Una enseñanza demagógica

En medio de las reyertas e intrigas de Palacio, en un entrevero entre la Casa Rosada y Daniel Scioli, el ministro de Educación, Alberto  Sileoni, salió a disminuir la importancia de la inseguridad, afirmando  que la educación en las cárceles abatió la reincidencia. Ojalá sea así. Porque no hay estadística seria ni pruebas evidentes  que avalen semejante aseveración. No es ésta una crítica al sistema impuesto hace muchos años, antes del kirchnerismo, de posibilitar la enseñanza en los centros de detención, porque esos lugares están superpoblados, corroídos por la corrupción del mismo sistema, los presos maltratados, hay  fugas casi consentidas. La enseñanza, allí, no frena, definitivamente, la delincuencia.

Facilitar la enseñanza, a marginales y a quienes no han podido transitar primarias, secundarias y universitarias, es un paso estupendo. Hay que ver, sin embargo, qué enseñanza, cuánta, de qué calidad y qué propósitos hay detrás de este objetivo estatal.  Porque por este camino se pueden cometer torpezas de alto calibre.

Un caso que se acerca a la demagogia política absoluta en la enseñanza es, desde 2008,el Plan FINES ( Finalización de Estudios Secundarios), impulsado por los Ministerios de Educación y de Bienestar Social. Desde que fue puesto en marcha posibilitó que más de medio millón de personas, mayores de 18 años, pudieran obtener el título. Los alumnos cursan dos veces por semana un máximo de tres horas y hasta cinco materias por cuatrimestre.

Chicos y chicas deben saltar de alegría y se considerarán superados y probablemente agradecidos en un primer momento. Pero quienes pierden son ellos mismos y es la sociedad, el Estado del futuro. Porque la calidad no está presente. Porque serán Secundarios a media marcha, que forjan  mitad de alumnos regulares. Será integrado el mañana por estudiantes que se quedaron en la banquina. Que no estarán preparados para los trabajos especializados.

Además, estos hechos implican  un desaliento formidable para los que cursan normalmente en escuelas nocturnas y seguramente con esfuerzo ( porque trabajan y no pueden resolverlo de otra manera). Vuelve el Estado a darle la espalda  a los que se esmeran y a premiar a los que no hacen lo posible. ¿Qué tipo de cultura, de comprensión de la realidad, de entendimiento general, de poder de abstracción han logrado los que se anotaron en las aulas  del FINES?

Se podrá argumentar que el FINES es una gran ayuda para los que no han podido completar el secundario en los plazos normales. Pero a eso no se lo puede llamar educación. Tampoco conviene comparar el FINES con los colegios normales ya instalados. A lo mejor alguien dirá que la educación en esos lugares consagrados aburre, que no se los prepara con efectividad para la vida adulta. Pero con el FINES llegaremos en peores condiciones.

¿No se puede preparar a los interesados en el FINES en oficios concretos, que les sirvan para sobrevivir en un país con carencias, dotando de presupuestos significativos a los Institutos que se encargarían de ello? ¿No podría el Estado preparar panaderos, zapateros, plomeros, electricistas, mecánicos, ayudantes de laboratorios, responsables de algunas áreas en las líneas de producción  industrial o agraria. En los gobiernos de Carlos Menem, en la década del noventa, se agudizó la crisis educativa con el cierre o el nulo respaldo a las escuelas técnicas que preparaban para trabajos indispensables para la marcha de un país.

Todo éste tema crea interrogantes. ¿Quiénes son los que están evaluando en serio a la enseñanza en la Argentina, en estos momentos, y utilizando a la educación como un valor agregado indispensable para los grandes cambios que necesita la nación? La cuestión ya no queda reducida a los salarios para los docentes y a la mejor preparación de los mismos. No. Hay que pensar en grande. El encuadre educativo de estos días no sirve, tiene pocas ambiciones, no se adecua a los requerimientos de la realidad. Si a eso le agregamos distorsiones estamos en el horno.