Se suele poner demasiada ideología en la concepción del Estado. Es lógico, porque es algo que sirve al bien común y a todos nos preocupa. Pero la ideología, a diferencia de las ideas, está vacía de razón y sustento, fundamentándose exclusivamente en algunos dogmas que sólo el fanatismo puede entender como válidos. Abogar por que las cosas sean estatales no es un enfoque, es ideología. Lo importante no es que las cosas sean estatales o privadas, sino que los ciudadanos puedan tener garantizados sus derechos y que las cosas funcionen. Estatal o privado es una cuestión secundaria, que tiene que decidirse sobre la base de la cultura y las necesidades de un país. En Argentina quedó demostrado a lo largo de los años que todo lo estatal funciona peor que lo privado: no es así en otros países del mundo. Nadie pretende la eliminación del Estado, sino encontrar el tamaño adecuado que tiene que tener para que nuestro país funcione, pero que a la vez no trabajemos todos sólo para sostenerlo.
Sobre todo desde la izquierda se suele oponer, sin razón alguna, la idea de que un Estado eficiente es un Estado ausente. El Estado, como cualquier otra organización, tiene un fin, tiene un objetivo y existe para cumplirlo. Dejando de lado la discusión de cuál es el objetivo del Estado, todos entendemos que para cumplir con su misión necesita disponer de una serie de recursos. Dichos recursos, por practicidad, se miden en unidades monetarias, es decir, dinero. Sin embargo, el dinero es en realidad una herramienta de gestión, porque detrás hay siempre bienes y servicios y, por lo tanto, el trabajo de las personas. Esto quiere decir que en última instancia el Estado se sostiene con el trabajo de todos nosotros. Independientemente del bolsillo del que sale el dinero para pagar los impuestos, todo lo generamos los argentinos con nuestro trabajo. Continuar leyendo