De falacias e ilegalidades

En la presentación del nuevo Código Civil y Comercial, la Presidente se detuvo especialmente en el artículo que establece el peso como moneda de curso legal, diciendo que, con sus más y sus menos, desde 1869 la Argentina había crecido con “su peso moneda nacional”, hasta que en 1991 con la sanción de la ley de Convertibilidad se permitió una dualidad monetaria con el dólar.

En un párrafo en el que derrochó nacionalismo de baja calidad y una sensiblería que debería ser ajena a las cuestiones económicas, la Presidente pareció relacionar la vigencia de una moneda nacional más con los sentimientos patrióticos que con la existencia de una herramienta apta para intercambiar mercaderías y servicios y para ahorrar.

Habría que recordarle a la mandataria que fue su “clase” -la de los políticos o “la política”, como a  ella le gusta decir- la que le voló literalmente 13 ceros al amado “peso moneda nacional” fruto del despilfarro al que la administración del Estado sometió al país y que como consecuencia de ello el “peso moneda nacional” pasó a ser materialmente inservible a todos los fines útiles que debe tener una moneda.

La migración argentina hacia otras monedas no fue un deporte nacional de cipayismo sino una necesidad impuesta por las circunstancias de contar con algún instrumento que tornara medible las operaciones.

Si la Presidente está tan preocupada por hacer del “peso moneda nacional” el estandarte por excelencia de la soberanía patriótica, debería empezar por cuidarlo, por no envilecer su valor imprimiendo billetes a lo pavo como si fueran talonarios de rifas y para ello debería cuidar el gasto que genera el déficit que luego pretende cerrar con la imprenta de la Casa de la Moneda funcionando a destajo.

Si esas previsiones de política económica fueran atendidas, el “peso moneda nacional” recobraría valor y regiría por lo que vale y porque es útil para cumplir con los fines para los cuales se crea una moneda, no por la imposición marcial de un bando patriótico, que lo único que genera es la hipocresía de un discurso y la manifestación de una conducta completamente contraria.

En otro momento -no se sabe si por un acto fallido- la Presidente dijo que no recordaba bien las fuentes del Código de Vélez Sarsfield “porque hacía mucho que no ejercía la profesión” y agregó, “afortunadamente”. ¿Qué habrá querido decir con eso? ¿Qué le fue mejor como política que como abogada? ¿Que más allá de su famosa frase en Harvard (“Siempre fui  una abogada exitosa”) en realidad su “fortuna” (quizás de allí venga lo de “afortunadamente”) la hizo como funcionaria y no en el ejercicio de la profesión? No se sabe. Pero la “broma”, porque la Presidente usó ese tono, no se entendió.

También la Sra. de Kirchner hizo hincapié en que el código era el resultado de un gran consenso nacional y que recetaba los nuevos acuerdos de la sociedad argentina sobre las distintas materias a las que el código se aplicará. Sin embargo, sobre el final en la parte encendida de su discurso, ya con el pico caliente, dejó en claro que la obra era una manera de “dejar plasmado en una ley lo que se había hecho en estos 10 años” y que “allí se consagraba lo que la voluntad popular había votado”.

¿Y el consenso, entonces, Sra. presidente? ¿No era que el código no era la ley de una facción de la sociedad sino el fruto de un “acuerdo”?

Ahora sí se entiende por qué el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, incurrió en lo que, paradójicamente, puede convertirse en el tumor oculto que condene al código a no regir nunca: la prohibición de que el proyecto pase a comisiones y la imposición de discutirlo en el pleno del recinto, en donde fue aprobado en la misma sesión por la mera fuerza del número. La aprobación de la ley está impugnada en la Justicia por ese motivo y varios diputados opositores adelantaron que de ganar en 2015 suspenderían la vigencia del Código como mínimo por un año hasta que esas ilegalidades se resuelvan como deben resolverse.

En esos párrafos finales del discurso presidencial estaba la verdad: el código no es el fruto de un gran consenso nacional sino la aspiración personal de dejar una marca partidaria en la historia: lo dijo la Sra. de Kirchner “dejar plasmado en una ley lo que se hizo en estos 10 años”

Es indudable que la Presidente solo responde al concepto aluvional de la “democracia” (si es que a ese modelo puede llamársele “democrático”) según el cual quien gana unas elecciones automáticamente se erige en la encarnación misma de todo el pueblo y puede hacer lo que quiere, “dejándolo plasmado en una ley que rija el modo de vida de la sociedad para los tiempos…”

El código de Vélez Sarsfield, aquel cuyas fuentes la presidente apenas podía enunciar, rigió 145 años. ¿Es ese el horizonte de tiempo que la Presidente imagina como legado de la “década ganada”? ¿Imagina a los futuros estudiantes de Derecho endiosando la ley que dejó “plasmado” lo ganado en aquella época -para ella-  gloriosa?

