Sábado 14 de noviembre, 21.30 h, Ciudad de Buenos Aires. Estoy intentando, sentados a la mesa de un restaurante, explicar a mi hija de 19 años el porqué del viernes 13 en París.
Por qué tres o cuatro (a esta altura no se sabe aún con certeza) comandos del Estado Islámico (ISIS, Estado Islámico de Irak y el Levante) asesinaron a más de 130 personas, hirieron a cerca de 350, de las cuales como mínimo morirán unas 80 (tal como ocurre entre los heridos de las grandes catástrofes habitualmente, donde un 20%-25% suele fallecer luego del día de la tragedia). Gente de a pie, comunes mortales que decidieron entretenerse una noche de viernes en lugares de esparcimiento de París, gente como cualquiera de nosotros.
Hombres y mujeres jóvenes que seguramente no tenían una posición tomada sobre la “guerra santa” desatada por el ISIS y que jamás pensó que sería protagonista de esa guerra que se desarrolla en lugares lejanos, tratando de reinstaurar un califato decadente, absurdo, imposible de sostener desde la lógica más elemental de convivencia mundial.
Así el planteo, le contaba a mi hija que volvía a Roma (lugar donde trabajo) urgentemente, porque el lunes a la mañana en una sesión especial del Senado el Gobierno italiano (Poder Ejecutivo) nos explican las medidas de seguridad a tomar en las grandes ciudades italianas, con la finalidad de evitar atentados y escuchar nuestro parecer, nuestros puntos de vista sobre el particular, ya que así funciona un sistema democrático parlamentario. Continuar leyendo