Si las paradojas pudieran jugar esas malas pasadas que uno siempre quisiera evitar, no hay dudas de que el final de 2014 ha traído un embalaje completo de ellas a la Sra. de Kirchner. Terminar su mandato con la sospecha de ser la cabeza de un gobierno policíaco, que vigila a los ciudadanos, que ejerce la censura y que deposita en un general, cuyo pasado se hunde en las oscuridades de la dictadura, la confianza del aparato de inteligencia interior, es francamente estremecedor.
El contraste de esa realidad con las palabras huecas que pretendían presentar al gobierno como la antítesis de los generales de los 70, casi como la verdadera restauración democrática -en un ensayo no por ridículo menos intentado, de hacer como que entre el General Bignone y Néstor Kirchner no había ocurrido nada en la Argentina- resulta sinceramente patético.
Un gobierno acallando a periodistas, contraviniendo las leyes que él mismo hizo dictar contra viento y marea -como la de medios- para consolidar el más grande aparato de propaganda que la Argentina haya conocido jamás; un gobierno desconociendo las leyes de seguridad interior y de inteligencia, que manda a realizar tareas de vigilancia sobre los opositores y los jueces; un gobierno desbocado en cuanta referencia se haga al respeto por la institucionalidad… Es una enorme paradoja, una gran cabriola del destino que vuelve a probar que no es conquistable ni por palabras ni por relatos.
El gobierno de los Kirchner ha reivindicado más de una vez a los grupos revolucionarios de los 70. Lo ha hecho de palabra y lo ha hecho con dinero. Ha empleado a muchos de sus integrantes, ha utilizado fondos públicos para indemnizar a sus familias, aunque no ha indemnizado a las familias de los caídos en el otro bando. Aquellos grupos perseguían la utopía socialista; buscaban la instauración de una dictadura del proletariado: si de una dictadura. Que conste que ese término no lo usamos ni lo inventamos nosotros; forma parte de las originalidades del Manifiesto Comunista.
Toda dictadura supone un régimen militarizado de gobierno, la supresión de derechos (o mejor dicho: la supresión de los derechos de aquellos a los que la dictadura considera sus enemigos y el otorgamiento de todos los derechos a los protagonistas de la dictadura y a los que la cortejan).
Resulta increíble que el gobierno de la Sra. de Kirchner termine pareciéndose a ese modelo que buscaban aquellos movimientos revolucionarios. En lugar de parecerse a una república constitucional, la Argentina, en el año final de la presidente, se inclina hacia ese modelo autoritario, de base policíaca, vigilador, silenciador de la opinión contraria, operador de inteligencia interna en manos militares, protector de personas a quienes algunos legisladores llaman lisa y llanamente “genocida”.
¿Qué pensará la Presidente a todo esto? ¿Soñaba terminar de esta manera? Pablo Giussani escribió a comienzos de los 80 “Montoneros, la soberbia armada” una crónica sobre la organización guerrillera y sobre el paralelo que él encontraba entre ellos y el fascismo italiano en cuanto a su culto a la muerte.
Giussani imaginaba, hace más de un cuarto de siglo, que los Montoneros terminarían siendo olvidados y que nadie en el futuro se atrevería a reivindicarlos. En esto se equivocó. Pero en lo que estuvo acertado fue en la selección de la palabra “soberbia” para definir aquel proceder desfachatado, negador de todo lo que no fuera ellos mismos, altanero, provocador, terminante.
¿Pensará la Sra de Kirchner en lo que se ha convertido su gobierno? Un reducto de soberbios, que han copado los centros neurálgicos de la administración, de los medios, de las empresas públicas, de los organismos de control… Que aspira a hacer lo mismo con la Justicia, e incluso con algunas empresas privadas.
¿Qué es esto sino algo muy parecido a lo que perseguían aquellos jóvenes armados que sentían por la muerte una rara veneración, como describió Giussani? El ideólogo marxista italiano Antonio Gramsci acusó de “bestias” a los revolucionarios comunistas que querían implantar la dictadura del proletariado por la fuerza de las armas. “Nuestra táctica debe ser otra”, advirtió, “debemos cambiar el sentido común promedio de la sociedad… Por intermedio de cientos de intelectuales orgánicos que copen las artes, la cultura, los medios, el cine, el periodismo, debemos convertir a los burgueses a nuestro pensamiento… Cuando ese proceso haya terminado, todos serán marxistas, sin disparar un solo tiro” (Cuadernos de la Cárcel y L’Ordine Nuovo) ¿No hemos asistido en estos años a esta formidable reconversión?
Nunca antes la palabra democracia había sido tan tergiversada como ahora. Hoy se nos quiere hacer creer que los empellones de los votos no son empellones. Nadie en el gobierno repara en las garantías constitucionales que limitan el poder de esos votos en resguardo de las minorías, tal como ellos hubieran querido que los empellones del autoritarismo militar hubiera tenido un límite que impidiera la muerte de tantos.
Hoy, muy probablemente, incluso, ese esquema de “mayorías” y “minorías” haya cambiado sustancialmente. Pero el gobierno sigue sosteniendo que lo único que vale es su opinión porque ellos son “el pueblo”: la soberbia relatada.
¿Era éste el horizonte que la Presidente soñaba para su gobierno? Una realidad autoritaria, sorda, que embiste y atropella, que manda a callar, que hace inteligencia interna con militares, que suprime instituciones, que divide, insulta, ironiza y agravia… ¿Era este el modelo de democracia avanzada que la Sra. de Kirchner tenía en mente? ¿Lo quiso siempre y lo disimuló o cayó en esto por impericia?
Si las paradojas pudieran jugar esas malas pasadas, se las han jugado este año a la presidente Kirchner. Nada de lo que se anunciaba cuando asumió la presidencia por primera vez -el emprolijamiento institucional del arrebatado período de su esposo- se ha cumplido. Al contrario: ocho años después termina con una república disminuida, con vicios propios de regímenes uniformados, a los que, paradójicamente, tanto vilipendió.