El Papa está en misión pastoral en un país difícil como México, que está dividido geográfica e institucionalmente en dos Estados. No sólo eso. En una nación donde aparentemente funcionan los poderes supuestamente republicanas, pero impregnados de corrupción. En el amplio territorio del Norte, arriba del Distrito Federal, dominan los carteles de la droga. Mandan los sicarios de esos carteles y sus dueños. Ellos fijan la ley y dictan el orden.
El Papa trabajó intensamente y lo hizo con gran coraje en esa geografía de una violencia indescriptible. En ese hervidero, el Papa consoló pero también lanzó flechas de alto contenido político. Como representante de una grey multitudinaria, claro. En nombre de ella. Es el estilo de Francisco. También hizo política explícitamente un antecesor, Juan Pablo II, que mostró su lucha oculta a veces y muy explícita en otros momentos contra el comunismo en su país, Polonia, y en el resto de Europa del este. También actuó en política Pío XII desde 1939 hasta 1945, en momentos de guerra intensa en el continente, manteniendo el silencio en medio de masacres humanas. Prefirió no tomar partido. ¿Hizo bien, hizo mal? La historia no lo ha juzgado a como Pío XII se merece, pero en numerosos libros hay investigadores que lo apoyan y otros que lo lapidan con sus criticas.
Francisco se mete en política sin subterfugios, abiertamente. Es un Papa frontal, directo. No corresponde, pero lo hace en una instancia histórica, la actual, presionada por tensiones económicas, de desplazamientos humanos de uno a otro sitio del planeta, de dirigentes arbitrarios, de sordidez y corrupción.
Con respecto a su país de origen, la Argentina, el Papa trata de ser objetivo, pero termina no siéndolo. Recibe a quien quiere y no atiende a los que no le gustan, por distintas razones. Nunca ha renegado de su paso adolescente y adulto por el peronismo. En su momento, sin militar activamente como otros jesuitas, tenía contactos con el movimiento Guardia de Hierro.
Todos esos antecedentes pesan en el momento de tratar de entender algunos de sus gestos. Por ejemplo, antes del viaje a México le mandó un presente a Milagro Sala, encarcelada en Jujuy. Hace un tiempo no saludó a Mauricio Macri, el nuevo presidente de la Argentina, como es costumbre. A veces “tira onda”, como dirían los adolescentes de hoy, y otras muestra acciones explícitas.
Si es cierta su poca simpatía por Macri, a quien, según agendas oficiales recibirá en poco tiempo, es algo que sigue sin respuesta. ¿No hay contacto por ideologías políticas que no comparte o porque es divorciado, casado con una divorciada, con hijos de distintos matrimonios (un modelo de pareja bastante común en estos tiempos), o porque el Presidente se opone a ciertos preceptos morales de la Iglesia?
Sabiendo que está perfectamente informado de lo que pasa en la Argentina, el regalo para Milagro Sala encierra alto voltaje político. En primer lugar, gran consideración con esa dirigente detrás de las rejas, por órden judicial y oposición contra el poder enemigo de Sala.
Bien se sabe, Milagro Sala es una mujer que ha manejado fondos estatales a su antojo, que se ha erigido durante años como una fuerza de lucha paralela a la del Estado constitucional, que ha protegido a matones y ladrones de cámaras de periodistas, que mandó a patotear a sus opositores en las reuniones que ellos congregaban. Que impuso terror en los que la rechazaban en la provincia. Una señora que se ha manejado con criterio feudal y fascista, cuyo patrimonio ha crecido mucho e inexplicablemente. Un modelo de populismo extremo.
Por supuesto, el apresamiento de esta líder motivó la movilización de varias entidades sociales que vivaron durante años a Cristina Fernández porque recibían subsidios. Más la presencia del infaltable Partido Comunista, a quien le encanta el populismo.
Acamparon en Plaza de Mayo, un sitio público, y ofrecen barreras humanas para que no se desplacen automóviles y medios de transporte. Un desbarajuste para el nuevo Gobierno, que lleva dos meses y un poquito más de gestión, que se irrita pero que por el momento se abstiene de intervenir hasta que el límite sea rebalsado.
Se debe tener presente que Milagro Sala está en manos de la Justicia, en su provincia, y no por decisión de la gobernación jujeña o de otro poder político . Es la Justicia quien decide qué hacer con ella, teniendo en cuenta los cargos pesados que la mantienen donde ahora está.