Si nos atenemos a los datos más notables de las elecciones del 25 de octubre: el triunfo de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, incluyendo el corte de boleta para evitar a Aníbal Fernández y los puntos perdidos por Daniel Scioli respecto de las PASO, una manera de interpretar el resultado es el voto castigo. Es decir, no querer votar más al kirchnerismo. Según esa interpretación, la necesidad de contar con la bendición de la Presidente, sus intervenciones en la campaña y la imposición de la desprestigiada figura de Fernández arrastraron a Daniel Scioli hacia el precipicio.
Lento de reacciones, el candidato oficial tardó una semana en sacar la cabeza del agua arremolinada de las internas y los pases de factura del peronismo. La Presidente indicó la interpretación que dará de los resultados si pierde Scioli, a quien se vio obligada a aferrarse al final por ser el único que marcaba en las encuestas. En su primer discurso después del fracaso electoral, Cristina Kirchner se preguntó dónde fueron a parar sus votos del 54% de 2011. A buen entendedor pocas palabras: si gana Mauricio Macri, la derrota tiene una única cara, la hierática de Scioli. Desde el sciolismo, en cambio, coinciden en parte con el diagnóstico de Cambiemos, las elecciones denotaron hartazgo de kirchnerismo. Continuar leyendo