En la cena inaugural del Coloquio de IDEA en Mar del Plata, el economista norteamericano James Robinson, autor del libro Why Nations Fall (Por qué fracasan las naciones), se despachó con una novedad rutilante: el éxito económico no depende tanto de una acertada política económica como de la vigencia de instituciones jurídicas que aseguren la vigencia de un orden de derecho y una justicia independiente del gobierno. ¡Gracias Robinson por la novedad! De no ser por nuestros benefactores de IDEA que lo trajeron para que nos desayunara con la revelación de semejante misterio, no nos hubiéramos dado cuenta.
Pero más allá de las ironías, es verdad que para una subcultura política como la Argentina, semejante perogrullada puede tener el alcance de una iluminación; de una verdad dicha por alguien que nos hace ver la luz.
En efecto, ninguno de los países exitosos en el mundo, empezando por los EEUU -el país más innovador de la historia humana-, ha fundado su suceso económico en la aplicación de una determinada teoría económica. En realidad lo que estos países han hecho es vertebrar en un orden jurídico simple algunas verdades incontrastables de la naturaleza, organizarlas de modo armónico para luego dejar que, en el clima de confianza básico que ese mismo orden había creado, el ingenio humano invente, cree e innove para que la vida mejore.