La propia réplica de los diputados opositores que adelantan la suspensión de su vigencia si ganan las elecciones es una prueba más de que la argentina es una sociedad sectaria, en donde los bandos pretenden asumirse como los dueños del todo cada vez que tienen el poder. De allí de andar a los “bandazos”, producto de que los “bandos” pretenden arrastrar al conjunto hacia lo que no son más que sus posiciones de facción.

Más allá de la necesidad de adecuar la ley a los tiempos -y quizás la mayor adecuación sería justamente abandonar la tradición de la “codificación”- ese tránsito no puede llevar el color de una elección que, por lo demás, parece ya muy lejana,  con números que ni de cerca reflejan el sentir político de la sociedad argentina de hoy.

Es una pena que el trabajo de personas pensantes se pierda inútilmente de este modo. Más allá de que el nuevo código implica un paso más hacia la colectivización de la sociedad en detrimento de los únicos derechos civiles válidos (los que pueden ser ejercidos por personas físicas o jurídicas reales y no por entelequias colectivas que le permiten a los funcionarios del Estado entronizarse y usufructuar un lugar de privilegio respecto del ciudadano común), es un pecado que vuelva a utilizarse las instituciones de la democracia para imponer lo que es el parecer de algunos como el parecer de todos.

Explosiones de cinismo

La Presidente tiene una enorme facilidad para decir en público todo lo contrario de lo que hace. Ayer en Santiago del Estero presentó la idea de “empezar a pensar” el traslado de la Capital al interior del país -ella dijo, “¿por qué no Santiago del Estero, madre de ciudades?”- y en ese acto, sin perder ocasión para darle un palo a alguien, aprovechó para decir que estas ideas de avanzada había que llevarlas adelante más allá de lo que dijeran las encuestas.

“Estoy segura que mañana ya van a aparecer las encuestas diciendo que esto es impracticable, pero los líderes deben llevar adelante las ideas que benefician al país más allá de lo que dicen las encuestas… Estoy segura de que si San Martín hubiera sometido a una encuesta el cruce de los Andes le habría dado negativo..”

Más allá de que la referencia pendenciera era completamente inútil porque nadie la había atacado, el concepto, cuando se lo contrasta con las realidades con las que el gobierno se mueve, es completamente falso.

Si hay un gobierno que en decisiones fundamentales se ha guiado por las encuestas, ese gobierno es el de los Kirchner. Recuerden lo que los documentos prueban de su postura respecto de los derechos humanos. No existe un solo registro que pruebe la preocupación de Néstor o Cristina por el tema, mientras transcurrían los años de plomo en la Argentina e incluso luego, en democracia, cuando ya Alfonsín había puesto el drama sobre la mesa.

Fueron las encuestas las que torcieron aquel protagonismo y lanzaron al matrimonio a hacerse pasar por los adalides de esa la lucha.

Del mismo modo ocurrió con el proyecto de ley de matrimonio igualitario. La Sra de de Kirchner tenía una postura fuertemente contraria a su implementación. Lo mismo que su esposo. Fue Vilma Ibarra quien, desde Nuevo Encuentro, había presentado la idea y a quien le habían sugerido sutilmente que la abandonara. La diputada no se amilanó y presentó el proyecto. A partir de su conocimiento comenzaron a conocerse encuestas que le daban un amplio apoyo. Los Kirchner cambiaron en el acto, a tal punto que ese voto fue el único que emitió Néstor mientras fue diputado. La presidente tuiteó: “Sin Kirchner no habría matrimonio igualitario”.

Otro tanto sucedió con la AUH que, cuando era un proyecto de la diputada Carrió, recibía las críticas de la Presidente bajo el argumento de que se trataba de una iniciativa “asistencialista”. Bastó que las encuestas lo endosaran para que el gobierno girara sobre su propio eje y se apropiara de la idea.

Qué decir del cambio copernicano frente al Papa Francisco. De la frialdad más absoluta de “estamos contentos porque hoy tenemos un Papa latinoamericano” a convertir a Bergoglio practicamente en su confesor personal.

Y, más recientemente, en la cuestión de los buitres, la Presidente se envalentonó cuando las encuestas que le llevaban a su escritorio demostraban que una porción mayoritaria de la sociedad convalidaba su postura combativa.

