El ajuste ya afecta a los alimentos

La política oficial de incentivo al consumo sigue sin registrar resultados positivos, no sólo en términos agregados de producción y ventas de la industria, el comercio y el transporte, según las cifras del Indec, sino que ahora se manifiesta también en el consumo básico de las familias que se sostienen en base a ofertas y traslado de primeras a segundas y terceras marcas y en la mayor inactividad de las plantas elaboradoras de alimentos y bebidas.

La serie de Utilización de la Capacidad Instalada en la Industria Manufacturera del Indec dio cuenta de que en mayo el promedio del sector fabricante de alimentos y bebidas operó con una capacidad ociosa de más de un tercio del potencial de los establecimientos. Se amplió en los últimos doce meses en más de tres puntos porcentuales.

Esa estadística había sorprendido el mes previo cuando indicó que en abril el uso de las plantas de alimentos había crecido a 75,3%, desde un mínimo de 63% en marzo, pero rápidamente la debilidad del mercado interno y más aún de exportación volvió a elevar la capacidad ociosa en casi diez puntos el mes siguiente.

También se registró mayor parálisis en el uso de diversas líneas de producción en otros sectores, con la consecuente suspensión de personal, como en la rama textil, equivalente de 24 a 27% del potencial; en la elaboración de metálica básica de 15% a 27%; y en la industria automotriz del 50 a casi 55 por ciento.

Las excepciones fueron las industrias del papel; de minerales no metálicos y de productos químicos y del caucho y plástico, las cuales se caracterizan por ser más intensivas en capital físico que humano.

Aliciente de carácter parcial
Ahora, con el cobro de los salarios en varios gremios con el incremento acordado en paritarias y el agregado del medio aguinaldo, en el Gobierno, como en muchas consultoras, esperan una tonificación del consumo que contribuya a devolver impulso a la actividad productiva y comercial, junto a los servicios de transporte y comunicaciones.

Sin embargo, no debiera perderse de vista que el ajuste de salarios convencionados sólo comprende a una franja del 50% de los trabajadores en relación de dependencia registrados, mientras que no incluye al 33% de los asalariados ocupados en negro; a los cuentapropistas que representan más de un cuarto de la población empleada, y por supuesto a los jubilados y pensionados cuyos haberes aumentan en marzo y septiembre.

Además, la incertidumbre que genera el flanco político tras la oficialización de las fórmulas a presidente y los movimientos en el sector judicial, han despertado la preferencia de muchos agentes económicos por la dolarización de carteras, fenómeno que conspira contra la deseada tonificación del consumo y reducción de la alta capacidad ociosa, la cual ahora llegó a la industria de los alimentos.

Más inconsistencias en la medición del nuevo PBI

El viernes último el Ministerio de Economía cumplió con la promesa de informar el resultado de la revisión del método de cálculo de la generación de riqueza por el conjunto de los residentes a precios de 2004, a partir de la nueva metodología que sigue para medir la inflación, empalmando con la serie a precios de 1993. Sin embargo, lejos de haber contribuido a disipar la pérdida de credibilidad de las cuentas públicas las ha potenciado, principalmente las elaboradas por el Indec y Economía.

Es que ahora las cuentas nacionales reflejaron claras incongruencias, tanto con la serie anterior como también con la realidad, además de haber transparentado parte de los enormes costos monetarios y sociales que provocó la intervención de forma el Indec por parte de Guillermo Moreno, como ya he analizado en varias notas entre el viernes y lunes último.

A modo de rápido repaso destaco que la reestimación del PBI utilizando precios más cercanos a la realidad corrigió la pérdida de representatividad de los productores de bienes, y redujo la exagerada sobreponderación que habían adquirido los servicios. Pero sorprendió que entre éstos, se observaran varios casos que ahora tienen más contribución a la generación de riqueza, como el comercio, y en menor medida los servicios sociales y de hotelería y restaurantes.

El punto es que si en los servicios en general se calcula su PBI en términos reales a partir de valores monetarios a los que se le saca el efecto de la inflación, si el deflactor pasa de 10% como estimaba el Indec con la estructura de gastos de 1993 a un rango más cercano a 25% como para 2013 midieron las consultoras privadas y en parte corrigió el nuevo IPC Nacional Urbano desde enero último, tendrían que haber crecido en valores constantes menos, y por tanto haber perdido peso en el total.

También se explicó cómo sorprendió el fuerte aumento del PBI en pesos corrientes, y consecuentemente en dólares al cambio oficial promedio de 2013, porque, como analicé en la semana, era de esperar que los productores de bienes aumentaran su incidencia en el cálculo en pesos, no en términos reales porque en ese caso las cifras eran indiscutibles (cantidad de automotores, cosechas, fabricación de bebidas, acero, cemento, refinación de petróleo, etc.), mientras que entre los servicios se esperaba estabilidad del PBI en pesos corrientes que se había informado a precios de 1993, pero menor crecimiento en términos reales. Pero no fue así: el PBI en pesos corrientes de los servicios se elevó en más de 293.000 millones para 2012, equivalente a 1.580 dólares por habitante al tipo de cambio oficial.

Sobreestimación de la apertura de la economía

Otras grandes incongruencias que surgieron en las nuevas cuentas nacionales que pude detectar fue en el caso de los componentes de la oferta (PBI más importaciones) y demanda global (consumo público y privado, inversión y exportaciones), en particular en el grado de apertura de la economía, la cual se mide como proporción del PBI que tiene la suma del comercio con el exterior (compras y ventas). A precios de 1993 esa relación era de 25,4%, mientras que a precios de 2004 se elevó a casi 40 por ciento del PBI.

Como se sabe, las exportaciones totales en el último año sumaron 81.660 millones de dólares y las importaciones u$s73.656 millones, equivalente en forma agregada a 31,2% del PBI, con un superávit resultante de 1,6% del producto. Sin embargo, de las nuevas cuentas nacionales surgió que el resultado del intercambio fue deficitario en 4,7 puntos del PBI. Ese desequilibrio pudo haber explicado la crisis cambiaria de fines de 2013 y principios de 2014 que derivó en la devaluación del peso del 15% en un día y 25% en un mes. Pero no fue así, aun cuando se expliquen uno o dos puntos porcentuales por el déficit que generan los seguros y fletes de esas transacciones con el resto del mundo.

En donde no dejó dudas la reestimación del PBI fue que no pudo ocultar como desde el cepo cambiario de fines de 2011, las importaciones que se quisieron limitar disminuyeron menos que las exportaciones y la tasa de inversión de la economía interrumpió el ritmo de aumento de los años previos, retornando a la gravitación que tenía seis años antes.