En los últimos días, la Presidente de la Nación y el ministro de Economía se han ocupado de denostar al periodismo. Esta actitud no es nueva ni en Cristina Fernández ni en Axel Kicillof ( “vení, vení chiquito”, lo convocó en la tarima del acto del sábado pasado). Es bueno recordar que, en vida del ex-presidente Kirchner, el matrimonio se solazaba utilizando el atril en la Casa de Gobierno para atacar a periodistas con nombre y apellido y plantarles su pasado (notas antiguas,
episodios desconocidos, trabajos, militancia o ideología) sin ningún tipo de pudor ni precaución. Atacaban a medios y los que en ellos trabajan con especial saña.
En esos casos utilizaban las carpetas en poder de los Servicios de Inteligencia para fundamentar mal o bien el ataque a las víctimas. Es decir, no sólo abusaban del poder sino que ponían a la luz, frente a todos, asuntos confidenciales en manos del Estado. En la mentalidad del matrimonio los periodistas mienten, son serviles obedientes de sus jefes. Digamos que los rechazan con especial furia. Sólo hablan, si es que hablan, con los periodistas obedientes.
Por eso se dijo durante mucho tiempo, en los diez años que nos preceden, que libertad de expresión hubo, pero lo que faltó fue el trato de cortesía elemental, la subestimación, a veces el insulto gratuito y el castigo vedándole a los que tenían entre ojo y ojo toda ayuda en materia de publicidad oficial cuando de manera paralela tenían programas de radio o de TV. Es decir que era una libertad de expresión recortada, bastardeada. Carecían de las consideraciones y montos espectaculares de publicidad (dinero del Estado ) que sí reciben los medios oficialistas (que son los menos leídos, los menos escuchados, los menos vistos). A falta de algunas críticas por parte de los partidos políticos de la oposición, los periodistas ingresaron en la categoría de “enemigos”. No hubo pruritos. Porque los militantes kirchneristas tomaban al pie de la letra y patotearon o despreciaron, o pegaron o escupieron de manera increíble, a los profesionales que no aceptaban bajadas de línea de la Casa Rosada.
Todo absolutamente diferente a Chile o Brasil . La titular del Ejecutivo de Brasil ha venido aceptado las investigaciones periodísticas para poder expulsar a ministros, banqueros y ahora empresarios de Petrobras. Eso no había ocurrido con Lula da Silva, que se erizaba cuando en algún medio ponían a sus funcionarios o a miembros de su familia en evidencias ilegales. La presidenta Bachelet no conoció el ” pacto de consideración y silencio ” de los medios en su primer año de gobierno y avanza en su camino o retrocede sin descalificar a los periodistas.
En el programa radial de Víctor Hugo Morales el lunes se despachó Kicillof, quien todavía no ha aclarado problemas serios generados en su gestión .
Dijo: “Los argentinos estamos cansados de tanta mala onda y tanta mala leche. Ver estas tapas de diarios enloquece. Son títulos repugnantes, estamos acostumbrados a las profecías de catástrofes que no ocurren”. Pero no explicó que el país está ahogado, necesitando dólares. Que la colocación de Boden fue un fracaso rotundo, que los vencimientos de la deuda externa en 2015 escalará hasta los 15.000 millones de dólares, poco más del 40 por ciento de las reservas totales que dispone el país. Que el cepo cambiario está produciendo desajustes importantísimos en la producción, que el empleo privado está paralizado, que sigue la emisión descontrolada y cubre numerosos subsidios, que la inflación cierra el año con casi 40 por ciento, que la pobreza llega al 10 por ciento de la población… Ahora bien, ¿ qué pueden hacer los periodistas más que informar? ¿ Creer acaso en las estadísticas del INDEC que viene mintiendo desde enero del 2007 ? ¿ O basarse en datos de consultoras privadas de confianza, que en su momento fueron castigadas injustamente por el ex-Secretario de Comercio Guillermo Moreno, por aportar información distinta a la del gobierno. Ahora Moreno -un especialista en el maltrato a los periodistas- deberá enfrentar a la Justicia por esas multas y su decisión arbitraria.
En el acto oficialista del sábado pasado la Presidente subió el tono en el cuestionamiento al periodismo y a los jueces. Los calificó de “sicarios mediáticos” a unos y a los jueces de ”secuaces”, a su criterio, impertinentes por inmiscuirse en
los negocios privados de los funcionarios y en los actos de corrupción. No personalizó. Sí generalizó.
La histórica filóloga María Moliner, en su “Dicccionario de Uso del Español” define así al sicario: “es el asesino asalariado”. Impresionante y sintética definición. El término es muy usado en la actualidad en el mundo del negocio de la droga, donde están en juego cifras millonarias. Sicarios son los dependientes de los Grandes o Pequeños Jefes, que matan por encargo. Aquí, en la Argentina, por venganza, los sicarios se cobraron la vida de colombianos indeseables, que no habían devuelto algunas cobranzas o competían por la apropiación de determinado territorio. Hace no muchos años, en Colombia, sicarios de 13 o 15 años mataban sin contemplación y por encargue por no más de 50 dólares. En México los sicarios son los dueños del territorio del Distrito Federal hacia el norte y en la frontera con Estados Unidos no hacen diferencias entre sus víctimas, les da lo mismo mujeres que hombres. Varios de ellos son ex-policías o miembros de las fuerzas que combaten a los narcotraficantes.
En definitiva, y no por demagogia, la Presidente igualó a los periodistas críticos con asesinos a sueldo. Lo hizo por rechazo a las investigaciones que rozan el poder. Por hablar de la economía real, no la ideal. ¿Lo dice por cuenta propia o por los machetes que le pasan sus asesores? ¿ No mide la proyección de los calificativos que utiliza? Es un asunto preocupante porque los límites de una política activa no son respetados.