El amague del jueves 20, anunciado por el jefe de Gabinete de ministro y vocero del gobierno Jorge Capitanich de limitar las ganancias, el olvido de los derechos humanos de los estudiantes venezolanos y en especial el silencio ante el segundo aniversario de la tragedia de Once que demostró nuestra presidente, parece una copia barata de la política venezolana, pero no por ello menos lamentable y peligrosa. El sábado estuve en los dos actos que se dieron en Buenos Aires, donde el reclamo por el respeto por los derechos humanos en Venezuela y en Argentina era el eje central: “libertad” se exigía en las escalinatas de la Facultad de Derecho, y “justicia” se reclamaba en la Plaza de Mayo.
En ambos países murieron jóvenes. En ambos países hay tristeza y desamparo. En ambos países los gobiernos no se hacen cargo, ni toman las medidas para solucionar la crisis. No hay funcionarios ni sentenciados ni despedidos, como tampoco pedidos de disculpas; pero sí “enemigos declarados” como la prensa y los medios. En ambos países, la omnipotencia del Estado está diluyendo la democracia. Pero también en ambos países, como ocurrió en Ucrania, la sociedad civil se involucró. Seres humanos comprometidos demuestran coraje cívico y luchan a su manera por la defensa de sus derechos, haciendo visible que la dignidad humana y la lucha por la libertad son irrenunciables.