Para el mercado, 8 pesos no es un cambio de equilibrio

El ministro de Economía definió el viernes último que la parcial flexibilización del cepo para pequeñas operaciones de cambio, aunque con singular profundización para los grandes contribuyentes (se redujo el máximo autorizado de compra de dos millones dólares por mes a sólo u$s2.000, a la milésima parte!) se hacía porque “ocho pesos es un tipo de cambio de equilibrio para la sustentabilidad macroeconómica”. Sin embargo, ni Axel Kicillof, ni Jorge Capitanich, precisaron cómo entienden el equilibrio macroeconómico.

En tres días de apertura mínima del canal de ahorro en dólares se presentaron solicitudes de compra por poco más de u$s113 millones, pero sólo se efectivizaron menos de 42 millones de dólares, y las reservas del Banco Central cayeron a ritmo de 181 millones de dólares por día, pese a subir las tasas de interés en seis puntos porcentuales. A esa velocidad en los primeros días de octubre el país se queda sin reservas.

Claramente que eso no va a ocurrir, al menos en forma inmediata, porque antes la tasa de interés trepará a valores que hoy aparecen como insospechados y se asume como altamente improbable, que el Gobierno deje que esos dos fenómenos ocurran. Aunque la historia Argentina muestra varios episodios en los que las reservas cayeron a niveles inferiores a u$s5.000 millones, en los papeles, como en los setentas y ochentas, aunque disponibles mucho menos aún.

Eso es lo que está intentando hacer el Banco Central luego de que abandonara el gradualismo que mantuvo en la suba diaria del tipo de cambio oficial que iniciara el 20 de noviembre, tras comprobar en dos meses de esa estrategia que lejos de haber sido un principio de solución de los problemas, los agravó porque desalentó la liquidación de divisas por parte de los exportadores y tentó a importadores, empresas y futuros turistas a tomar posiciones, para evitar suba de sus costos.

Lo mismo, pero al revés
Ahora repite una estrategia similar con el manejo de las tasas de interés, con la convicción de que de ese modo se secará la plaza de pesos y por tanto quita un lubricante que considera esencial para el mercado de cambios, libre y oficial.

Sin embargo, aquí también Juan Carlos Fábrega y su equipo podrían equivocarse porque el exceso de pesos se estima en más de 100.000 millones, el cual surge de la dinámica del financiamiento al Tesoro con emisión, y eliminarlo con operaciones de $5.000 millones en los vencimientos semanales de Letras y Notas que luego se colocan con un plazo mínimo de 70 días, llevaría casi cinco meses.

Pero además, porque si comparte que existe semejante desborde monetario, equivalente a casi cinco puntos del PBI y logra absorberlo, paralelamente tendrá que ocurrir que la principal fuente de emisión se detenga: el exceso de gasto público que avala la Secretaría de Hacienda, que hasta ahora se cubrió con adelantos de pesos a la Tesorería.

Y si bien el Jefe de Gabinete aseguró que política de suba de las tasas de interés no afectará a las pequeñas y medianas empresas porque el Gobierno ha decidió elevar en $22.000 millones el crédito productivo a tasa subsidiada, no ocurre lo mismo para el resto de las empresas y en particular de las personas físicas que se endeudaron a tasa variable, sea para la compra de una vivienda, de un auto o de un artefacto para el hogar.

Y peor aún para las nuevas necesidades de crédito de empresas que necesitan descontar un documento o pedir un adelanto bancario de corto plazo en cuenta corriente, y por supuesto para nuevos préstamos.

Más regulaciones sobre la economía real sin atacar las causas de los desequilibrios
Una vez más, el equipo económico avanza en su afán de controlar todos los movimientos de los agentes económicos, empresas y familias, menos de poner en orden la casa propia,, poniendo una regla simple que limite el aumento del del gasto público a los recursos que obtiene con la estructura impositiva tradicional, sin agregados y comenzar a desarmar la maraña de subsidios a sectores de altos ingresos, para poder fortalecer los destinados a los que realmente los necesitan.

De ese modo, profundiza los desajustes fiscales, cambiarios y en los mercados de bienes, sin querer aceptarlo, como hace con la inflación, la pobreza y la recesión, los cuales se manifestaban inicialmente en la escalada de la inflación y del dólar libre, luego se sumó la pérdida de reservas y ahora se agregó el aumento de las tasas de interés, dando lugar a un círculo vicioso que amenaza con espiralizarse, porque no alcanzan para revertir las expectativas negativas y recrear la confianza.

Si realmente se quiere esterilizar el exceso de dinero emitido a lo largo de los últimos dos años, la herramienta más recomendada es la suba de los encajes bancarios, porque se hace de una vez, y rápidamente se puede flexibilizar, según sea la respuesta de los agentes económicos.

Pero hacer eso sin un plan integral que cierre la fuente principal del desequilibrio macroeconómico, que es el salto del déficit fiscal, no habrá ni acuerdos de precios, ni deslizamiento cambiario oficial, ni alza de las tasas de interés que puedan estabilizar los precios y el dólar libre y por el contrario precipitará la actividad productiva y comercial a un pozo depresivo, con el consecuente impacto inmediato sobre el alza del desempleo y caída del salario real, como ocurrió en repetidos episodios de la historia económica argentina. Incluso en el caso del Rodrigazo de 1975: la economía pasó de crecer 5,4% a caer 0,4%, seis puntos de diferencia! y no puedo afirmar que el Indec de entonces era intachable.

