En todas partes se cuecen habas, como dice el refrán. Pero no en todas partes hay castigos y reprimendas. En muchos países, por ciertas travesuras incomprensibles de algunos funcionarios, que usan los fondos públicos para divertirse, no hay perdón. En determinadas circunstancias pueden ser motivo de expulsión del poder.
Me refiero al caso Manuel Valls, autor de una “argentinada”. El día del partido, en Berlín, entre Barcelona y el Juventus, Valls, primer ministro francés, abandonó una Convención del Partido Socialista, al que pertenece, se fue a París y embarcó en un avión oficial, rumbo a la capital de Alemania, junto con sus dos hijos. No le pidió permiso a nadie, rompió con total impunidad un elemental código ético. Hasta ahora, la sociedad, enterada por los medios de comunicación, no lo ha perdonado. Ni creo que lo perdone fácilmente. En especial por la crisis que golpea al país, donde el Partido Nacional de Marine Le Pen viene ganando votos, muchos de izquierda, que ya no soportan más cierto estado de cosas. Valls es también autor de un Plan de Austeridad Pública de magnitud, muy severo en el uso de las cuentas del Estado, que ha quitado del trabajo a numerosos empleados gubernamentales, ha dado vuelta el sistema administrativo francés y se lo conoce por sus rápidas reacciones y desmesuras. Y es, además, un experto en “comunicación política”.
¿Cómo solucionó la ofensiva social? Dijo que pagaría el viaje de sus dos hijos. Esa salida no conformó a nadie. El daño ya estaba producido.
Parece que pisar la alfombra roja vuelve loca a cierta gente, la marea, la desconecta de la realidad, le da vuelta la cabeza, se sienten dueños del mundo. Todos los más altos funcionarios argentinos en la actual administración cristinista y en la anterior kirchnerista han violado normas elementales de ética pública. Jorge Capitanich, cuando era gobernador del Chaco, se hizo llevar en el avión oficial de la provincia a Panamá, junto con sus hija-. Explicó que les había prometido vacaciones porque las había desatendido por sus funciones. Muchos nos preguntamos : ¿A Panamá, cuya mayor atracción es la zona vieja de la ciudad y visitar las esclusas del Canal de Panamá, una obra gigantesca, obra de ingenieros norteamericanos en 1905?¿ O acaso a la Panamá que es paraíso fiscal? No hubo investigación periodística al respecto.
Fue un clásico en su momento. Cada vez que la Presidenta va o visitaba Calafate se hacía llevar por el avión presidencial los diarios del día. Y viaja de manera constante al sur en la aeronva oficiales o usando aviones alquilados a un costo colosal. Para ir a un encuentro internacional, los ministros Kicillof y Timerman usaron un avión oficial por un monto multimillonario. Boudou, el vicepresidente ha utilizado los mismísimos aviones oficiales para concurrir a actos políticos partidarios en el interior provinciano. Poco se sabe cómo viajan los ministros en estas semanas cuando concurren a abrazar a los candidatos del Frente para la Victoria en las provincias donde ganan las elecciones. En cierto momento se cuestionó a Karina Rabolini por usar indebidamente el helicóptero provincial.
Estas acciones tienen un nombre: impunidad. Como dijo el empresario Yabrán en su momento, en un diálogo televisivo, “impunidad es el poder”. O, si se quiere traducir ,” para tener impunidad hay que tener poder”.
¿Hay actos parecidos en otros países latinoamericanos o del Tercer Mund ? Los hay, pero eso no exime nuestros pecados.En Brasil el periodismo vigila e investiga. Así fue como cayeron ocho ministros por corrupción a partir de informaciones e investigaciones suministradas por el periodismo. El ex presidente Menem también usó los aviones y las infraestructuras de transporte estatales para movidas particulares. Es exactamente lo mismo de aquellos que confunden lo público con lo privado. Que se meten los fondos públicos en los bolsillos particulares. Desde el retorno de la democracia el único que se privó de esos usos y costumbres fue el ex presidente Alfonsín. Y en las décadas del sesenta las administraciones de Arturo Frondizi y Arturo Illia.
En algunos países el uso indebido de los bienes del Estado es castigado con penas extremas. Aquellos que hayan visto la primera temporada de la serie dinamarquesa ” Borgen” -que recomiendo muy especialmente para aprender cómo hacen política en los países nórdicos europeos- recordarán que un primer ministro danés pierde el poder inmediatamente que se supo que usó la tarjeta de crédito oficial para pagarle unas compras a su mujer en Londres. En el juego político el que publicó y se regodeó con la noticia fue el director de un medio periodístico amarillo. Pero la denuncia no pudo ser desmentida. Ese premier en caída no fue apartado de la política, siguió trabajando en ella, pero con la carga dolorosa de aquel traspiés.
Lo doloroso es que la sociedad argentina no reacciona o reacciona en pequeña dosis frente a tanta ruptura de normas de convivencia con la sociedad que son básicas.