Sin embargo, ayer la Sra de Kirchner la emprendió contra las encuestas bajo el argumento de que “los grandes líderes” no se deben dejar llevar por ellas. En fin…

Pero yendo al fondo de la cuestión del traslado de la Capital, la idea ha sido fomentada por el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Dominguez que también ha lanzado su candidatura a Presidente.

Escuchar a Dominguez hoy profundizar sobre los fundamentos de su iniciativa le hace a uno preguntarse si nos están cargando, si en el gobierno existen cauces complemente contradictorios y sus protagonistas hacen como que no los ven para cuidar su puestito detrás de un liderazgo monolítico al que no se le animan, o si lo que prima es un cinismo excelso que hasta podríamos llamar “profesional”.

Preguntado el Presidente de los Diputados sobre las razones que lo llevaron a presentar la idea dijo que si uno estudiaba las principales inversiones de los últimos años y el flujo de negocios regional, llegaba a la conclusión de que era el norte del país donde todo ese movimiento se concentraba, por lo que era estratégico mudar el centro de las decisiones políticas más cerca de donde todo eso pasaba y que en particular Santiago del Estero reunía muchas de las condiciones que se precisaban para aprovechar esas ventajas. Una de ellas era la cercanía al Pacifico, al que definió como el “centro de los negocios y del comercio del mundo de hoy”. Dominguez también dijo que el país debía aprovechar esta ola y convertirse en una máquina de exportar para “salir a comerse la cancha…”

Uno se restrega los oídos y dice, ¿pero es verdad lo que estoy escuchando?, ¿qué está diciendo este señor? La razón de la incredulidad estriba en que todo el discurso ideológico del gobierno al que Dominguez pertenece es completamente contrario a esas ideas. Por empezar, la noción general de “mundo” es una idea aborrecida por el núcleo duro del cristinismo. La Presidente es la líder de una corriente aislacionista que persigue descolgar a la Argentina del mundo; “del flujo de intercambio”, en palabras del presidente de la Cámara de Diputados. El modelo que Kicillof y la Presidente representan odian los “flujos de intercambio”. Al contrario, promueven el encierro y el “vivir con lo nuestro”. ¿Desde cuando el ala que tiene la sartén por el mango en el gobierno promueve la integración global, y el “salir a comerse la cancha”?

Dominguez se refiere al “centro de los negocios y al comercio del mundo de hoy”, ¡pero si la usina central del pensamiento económico decisivo del gobierno aborrece los “negocios” y el comercio! Lo dijo Kicillof en el Congreso: “Hay dos conceptos que odio: la seguridad jurídica y el clima de negocios”.

Sin ir más lejos la propia Presidente acaba de lanzar en la Bolsa de Comercio la idea de generar un mercado de capitales propio con independencia del mundo, precisamente para no depender de él y para seguir encerrados en nuestras propias fronteras. ¿Cómo se compatibiliza eso con la idea de Domínguez de “salir a comerse la cancha”, si el mismísimo concepto de “salir” está mal visto?

En sus ensoñaciones, el presidente de los diputados salió a hablar de avalanchas de exportaciones, cuando la realidad es que decenas de industrias se han fundido por las prohibiciones de exportar, empezando por la industria láctea y la ganadería. Y otras miles se debaten entre mil trabas ridículas que seguramente se extrapolarán a la enésima potencia cuando la Cámara que él preside -y probablemente con sus ingentes esfuerzos personales para lograrlo- convierta en ley el proyecto de abastecimiento.

Por todo esto uno se pregunta ¿en manos de quien estamos?; ¿tiene esta gente una noción global, compatible y coherente sobre el set de ideas que quiere aplicar? Ni siquiera discutimos si estamos o no de acuerdo con esas ideas. Lo que preguntamos es algo previo: si tienen alguna idea enhebrada seriamente para presentarle al país. 

Da la sensación de que muchos personajes importantes del gobierno tienen una desconexión muy grande entre sus ideas, sus tácticas y hasta sus conveniencias personales. En el caso de Dominguez, por ejemplo, si este es su pensamiento real, debería estar peléandose con medio mundo en el gobierno, empezando por hacerlo con la propia presidente. Pero sus conveniencias políticas le indican lo contrario. Y Dominguez prioriza esas pequeñeces antes de salir a defender aquello en lo que cree. A veces cuando sale en público y manifiesta sus verdaderas convicciones estratégicas no tiene otro remedio que echar mano del cinismo, porque solo ese arte, pariente de la hipocresía, torna posible seguir perteneciendo al gobierno y decir todo lo contrario a lo que el gobierno hace.