No es solo un centro cultural, como pretende el Gobierno llamarlo, sino una obra de características monumentales, una experiencia única, en homenaje al kirchnerismo, al ex-presidente santacruceño y a los elementos que constituyeron su vida. A tal punto que se llama Kirchner y se aclara que este ex-titular del Ejecutivo Nacional era hijo de “un trabajor postal”. Una osadía que costó 3.800 millones de pesos en medio de mishiaduras fiscales y con un 26 por ciento de pobreza r0ndando la culpa o la vergüenza de los que constatan a diario esa realidad de contar un argentino pobre cada tres. A pocos meses de concluir su gestión, Cristina Fernández se da el gusto e impone a la sociedad este trabajo arquitectónico de enorme esfuerzo para las arcas estatales que ella pretende será eterno.
El colega Pablo Gianera describe lo que ve como periodista e invitado en el ex edificio de Correos hoy Centro Cultural Kirchner”. Escribió : “Es un artefacto de evidente complejidad política y estética”. Lo principal construído es la “Ballena Azul”, que Gianera llama “la vedette”. Se trata de una sala sinfónica considerada entre las más grandes del mundo, pero de dimensiones menores a algunas ya conocidas como la de la Filarmónica de Berlín, por ejemplo.
Está claro: el Teatro Colón, concluido en 1908, queda echo un poroto. Todo está acompañado por un órgano imponente, por pianos que costaron 250.000 dólares cada uno y de diversos instrumentos que deberían haber sido adquiridos en la Argentina a muchísimo menor valor que lo que figura en el presupuesto.
Ninguna capital del mundo tiene algo semejante al Centro Cultural Kirchner. Sus lugares de conciertos y grandes actos son en sitios que compiten con modernas arquitecturas, no en presupuestos para hacerlos. Y no se jactan de ser enormes. Un caso es el de Sydney ,en Australia, otro es el del Metropolitan o el Carnegie de Nueva York, el de Oslo (donde la madera del país juega un papel principal en la acústica), el Kennedy de Washington o las Óperas de Paris y la de Milán. Quizás quiera igualarse o superar en dimensiones a la del centro parlamentario de Moscú o al sitio de encuentro del Partido Comunista chino en Pekín.
Pero en la Casa Rosada se defienden y aseguran que tiene dimensiones parecidas al Centro Pompidou de la capital francesa. Habría que hacer los cálculos pertinentes y eso está en manos de especialistas.
Hay mucha historia detrás de la cáscara externa de la ex planta de cemento del Correo, que fue casi un “modelo” en su tiempo. El Correo original tardó casi 40 años en construirse (empezó en 1889 y concluyó en 1928), donde se mezcló el clasicismo francés y el art-decó. Fue el primer edificio público argentino diseñado según los principios de la Ecole de Beaux Arts de Paris.
Cuando en el 2003, producto de la privatización, quebró la empresa Correo Argentino en manos de Mauricio Macri, el edificio fue entregado bajo la responsabilidad del Ministerio de Economía. y se decidió hacer “algo importante y significativo” en ese sitio para el año del Bicentenario. Contrataron a distintos arquitectos hasta que el emprendimiento pasó a manos de Julio De Vido, Ministro de Planificación , quien confiesa ahora que los trabajos tuvieron un costo de 301 millones de dólares. Cálculos privados no aceptan esa cifra y señalan que se gastó bastante más.
Quizás en mejores tiempos la obra hubiera sido aplaudida, siempre y cuando no se computara el exhibicionismo de las salas dedicadas a Néstor Kircher, con grabaciones de su madre y el resto de su familia. O al espacio donde reina todo lo referente a su hijo, Máximo Kirchner. Mejor hubiera sido que el Gobierno se ocupara de todo lo que hace falta : escuelas, hospitales, guarderías, urbanizaciones, agua potable donde no hay, cloacas.
El “culto a la personalidad” del que hizo gala este Gobierno ha llegado, con el Centro Cultural Kirchner, a su más alta expresión. Hay calles, avenidas, centros deportivos y para otros innumerables fines que llevan el nombre de Néstor Kirchner. No los he contado en toda la nación, pero posiblemente iguale su mención a la de los máximos próceres de la Historia.
La utilización de los nombres presidenciales es típico de gobiernos autoritarios-totalitarios. Los gobiernos que los permiten creen igualarse, en importancia, a la jerarquía misma de la patria. Fue característico en el mundo soviético y en sus naciones satélites donde desfilaban las estatuas de Lenin y las de Stalin (hasta 1956, cuando se lo derribó de los pedestales), en cada ciudad, en cada parque, en cada instituto, en la Alemania hitleriana, en la Italia fascista, en la China maoísta y en la China actual donde sigue imperando la veneración por el “líder” de la Larga Marcha.
¿De quién depende la autorización para colocar nombres a los lugares públicos? ¿De los municipios locales, de los caprichos de los intendentes, de los Parlamentos que votan democráticamente o de la decisión unipersonal de quien gobierna la nación?Compleja la realidad política nacional.