Siempre sostuve que las feministas no la tienen fácil en este país, pero no porque se trate de una sociedad especialmente machista; al contrario, la Argentina es el país menos machista de toda América Latina y el que no lo crea que cruce la frontera y lo experimente.
No, el problema de las feministas vernáculas es que las principales conquistas femeninas del siglo XX en materia de participación política se deben a la iniciativa de dos hombres.
El voto femenino, que el folklore atribuye a Evita, no hubiera sido posible sin la decisión de Juan Perón. Más aún, es casi seguro que la idea vino de él, que fue el maestro de ella en política. Sin Perón, no hubiese existido una Evita.
Sin embargo, recientemente escuché a una numen del feminismo argentino decir, muy suelta de cuerpo, que Evita promovió el voto femenino “pese a tener un esposo machista”. Semejante nivel de negación sólo se explica por la imposibilidad de aceptar que haya sido de un hombre –militar para más datos- que las mujeres argentinas recibieron una de las leyes más emancipadoras de la historia.
No es algo fácil de tragar para un feminismo que sólo se concibe en oposición a los hombres y para el cual ser varón es sinónimo de ser machista.
La investigadora española Marysa Navarro, biógrafa de María Eva Duarte, dijo en una ocasión: “Eva descubrió a las mujeres a través de Perón; él fue el primer jefe de Estado argentino que puso el tema femenino en la mesa, antes de que Evita se metiera en política”. A Eva, su “machista” esposo le enseñó a construir poder político como mujer. Navarro dice que esto fue tan indigerible que, “aunque parezca triste, las feministas se opusieron [a la sanción de la ley]”.
Varios años más tarde, en 1991, la historia se repitió cuando nuevamente un hombre, el entonces presidente Carlos Menem, impulsó la Ley de Cupo Femenino, por la que un tercio de los puestos en las listas de diputados y senadores deben ser ocupados por mujeres. También en ese entonces, algunas militantes criticaron la medida.
Sin embargo, la socióloga feminista Dora Barrancos reconoció el papel de Menem en la iniciativa: “La nota peculiar en la materia la daba el propio presidente: dispuesto a ser irreductible y viendo que la aprobación de la norma no obtenía garantías suficientes, impuso al ministro del Interior acerca de la necesidad de convencer a los remisos del justicialismo; ése empeño fue decisivo”. Aunque atribuyó esta actitud al “cálculo político” y a “designios no encomiables”, reconoció que el cupo tuvo efecto en materia de “derechos para las mujeres”.
Estoy convencida de que existe en Argentina una sobreactuación feminista. No es fácil destacarse con una iniciativa por la “igualdad de género” en un país que ya tuvo dos mujeres presidentes –Cristina no fue la primera, mal que le pese-, cuyo Congreso es uno de los de mayor representación femenina porcentual del mundo, y que ocupa el 8º lugar en el ranking de presencia femenina en ámbitos públicos en general (según datos del International Institute for Democracy and Electoral Assistance, de Suecia).
Esto explica algunos proyectos delirantes como el de doble apellido obligatorio, apellido materno en primer lugar, supresión de la partícula “de”, lenguaje inclusivo forzoso, etcétera, con los que algunos buscan destacarse en un terreno en el que lo más decisivo ya está hecho.
Lo llamativo, además, es el tono con el cual fundamentan estas iniciativas: uno se creería en un país talibán. Por ejemplo, cuando el Senado debatía una ley para “Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres”, en el recinto se escuchaba: “El disvalor de la mujer es soporte fundamental de nuestra herencia cultural”; “La mujer es la gran discriminada en todos los aspectos sociales”; “Como mujeres nos sentimos a diario y en todo momento agredidas en nuestra dignidad”, etc. Y no faltó una senadora –“hermana de” para más datos- que, como muchas de sus pares, ocupaba una banca gracias a la ley de cupo-, que afirmó que “durante muchos años, en nuestro país, ésta ha sido una lucha sólo de las mujeres”.
Pero la sobreactuación feminista no es sólo femenina. También los varones caen en excesos. El escritor Ricardo Piglia por ejemplo dijo que “Cristina (Kirchner) es un personaje muy interesante, (…) porque es una mujer conduciendo el peronismo en un país muy machista”.
Salvo que esté devolviendo gentilezas por la invitación al Salón del Libro en París, sorprende este comentario en un país que tuvo una presidente mujer tan temprano como en la década del 70 y que tiene una de las leyes de cupo más avanzadas (en el congreso argentino hay más mujeres que en el francés).
La última sobreactuación en data también es de un hombre: el diputado nacional José Luis Riccardo (UCR, San Luis) quiere llevar el cupo femenino al 50 por ciento. El problema, nuevamente, además de la propuesta son los fundamentos. Entrevistado por Luis Novaresio para Infobae TV, y tras señalar que ya la mujer estaba discriminada en la democracia ateniense, sin miedo a la desmesura, dijo: “Veinticinco siglos y la mujer todavía aparece muy poco en la política”. ¿En qué país vive?
También intentó minimizar el valor de la Ley de cupo, diciendo que era “un mínimo” que muchas veces “ha actuado como un techo”. El periodista le señaló entonces que el radicalismo tenía muy pocas mujeres. Cosa que él quiso negar pero no pudo nombrar a ninguna, lo que no le impidió criticar al peronismo…
La hoy senadora Norma Morandini me dijo una vez lo siguiente: “Las feministas europeas tenían una frase muy cínica, decían que la verdadera igualdad iba a llegar cuando las mediocres también fueran ministras”.
Y una precandidata a presidente, cuando le preguntaron si la mujer iba a traer más transparencia a la política, respondió indignada que era injusto exigirles más a “ellas” que a “ellos”. Traducción: las mujeres tenemos el mismo derecho a la corrupción que los hombres.
Bueno, les tengo una mala noticia: se ha alcanzado tal nivel de igualdad que ya quedó demostrado que en política las mujeres pueden ser tan mediocres, corruptas e ineficientes como los hombres. Por lo cual sería bueno que, dejando de lado la sobreactuación feminista, hombres y mujeres trabajasen codo a codo por volver a poner a la política al servicio de valores, para construir una Argentina más unida, justa y solidaria.