Un 17 de noviembre de hace cuarenta y dos años, tras diecisiete de exilio, retornaba al país el general Perón. Lo hacía en el marco de un gobierno militar jaqueado por levantamientos populares que en varias provincias habían alcanzado niveles pre-insurreccionales. La Argentina se incendiaba a la vista de todos y la dictadura militar reinante, herida de muerte, balbuceaba respuestas disparatadas. El general Onganía, entonces Presidente, llegó a afirmar ante oficiales superiores, convocados por la grave crisis social, que aún faltaban veinte años para los tiempos políticos. Punto. Un silencio mortuorio recorrió al marcial auditorio.
El gobierno de entonces estaba escaso de materia gris. El último y único militar lúcido del antiperonismo gobernante era el general Lanusse. Llegado a la presidencia a consecuencia de la ingobernabilidad política, tomó la decisión y se dispuso a hablar con Perón. Para eso pergeñó un plan que denominó el Gran Acuerdo Nacional (GAN), que consistía en reivindicar su figura histórica para arrancarle luego la renuncia a su candidatura.
Se fundamentaba en restituirle el rango militar con derecho al uso del uniforme, abonarle los salarios adeudados, declararlo libre de las causas legales pendientes y devolverle el cadáver de Evita. Como contrapartida, Perón debía aceptar un presidenciable negociado y renunciar. El disparate era más colosal aún: Lanusse pensaba en él como el candidato de la unidad nacional, tal como se lo confió a su amigo Paco Manrique.
El alocado proyecto duró poco pues Perón se negó a semejante tramoya. Fue tal el disgusto del “Cano” que sancionó un decreto que estipulaba que para ser candidato había que estar presente en el país antes del 25 de agosto de 1972 y residir permanentemente después de esa fecha. No podrían ser candidatos, tampoco, quienes se alejaran de la patria por más de quince días sin informárselo al ministro del Interior. Es bien conocido que Perón no vino en los términos estipulados por Lanusse. Nueva proscripción. Sin embargo, el peronismo estaba habilitado y los muchachos ya gastaban a cuenta los emolumentos de los futuros cargos. Acompañando la proscripción, Lanusse sancionó una reforma electoral que incluía el balotaje. Para ser presidente se necesitaba el 50,01 % de los votos y don Agustín estaba convencido que sin Perón en la fórmula se derrumbaba el mito de las perpetuas mayorías.
Perón no aceptó los términos planteados y regresó cuando se le dio la gana o mejor dicho cuando sus consejeros le informaron que a su arribo se generarían las condiciones de un golpe militar en el marco de una inmensa movilización popular que echaría por tierra el plan de Lanusse. El 17 de noviembre de 1972 cuando el ilustre exiliado llegó a Ezeiza nada de eso ocurrió. Ni hubo pueblada ni menos fractura militar. Perón no logró torcer el brazo de Lanusse. Sin desmayar, convocó a una reunión al conjunto de los partidos a realizarse en un restaurante de Vicente López llamado Nino. Allí se dio de bruces con la realidad, se percató que los políticos presentes nada harían frente a la nueva proscripción. ¡Eran todos concurrencistas! Abrumado y sin masa crítica capaz de modificar la relación de fuerzas, se marchó del país nominado la fórmula Cámpora-Solano Lima.
Perón volvía a tensar la cuerda ya que Cámpora violaba la ley del 25 de agosto pues se había marchado del país sin informar al gobierno. ¿Por qué lo hacía? Muy sencillo, para que Lanusse lo proscribiera. Ante esa circunstancia límite, el anciano general convocaría al voto en blanco. Lanusse, tan pícaro como Perón, se dio cuenta de la maniobra y no lo hizo. Tiempo después escribió:
“¿Por qué hizo esa designación? Es razonable pensar que lo fue para encontrar en el veto de su candidato el pretexto para resolver el voto en blanco que le permitiera provocar un clima de honda perturbación política y social que pudiera provocar la caída del gobierno” (Lanusse: Mi testimonio)
En esta observación de Lanusse estuvo el secreto de aquellos aciagos días. Lanusse no proscribió a Cámpora, como buscaba Perón, violó su propia ley y lo dejó correr, en el entendimiento que el odontólogo no alcanzaría al 50% de los votos. Habría balotaje. Ante esa situación, el peronismo caería derrotado. Así pensaba Lanusse, como lo ha manifestado con claridad en su libro.
Perón fue sorprendido por dos razones, primero porque avanzaba la fórmula de Cámpora a quien él no deseaba como candidato y segundo porque no hubo balotaje y Cámpora fue presidente.
¡Perón no podía sufrir un desengaño mayor! Lanusse tampoco podía cantar victoria puesto que las cuentas le salieron mal Cámpora llegó al 49,60% de los votos y no hubo balotaje. Asumió el 25 de mayo de 1973.
Perón y Lanusse, en esa oportunidad, podrían haberse mirado y preguntarse: ¿Qué pasó?
Un comentario más. El anciano General, nuevamente proscripto y con el silencio cómplice de aquellos políticos que no quisieron comprender el sentido del 17 de noviembre y el almuerzo en Nino, decidió no concurrir a la campaña electoral, lanzando desde Europa, a donde había regresado, todo tipo de brulotes temerarios contra la dictadura con el fin de provocar a Lanusse y anular las elecciones. No ocurrió. La soledad en que quedó Cámpora posibilitó su copamiento por las bandas terroristas que asolaban al país, procurando desde adentro y con apoyo presidencial derrotar a Perón. La lección no ha podido ser más ejemplar: la tozudez de Lanusse y la pasividad de la élite política posibilitaron el encumbramiento en el gobierno camporista del terrorismo de Estado.