No se trata de ser patriota o no patriota, ni de inquietarse porque “se habla con el corazón y el mercado responde con el bolsillo”, sino de aceptar los repetidos y agravados errores de política económica, en particular los cometidos en los últimos 27 meses y comenzar a repararlos desde su origen, sin atajos, ni amenazas.

Noviembre fue peor que octubre pero será mejor que diciembre

Los indicadores del Indec de la actividad económica, tanto del PBI, el comercio exterior, como de las finanzas públicas y marcha de los precios, mostraron en el último mes un inquietante deterioro, y contradijeron con contundencia al denominado “relato oficial”.

La industria ya no crece 4 o 5%, como acusó en mayo y junio, sino que ahora cayó 4,9%, y se aleja inexplicablemente de las estimaciones menos contractivas que calculan las consultoras privadas.

El saldo de la balanza comercial mantiene el signo positivo, pero revela mes a mes el efecto absorbente del resultado crecientemente deficitario de la cuenta energía y combustibles.

La Secretaría de Hacienda resalta mes a mes el rol de la actividad económica y las políticas activas del Gobierno, pero las planillas que consolidan los ingresos y gastos del conjunto del sector público nacional (no incluye a provincias y municipios) mostraron en el último mes que pese a contar con una asistencia extraordinaria del Banco Central de la República Argentina y de la Anses, el déficit fiscal, tanto primario (antes del pago de intereses de la deuda), como financiero o final, se acrecentó a niveles que comienzan a encender señales de alarma: más de 3% del PBI en 11 meses, pero con un ritmo en el último mes a más de 7% del PBI oficial.

El predicado en forma recurrente desendeudamiento del Estado ya no se sostiene, ni en el lo referente a los compromisos internos (crecientemente con el Banco Central, la Anses y otros organismos descentralizados, aunque en el relato se los minimiza, porque se considera un Pagadiós), como ahora, desde el tercer trimestre, también en moneda extranjera.

Y en materia de inflación, frente a una tasa inferior a 11% anual que el Indec informa mes a mes, y menos de 8% en el caso de los supermercados y shopping, el organismo oficial de estadística calculó para la estimación de las cuentas nacionales (PBI, consumo e inversión) que se aceleró en el tercer trimestre a casi 18% para el promedio nacional y superó 27% en el caso de la variación del índice de precios implícitos en el gasto del agregado del sector público nacional.

Por qué el año termina con indicadores más devaluados
Porque la negación de la realidad social, afectada por desconocer la inflación y sus efectos perniciosos sobre los sectores de la población de menores ingresos, incluyendo los cuadros menores de las fuerzas de seguridad que provocaron un levantamiento que terminó en desmanes, saqueos durante un par de semanas, y pese al virtual arreglo salarial y refuerzo de la vigilancia, no impidió que disminuyeran al mínimo los pedidos de reposición de mercadería. Es su único capital.

Como resultado de ese fenómeno, las industrias y distribuidoras proveedoras a los canales de consumo masivo vieron mermar sensiblemente sus ventas respecto de lo esperado, y más aún en comparación con las de un año antes.

Porque la negación de la crisis energética, pese a los esfuerzos por disimularla con abultadas importaciones de gas y otros combustibles y cortes más allá de lo programado a las empresas industriales, para poder proveer a improvisadas incorporaciones de usinas térmicas para proveer de energía eléctrica a los hogares, no sólo afectó el ritmo fabril, sino también el consumo de las familias en varias ciudades, en este caso por temor a perder todo frente a una amplia ola de apagones, en particular en el ámbito de la ciudad y Provincia de Buenos Aires, como en Rosario y otras localidades del interior del país.

Porque el desmedido incentivo al consumo, ahora con la extensión de los asuetos en la administración pública, por la Fiesta Navideña y los festejos del fin de año (hay algo por festejar, más allá de quienes están convencidos de haber sido partícipes gozosos de la “década ganada”?), arrastrará a varios servicios y empresas grandes y medianas, con el consecuente impacto contractivo de la producción y la inversión, así como del flujo del comercio exterior.

Porque la fracasada pero ahora repetida política de minidevaluaciones diarias del peso, a un ritmo largamente superior a la tasa de interés, incentiva la demanda de divisas por parte de los importadores, turistas y empresas que logran autorizaciones para cancelar deuda externa y girar utilidades al resto del mundo, mientras que, por el contrario, desalienta las liquidaciones por parte de exportadores y turistas que visitan la Argentina. Sólo con fugaces políticas para atraer dólares las reservas del Banco Central lograron detener la hemorragia, pero no sirven para curar las heridas en ese plano.

Porque haber acelerado el ritmo de devaluación a más de 6% por mes, a una tasa equivalente a 108% al año, tuvo su impacto inmediato en la profundización de los aumentos sostenidos y generalizados de los precios de la economía.

Porque con semejante deterioro de los indicadores de consumo, inversión y producción, el aumento esperado de la recaudación tributaria en diciembre volverá a estar crecientemente por debajo del desempeño del gasto público, con lo que se potenciará el rojo de las cuentas públicas.

El 3 de enero, como promete el Jefe de Gabinete de Ministros, se presentarán las 200 metas de Gobierno para el próximo bienio, un período que hoy luce extremendamente lejano, sino no se acepta la necesidad de diseñar y anunciar un plan integral de contención de la inflación con medidas de fondo que ataque las verdaderas causas, en lugar de los probados y repetidamente fracasados, controles, acuerdos o precios administrados, porque sólo buscan ocultar las consecuencias. En ese escenario, diciembre no sólo será peor que noviembre, sino que estará condenado a ofrecer mejores indicadores a los que arroje el primer mes del nuevo año.