[Lo que sigue es un extracto de mi libro ¡Viva la sangre!, que reveló que Córdoba fue entre agosto de 1975 y octubre de 1976 el laboratorio de la represión ilegal de la dictadura. Es decir, que los desaparecidos comenzaron antes del golpe, una hipótesis incómoda para el peronismo en general]
El ex mayor del Ejército Ernesto Barreiro reveló en un juicio en Córdoba los lugares donde estarían enterrados los restos de 25 desaparecidos, 21 de ellos detenidos o secuestrados durante los últimos meses del gobierno constitucional de la presidenta Isabel Perón.
El ex mayor Ernesto Barreiro recuerda que, cuando se incorporó al Destacamento 141 de Inteligencia, en enero de 1976, el general Luciano Benjamín Menéndez, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, “ya era la cúspide de un poder alternativo espectacular. Lo traté bastante; un tipo de Caballería, que es el arma por excelencia de la ofensiva; suelen ser tipos simples, que van al frente, con perfil de líderes. No tomaba sus decisiones según su antiperonismo. No confundía las cosas; Menéndez nunca salió a cazar subversivos porque eran peronistas. Tampoco tenía una gran ambición de poder: su asonada de 1979, que le costó la carrera, fue un gesto simbólico porque no aceptaba el rumbo que había tomado el gobierno; no aceptaba arreglar con los políticos sin hacer las cosas que él pensaba que había que hacer”.
En su territorio, Menéndez se comportaba casi como un señor feudal: hacía prácticamente lo que quería. Por ejemplo, a mediados de enero de 1976 el general Jorge Videla envió a Córdoba en su propio avión de comandante en jefe del Ejército a uno de sus colaboradores de mayor confianza, el general Juan Pablo Saá, subjefe de Inteligencia de su Estado Mayor, con la misión de decirle a Menéndez que debía liberar a Juan Alberto Caffaratti, miembro del Partido Comunista y de la comisión directiva del sindicato de Luz y Fuerza. Caffaratti había sido secuestrado el 15 de enero y el PC pedía por él; Videla buscaba el respaldo de los comunistas y de la Unión Soviética para el golpe y para su gobierno, objetivos que lograría ampliamente. Pero, Menéndez despachó rápidamente a Saá con la información de que Caffaratti ya había sido muerto. Su cadáver nunca apareció.
Menéndez tenía una idea bien definida sobre cómo debía ser la represión en su territorio y quiénes tenían que ser sus objetivos o blancos: las guerrillas por un lado y la izquierda por el otro, tanto en la política y el gremialismo (en especial, en las comisiones sindicales de las grandes fábricas), como en las universidades y la cultura en general. Una reacción conservadora y autoritaria contra las amenazas al orden establecido; contra la Córdoba rebelde, capital de la revolución socialista.
Para Ernesto Martínez, diputado del Frente Cívico, Menéndez “fue usado por la sociedad tradicional de Córdoba para recuperar el aparato del Estado en todos sus niveles, por ejemplo a través del desplazamiento y nombramiento de funcionarios y jueces, decisiones que pasaban por el Tercer Cuerpo”
La represión a la cordobesa fue implacable, brutal, pero selectiva: no afectó a las dirigencias de la Unión Cívica Radical ni al Partido Justicialista; tanto fue así que cuando terminó la dictadura ambas fuerzas conservaban los liderazgos de 1976: el ex senador Eduardo Angeloz seguía siendo el presidente de la UCR y fue el candidato a gobernador en 1983 mientras que Víctor Martínez acompañó a Raúl Alfonsín en la fórmula presidencial; en el peronismo, el candidato a gobernador fue Raúl Bercovich Rodríguez, que había sido el último interventor federal antes del golpe. Tampoco la CGT, la Iglesia Católica y la Justicia sufrieron muchos cambios.
“El Ejército —afirma Barreiro— no se metió con ningún factor de poder de Córdoba. Con la Iglesia, ni fu ni fa; la relación con el arzobispo Raúl Primatesta no era buena comparada con la relación que había con otros obispos en otros lugares. Primatesta tenía varios curas jodidos. Nunca se los tocó para no meterse con la Iglesia a pesar de que varios de esos curas eran los responsables de la formación de tantos subversivos”.
Barreiro sostiene que “Menéndez sabe el destino final de cada desaparecido. No se le escapaba una mosca en materia de hacer cosas que no se podían, por izquierda. Llevaba un control esctrictísimo: había cero libertad de acción en Córdoba”.