El intendente de Tigre ha sido criticado -incluso desde estas mismas columnas- por no dar una señal clara sobre dónde está parado.
En efecto, desde muchos lugares, la indefinición de Massa ha sido materia de opinión negativa en los lugares de análisis de la política nacional porque en todos ellos se parte de la premisa de que el país está en un momento en donde se necesitan palabras firmes y posiciones claras.
La propia presidente ha reclamado eso desde su venerado atril: “hay que saber de qué lado se está”, dijo enfervorizada, como siempre.
Y es cierto que en, primera instancia, paracería ser mejor tener una postura transparente y de contornos firmemente marcados, en un momento en que el país se acerca a una elección trascendental para su futuro.
Pero viendo el escenario con algo más de distancia y perspectiva, quizás haya que darle una oportunidad más a quien aparece hoy por delante de todos en las encuestas.
El kirchnerismo ha extremado en los últimos 10 años todas la variables posibles de la vida social. No ha hecho otra cosa más que someter a una constante confrontación prácticamente todas las cuestiones nacionales. Con ello ha conseguido dividir y enfrentar fuertemente a los argentinos. No hay medias tintas en la constelación kirchnerista; no se admite la moderación ni la equidistancia. Todas esas grisuras son sacrilegios para el gobierno y, particularmente, para la señora de Kirchner.
Cristina Fernández ha profundizado ese sesgo durante sus dos gobiernos. A la estrategia de confrontación de Néstor Kirchner, ella le ha agregado estigmas y anatemas.
Lo natural en esas circunstancias es que se haya formado, efectivamente, un polo absolutamente ceñido a su poder que la sigue incondicionalmente y otro polo que no la puede ver, que desearía verla terminar su período para que se inaugure un riguroso proceso de investigación judicial en el que deba responder todas las dudas que se abren frente a ella.
Este último grupo también sueña con un 2015 en donde comience a revertirse todo lo que se hizo desde 2003, por el simple expediente de comenzar a hacer exactamente lo contrario.
Desde el punto de vista humano y teniendo en cuenta cómo el kirchnerismo se ha manejado con quienes no pensaban como él durante estos años, esa reacción es casi natural. Pero probablemente, si lo que se persigue realmente es el bien del país y no simplemente la revancha política (como el propio kirchnerismo demostró que ése era el único objetivo de su gobierno) aquella no sea la alternativa más inteligente.
En efecto, es posible que los cambios que gran parte del país reclama no puedan hacerse de golpe, ni mucho menos empujando el péndulo de la soja con una fuerza inmensa hacia su extremo opuesto. Esa reacción visceral conformaría los instintos más bajos del revanchismo, pero llevaría al país de nuevo a un enfrentamiento efímero: sería hacer más kirchnerismo, sería reconocer que los Kirchner ganaron la batalla cultural de que no puede haber una Argentina unida, sino que siempre debe haber dos países enfrentados, con la necesidad de considerarse enemigos uno del otro.
En este punto la grandeza de la magnanimidad puede hacerle un gran favor a la República. Si quienes derroten al kirchnerismo lograran iniciar un alejamiento gradual de la visión del mundo en la que los Kirchner embarcaron al país en estos últimos 10 años en lugar de pretender producir un cambio copernicano en un período muy corto de tiempo, seguramente las posibilidades de que el país no vuelva a caer nunca más en semejantes desvaríos aumentarán. Puede que resulte paradójico pero de algunas adicciones sólo se sale si la dosis de adicción no se corta radicalmente.
Lo natural es que quien rechaza visceralemente algo tienda a creer que hay que dejar de hacerlo en la primera oportunidad que se presente. Pero muchas veces la sinuosidades de una estrategia más fría produce efectos más convincentes y duraderos.
Esta interpretación nos obliga a repensar a Sergio Massa. No estoy diciendo que el intendente de Tigre sea un magnánimo que, estando en la vereda opuesta al kirchnerismo, entienda la conveniencia de empezar a terminarlo de a poco y no de golpe. Al contrario, es posible que en la mente de Massa sólo figure el cálculo político. Pero lo que puede ocurrir en este caso es que la avaricia del cálculo político coincida con lo que conviene hacer desde el punto de vista de intereses un poco más elevados.
Muchos de los efectos de esta táctica de hormiga quizás exasperen a los que reclaman ver al kirchnerismo -y a la presidente en particular- pagando sus cuentas una arriba de la otra y cuanto antes. Pero el futuro de la Argentina es más importante que eso y si el precio a pagar es ser “suave” en la transición, pues soy de la idea de pagarlo.
Hasta es posible que ese precio incluya el que algunas cuentas del kirchnerismo queden sin pagar; que muchos de los que desfilaron por el gobierno en estos años “se salgan con la suya”, incluida la propia presidente. Pero si queremos salir de la revancha y del péndulo no habrá que descartar cierto olvido.
Se trata del olvido que el kirchnerimo prefirió no tener. Como si se tratara de alguien que pudiera subirse a un pedestal inmaculado, libre completamente de culpas, los Kirchner se colocaron a sí mismos en un lugar desde el que juzgaron a Dios y a María Santísima, repartiendo epítetos de todos los colores y adjudicándose el patrimonio de la verdad.
Ese camino sirvió para que lleguemos al lugar en el que estamos hoy: el de un país partido al medio, con posiciones casi irreconciliables. Por eso, si Massa ha decidido ser alguien diferente pero “de a poco”, ojalá su cálculo político coincida con el cicatrizante que estamos necesitando.
No importa que esa táctica impida ir a enrrostarle un triunfo categórico en la mismísima cara de la presidente y de todos aquellos impresentables que se lo tendrían merecido, por la altanería y la soberbia de todos estos años. Después de todo el kirchnerismo ha sido un fenómeno con suerte: es posible que siga teniéndola aun en su caída y que sea la primera víctima política de quien su vencedor no hace una carnicería.
Pero, repito: ese será un precio barato si su contrapartida es salir de la lógica de la revancha.
Los países civilizados han avanzado por “evolución”, no por “revolución”. Habrá que acostumbrarse a salir de la cosmovisión kirchnerista usando dosis homeopáticas y apostar a que ese trabajo lento pero titánico nos liberará definitivamente del fraticidio.