Finalmente, el Gobernador de la provincia de Buenos Aires, contra lo que se pensaba, se impuso a la Presidente de la Nación, ganando la batalla silenciosa que ambos mantenían desde hace años. Lo mismo hizo con Florencio Randazzo. El triunfo de Daniel Scioli sobre Cristina Fernández, sobre Carlos Zannini, sobre el ministro de Transporte y el kirchnerismo duro ha sido tan contundente que 678 se vio obligado a entrevistarlo, y el resto del kirchnerismo a enmudecer de bronca y desasosiego. Penoso resulta observar a los intelectuales de Carta Abierta darse vuelta como un guante y defender al futuro candidato. Acá hay que decirlo de una vez: al Gobernador, en caso de ganar las presidenciales o mejor dicho al Estado nacional, no le va a costar mucho “convencer” a estos pensadores que con el paso del tiempo resultarán cada vez más baratos.
Cristina no pudo o no se animó a hacer lo que Macri realizó con Horacio Rodriguez Larreta, esto es, apoyarlo definitivamente, y abandonó a Florencio Randazzo a su suerte o al fracaso. No tuvo el coraje del jefe de Gobierno porteño, habida cuenta que a este último el periodismo le advertía del posible triunfo de Michetti en la interna capitalina. En su retroceso, Cristina ha demostrado que no es la Jefa de la cual hablan sus seguidores como si lo es Macri en su espacio. Al retirarse, pretende minar el camino del Gobernador de Buenos Aires, en caso de ser ungido presidente. ¿Podrá? Es dudoso puesto que reponerse de una derrota cuando no hay horizonte de poder potencia los males.
El ganador aún no se vislumbra. Lo que queda claro es el perdedor, y esto es el kirchnerismo. Si Macri gana las elecciones habrá mariscales de la derrota. Y el peronismo en la oposición deberá sacudir su cuerpo como los perros al salir del agua. Si por el contrario Scioli fuese el triunfador, no le resultará sencillo al kirchnerismo imponer su “ideario”. Si bien el Gobernador no es un político de pelea, seguramente nunca entrará en la trampa que pretende el cristinismo salvaje del debate ideológico, como tampoco dejará de gobernar con cierta autonomía. En la primera vuelta se define la conformación del Parlamento y nada indica al día de hoy un triunfo contundente de ningún candidato lo que hará de las Cámaras un lugar más amigable. Llegado el caso, Scioli podría gobernar con la oposición. Y Macri con sectores del peronismo. Como afirma Kunkel: se abre una etapa institucional.
Un poco de historia
Sólo hubo una vez en nuestra historia política que un candidato presidencial- sucesor del jefe partidario- lograra su objetivo sin que el mandatario saliente moviera un dedo. Fue el caso de Juárez Celman. Roca nunca se pronunció públicamente a favor de su concuñado aunque en el fondo lo deseara. Por lo tanto Juárez no fue presidente contra la voluntad de Roca ni por el favor de él.
El desenlace de esta experiencia -renuncia de Juárez y asunción de su vice, Carlos Pellegrini- no puede ser tomado como muestra de recurrencia en la medida que la ruptura de Célman con su jefe se fue produciendo en paralelo con la crisis económica hasta desembocar en los hechos del 90. Más tarde, Hipólito Yrigoyen nominó a Marcelo T. de Alvear corriendo el riesgo que el ilustre embajador en Francia se transformara en el jefe de la oposición dentro de su movimiento, como efectivamente ocurrió.
El general Agustín Justo armó la fórmula de su sucesión: Ortiz-Castillo que triunfó en las elecciones de 1937 con la idea de retornar al poder. No pudo, falleció en las vísperas. Finalmente algunos periodistas e historiadores señalan equivocadamente el ejemplo de Perón al proponerlo a Cámpora. Falso. Cámpora jamás fue el candidato del General. El Tío no podía ser pues por la ley del 25 de agosto de 1972 estaba proscripto al igual que su jefe. Y, si su candidatura pasó, fue gracias a la voluntad del general Lanusse.
Estamos, entonces, frente a una novedosa experiencia donde el candidato del partido oficial se impone al jefe político y presidente saliente para disputar el gobierno con una oposición, al parecer, más homogénea. ¿Será pato o gallareta?