En el Facundo de Sarmiento hay una escena, descrita con pluma maestra, que exuda un enorme dramatismo. El caudillo riojano, huyendo de la ley, marchaba a pie por el desierto conocido como la Travesía, que une a la provincia de San Luis con la de San Juan. Arrastraba Quiroga su figura por aquellas polvorientas tierras cuando oyó, a lo lejos, bramar a un tigre. El animal cebado en carne humana buscaba saciar su vicio en las entrañas del caudillo. Apuró éste el paso, abandonó su montura y corrió a un débil algarrobo, alcanzando la punta, mientras se mantenía escondido en el ramaje, en constante oscilación.
Sus pertenencias que yacían con la montura fueron despedazadas por las furiosas garras del tigre que frustrado lo miraba desde el llano. Esta vívida escena en la que para salvar la vida se abandona todo, hasta el coraje, prevaleciendo la prudencia, me recuerda la huida de Cristina de la “revolución a la contrarrevolución”.