Optimistas versus pesimistas

Al margen de los que respaldan al gobierno están apareciendo economistas optimistas, no muchos. Quizás quedan seducidos por la calma financiera y no toman en cuenta que el ajuste cambiario forjado hace unas semanas está siendo carcomido por la alta inflación. Y la actual administración verá necesario recurrir a otra maniobra similar, aunque se sepa histórica y prácticamente que las devaluaciones “ a secas” , las que llegan sin instrumentos que la hagan realista, no sirven de mucho.

He escuchado a especialistas que, confidencialmente, opinan que todo lo que ha hecho hasta ahora el equipo económico y el Banco Central es funcional a la estrategia de evitar el Rodrigazo. De todas maneras, todavía falta el ajuste de tarifas de los servicios públicos y privados y de combustibles que inflarán aún más la inflación y terminarán dañando a los sectores que sacaron provecho con el ajuste, los exportadores por ejemplo. El incremento mayor de los costos internos diluirán los beneficios. Ese es el problema que ya estarían planteando las economìas regionales que colocan la producción fuera del país.

Los optimistas se dividen en distintos bandos. Están los que tienen fe ciega y consideran que el equipo económico se mueve estupendamente bien, aunque pregonan que “la figura” es Fábregas, el titular del Banco Central, un funcionario sin mucha academia pero que la experiencia de largos años le posibilita tocar los botones correctos. Están los que creen que el año transcurrirá con espasmos. Una temporada mala (la que estamos viviendo) compartiendo espacio con temporadas buenas (los fondos millonarios que vengan de la colocación de la soja) y con meses más o menos. También entienden que el gobierno sobrevivirá y podrá llegar al año que viene, el electoral decisorio, sin grandes heridas. No lo dicen pero es claro: la salvación partiría de los productores agrarios, no de la estructura estatal, siempre y cuando se les ofrezca compensaciones variadas.

Están, en la vereda de enfrente, los agnósticos, los precavidos, los que no ponen la firma en afirmaciones que arrojan tranquilidad. Se basan, esencialmente, en muy posibles situaciones de conflictividad social, para algunos probablemente incontenibles. Ven por delante un futuro recesivo que ofrece cero empleo, junto con suspensiones y cierres de producción en las plantas fabriles. Toman en cuenta una inflación que será amenaza permanente si no se pone freno al desborde fiscal, si no se frena o racionaliza al máximo el gasto público. Aseguran que para todo hay límites.

Así, habiendo puesto un moño (bastante caro, por cierto) al arreglo con Repsol por YPF, el gobierno arremete con las propuestas al Club de París, pero sin tener en cuenta que es una negociación larga y delicada. Necesaria, que requiere paciencia y no modos atropellados para lograr el apoyo financiero internacional, hoy inexistente. Estamos hablando de 9.000 millones de dólares contando los intereses que se fueron acumulando. Y está la espada de Damocles del arreglo o desarreglo con los holdouts, los que quedaron afuera en la negociación de la deuda que hizo Lavagna en 2005. ¿Qué papel adoptará la Casa Blanca frente a sentencias judiciales que nos perjudiquen?

Hasta ahora se habló de la Argentina hacia adentro. Porque la suerte de la economía argentina también dependerá de que pasará en Brasil, donde la locomotora se está frenando en serio, con lo que se perjudicaría el intercambio con Buenos Aires. Otro tema pendiente son las inversiones extranjeras indispensables, las que vienen rehuyendo la imprevisibilidad en nuestro país, el cepo cambiario y de importaciones y las limitaciones para girar dividendos a las casas matrices. Esas interesantes inversiones se canalizaron hacia Chile, Perú, Paraguay, Colombia, Brasil. A la Argentina le dieron la espalda. Las únicas conocidas fueron hacia la industria automotriz que ha mostrado tener un alto mercado consumidor.