechos necesarios como para que organicen sus vidas como mejor les agrade y les convenga.
Y respecto de la segunda, que la presidente tiene como objetivo de su gobierno hacer ingresar a lo que ella llama “la política” (es decir, a ella misma) en ese terreno que la Constitución les reservó a los ciudadanos.
Las conclusiones son obvias porque si la “política” ya tiene el 100% del poder que le corresponde (porque ningún privado puede inmiscuirse en lo que ella decide soberanamente y, si lo intentara, el Estado le respondería como los cañones les responden a las hormigas) es obvio que estamos hablando de otras “esferas” de poder distintas a las que tienen que ver con los quehaceres primarios del gobierno.
Y no hay dudas que esas esferas son privadas. “Privadas” en toda la extensión de la palabra: privadas porque son de exclusiva responsabilidad del sector privado y también porque el Estado esta “privado” de invadirlas.
Lo que la presidente parece sugerir a partir de su queja es que “la política” (es decir el Estado, es decir, ella) debería tomar también esa “parte” del poder que la Constitución les reservó a los habitantes.
Parecería que la presidente se sentiría más conforme si la “política” (es decir el Estado, es decir, ella) pudiera decidir lo que se produce, a qué precio se lo vende, los gustos de la sociedad, qué se lee, dónde se lo puede leer, si se debe ahorrar y cómo se debe ahorrar; cómo informarse y en dónde, si se puede viajar o salir del país, de qué modo hay que vestirse, qué se debe comer, cuánto se debe ganar y de qué manera hay que pagarlo, etcétera, etcétera. Que todos estos resortes estén aún en manos privadas (si bien con severísimas restricciones impuestas, justamente, por la política) la molesta.
A esta concepción responde el constante sonsonete de que “los poderosos son otros”, no el Estado. Pregunto: si a la presidente le apasiona el poder, ¿por qué se dedicó a una actividad que no lo tiene? Debería haber permanecido ejerciendo su exitosa gestión como abogada en lugar de abrazar una actividad “secundaria” como la política, que es un sello de goma que no domina nada.
Ese cuento de la existencia de una “jabonería de Vieytes”, ahora llamado “circulo rojo”, que es el verdadero centro de poder contra el cual el Quijote justiciero del Estado se enfrenta todos los días, a costa de los enormes sacrificios personales de la propia presidente, es un verso inverosímil.
El Estado puede aplastar como a una cucaracha a cualquier ciudadano. Bastarían un par de firmas en otras tantas resoluciones para mandar al muere a quien intentara enfrentarlo. Dispone de la inteligencia, de los medios, de los instrumentos para destruir a quien quiera en cuestión de segundos.
Pero parece que todo ese poder no conforma aun a la presidente. Ella necesita más. Necesita todo. Cualquier cosa menos que el “todo” es nada.
Por eso quizás le convendría ir con la verdad y decirle a la gente que persigue un Estado “totalitario”. Totalitario en el sentido etimológico de la palabra, sin connotaciones ideológicas. Un Estado que haga todo y que haya aspirado por completo toda esfera decisión individual. Solo así se sentiría conforme.
Si la palabra “totalitario” suena algo fuerte sugiero reemplazarla por “todolitario”, es decir, un Estado omnipresente que haya absorbido todos aspectos de la vida nacional. En esa utopía Cristina viviría feliz . Nadie leyendo lo que elige libremente, nadie comprando lo que decida por sí, nadie poniendo un precio por su cuenta. El Estado en todo. Ella en todo. El ansiado 100% de todo. “No quiero solo el 30 o el 40% del poder para administrar tu vida. Quiero tu vida. Solo con ese 100% de tu existencia estaré contenta. Allí no habrá más enemigos y reinaré por siempre”.