Cada vez que comienza un nuevo proceso electoral volvemos a escuchar una frase que agrada, que impacta, que derrama espíritu democrático: “Hay que hacerlo entre todos”. Parece surgir de sanas intenciones de sumar, de ampliar la participación en la toma de decisiones, de democratizar la vida de los argentinos. Hoy aparece con inocencia en las distintas fuerzas opositoras que consolidan ofertas electorales propias mientras apelan al “entre todos”, y con astucia desde el propio Gobierno, que cada tanto hace una pausa en su furiosa estrategia de dividir a los argentinos para decir que tal o cual problema debemos solucionarlo “entre todos”.
Muchas veces esa apelación inicial al “entre todos” degeneró luego en imposiciones hegemónicas, con pretensiones “fundacionales”. No resultó ser un reconocimiento al “todos” en la diversidad, sino una intención de pretender que todos asuman la visión o gestión propia. Del “entre todos” se pasaba al “todos conmigo” fácilmente, partiendo -como partían- de la idea de que la historia “de verdad” empezaba con ellos. Fantasearon con que la seguridad, la economía, la educación, la salud, la pobreza, los alineamientos internacionales y muchos otros temas fundamentales de la Argentina y de los argentinos, que conllevan políticas a largo plazo que exceden sobradamente un mandato electoral, eran sólo de su competencia porque una mayoría circunstancial así lo había determinado.
La frase que se repite no está mal: las decisiones sobre los grandes temas -los que tienen que perdurar en el tiempo- tienen que tener el máximo consenso y el máximo compromiso de todos para llevarlos a cabo. En un año electoral está muy bien volver sobre la necesidad de construir políticas de Estado duraderas en el tiempo. Pero tengo la sensación de que en esta Argentina de hoy eso solo no alcanza.
La Argentina que nos dejará Cristina Kirchner está gravemente enferma de valores. Estos años provocaron la naturalización de lo que no debe ser natural. Es la Argentina que mira mayoritariamente sin asombro a un vicepresidente como Boudou; a una presidenta convertida en magnate hotelera; a integrantes de La Cámpora ocupando miles de lugares en la administración pública sólo para asegurarse futuro laboral; a la inflación, a las cifras de pobreza y a la inseguridad que nos mienten, al narcotráfico que se instala, al discurso violento que divide a los argentinos, entre muchas otras cosas. Nos acostumbramos. Hasta incorporamos como natural la posibilidad que quienes nos gobiernan “puedan tener que ver” con la muerte de un fiscal que investiga. Empezamos a asumir que esas cosas son “naturales”, inevitables y que tenemos que convivir con ellas.
El primer gran compromiso que deben acordar las fuerzas políticas y sociales es la promoción de otros valores, “desenfermarnos”, naturalizar otros modos de vivir, para lo que no se requiere ser originales: basta tener memoria, recordar quiénes fuimos, y sumarle algo simple, mirarse en el espejo de países cercanos que más allá de mayor o menor éxito en las gestiones de sus gobiernos ha resuelto hace años qué es “natural” y que “no se debe aceptar”.
Parecen cuestiones obvias, que se supone ya incorporadas a los valores de nuestra clase política, pero propongo que las fuerzas que acuerden con ello firmen, para iniciar la etapa que viene, un compromiso que implique: 1) impulsar la cultura del cumplimiento de la ley; 2) no promover ni tolerar desde el Gobierno ni desde la oposición la división de los argentinos ni la utilización de discursos ni acciones violentas; 3) no aceptar que desde ningún ámbito se emplee el dinero de los argentinos para ningún otro fin que el que establece la ley; 4) no engañar a los argentinos sobre la realidad que atraviesan en materia de inflación, pobreza, empleo, inseguridad, etc. y 5) acordar extender los derechos humanos a todos los planos y a todos los argentinos: a la vida, a la seguridad, al trabajo, a la verdad, al progreso…
Muy elemental: no mentir, no robar, cumplir la ley, promover la paz y el reencuentro de los argentinos, reconocer los derechos de todos.
El cristinismo arrasó la moral del país. A fuerza de relato convirtió en natural lo que no es tal. La realidad que nos dejará nos obliga a reencontrarnos para volver a la normalidad. No tenemos alternativa.
Quienes continúen enfermos de corrupción, de mentira y de violencia deberán curarse primero. Pero estoy convencida de que recuperar valores es lo que desea la inmensa mayoría de los argentinos. Casi todos. Y esto lo tenemos que hacer entre casi todos. Esta vez en serio.