Fuimos el movimiento que supo producir las mayores transformaciones de la Argentina. Desde nuestro surgimiento en la historia política nacional fomentamos la agremiación de los trabajadores que les permitió obtener una mejor calidad de vida; aumentamos el nivel del empleo y los salarios; alentamos al desarrollo industrial y la producción del campo. Además, favorecimos el acceso a la vivienda, a la salud y a la educación; promovimos el crédito; potenciamos al interior postergado; inauguramos (y pusimos en marcha) centrales hidroeléctricas, plantas siderúrgicas, diques, gasoductos, refinerías de petróleo, rutas, puentes.
Pero en ese entonces no logramos unir a todos los argentinos. Intentamos hacerlo en 1973, cuando Juan Perón volvió para decirnos: “Para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”. Lo entendió una inmensa mayoría, pero no algunos, que decidieron enfrentar al vocero de la unidad nacional. A partir de allí nuestros conflictos internos no le permitieron al país iniciar el camino donde todos —a pesar de nuestras diferencias— podamos trabajar unidos por el bien común.
Después llegó la noche negra más trágica de nuestra historia.
A partir del retorno a la democracia, recién en 1989 volvimos al Gobierno. Y les dimos a los argentinos diez años de menemismo y doce de kirchner-cristinismo. Carlos Menem, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner llamaron “peronismo” a algunas acciones que dudo que Perón hubiera reivindicado como propias. Cada uno de los ciudadanos tendrá su balance de lo vivido. Lo que estamos obligados a compartir es la realidad. Es objetiva. Está a la vista. Continuar leyendo