El techo del dólar libre lo fijan Economía y el Central

Las preguntas más repetidas que por estos días recibimos los economistas y periodistas del rubro son ¿hasta cuándo subirá el dólar libre? y ¿compro o vendo?  Las respuestas son muy simples: hasta que lo dispongan las autoridades del área, hoy Axel Kicillof y Juan Carlos Fábrega, en el primer caso; y compro, en el segundo, a hasta que no baje la inflación y las tasas de interés dejen de ser reales negativas en términos de inflación y de variación del tipo de cambio oficial.

No se trata de una visión ideológica y basada en complejos modelos econométricos de predicción, sino simplemente en mirar las estadísticas del Banco Central y dividir el nivel de la base monetaria por las reservas en divisas, en un escenario de déficit fiscal creciente. Ese ejercicio determinó en el promedio de los últimos tres años que el tipo de cambio libre, blue o paralelo, fue de apenas un dos por ciento más alto al de la relación de convertibilidad del peso por dólar, aunque con extremos de menos 15 y más 30 por ciento, según la proximidad a los puntos de giro de la política económica.

Si bien desde principios de 2002 la Argentina abandonó la Convertibilidad fija del uno a uno, el mercado siguió guiándose por ese principio, aunque con un tipo de cambio flotante con intervención del Banco Central, desde el momento en que el gobierno decidió terminar con la existencia de un Mercado Único y Libre de cambios, cuando inesperada y caprichosamente eligió imponer desde fines de 2011 el cepo cambiario, ampliar los controles de precios y ahora hasta quiere transformar a los empresarios en gerentes de un estado que se dice con capacidad de determinar que hay que producir, exportar, e importar (esto cada vez menos), cuánto debe o puede ganar y que cantidad de personas mantener ocupadas, en aras de garantizar el abastecimiento y la protección a los consumidores.

No es la primera vez que un gobernante busca encorsetar la economía, en defensa de un falso nacionalismo que sólo conduce al atraso y a la pérdida de calidad de vida de sus habitantes, pese a que esas políticas siempre terminaron mal.

Y tampoco es la primera vez que la inflación recrudece en un contexto de forzado proceso recesivo, al limitar las importaciones y también las exportaciones, y con ello debilitar la posición de reservas monetarias internacionales en el Banco Central hasta llegar al límite de virtualmente reducirlas a cero, porque moviliza las expectativas negativas y aumenta la presión sobre los costos.

Por eso los experimentados operadores financieros, cambiarios y de los mercados de capitales, sea por vivencias, sea por estudio de la historia de los últimos 70 años, saben que para conocer el techo del dólar no basta con mirar las tasas de interés que fija el Banco Central para sus instrumentos de regulación monetaria, sino fundamentalmente el desempeño de las cuentas fiscales y la capacidad de financiamiento genuino del exceso de gasto público por parte de la Tesorería.

El desbarajuste fiscal es el causal de las tensiones cambiarias
Es justamente el desmedido y creciente desequilibrio de las finanzas públicas y su necesidad de financiamiento con emisión espuria por parte del Banco Central, al que también se le quitan las reservas para pagar vencimientos de deuda pública, lo que ha provocado la escalada del tipo de cambio libre y con rezago del dólar oficial, así como también la aceleración de la inflación.

No haber comprendido esa secuencia y tener políticos amantes de las políticas de gasto expansivas, convencidos de que el mundo empresario está formado por hombres avaros que apuestan a ganar más vendiendo menos y que gozan con la pobreza de su pueblo, es lo que ha llevado a la Argentina a transitar períodos de muy alta inflación, uno de los cuales derivó en hiperinflación y repetición de escenarios largos de default, como el que se arrastra parcialmente desde fines de 2001 y que ahora amenaza otra vez en ampliarse y prolongarse.

Por tanto, mientras que la inflación no vuelva al cauce de la media mundial, esto es tienda sólidamente al rango de un dígito bajo, para lo cual es condición sine qua non exterminar el déficit fiscal hasta que se pueda recuperar el financiamiento externo e interno para obras de infraestructura de largo plazo y no gasto corriente, y que la recaudación de impuestos deje de oprimir la capacidad de consumo de la población y de inversión de las empresas, y posibilite al Tesoro adquirir las divisas para pagar los vencimientos de deuda en moneda extranjera, no podrá asistirse a una saludable apreciación del peso, y abandonar la larga historia de devaluación y dolarización de los portafolios de la sociedad en su conjunto.

Hasta que ese camino no comience a transitarse, la cotización del dólar libre no tendrá techo y su nivel no será determinado por el mercado, sino por las autoridades económicas que seguirán inyectando pesos, retirando dólares y desalentando los negocios de exportación e inversión, al trabar las importaciones de insumos y partes esenciales para el proceso productivo, y el giro de dividendo a las empresas de capital extranjero. Ese cuadro, junto al rechazo a cumplir un fallo judicial por un tribunal de los EEUU que eligió este gobierno y que fue ratificado en segunda y tercera instancia, escenarios de dólar libre rompiendo récord y reservas que ya retrocedieron a niveles de ocho años atrás seguirán repitiéndose.

La economía destruye 127 empleos por hora

Esa es la cantidad de personas que en el segundo trimestre de 2014 perdieron su puesto de trabajo cada sesenta minutos, más de dos cada 60 sesenta segundos, surge de la última Encuesta Permanente de Hogares del Indec.

Si al resultado del sondeo, sobre una muestra representativa de poblaciones que sumaban 26,55 millones de habitantes, se lo extrapola al total nacional de 42,46 millones de personas (hace más de cuatro años que el país superó el umbral de 40 millones de residentes), surge que en un año más de 546 mil personas dejaron de buscar un empleo y otras 555 mil perdieron literalmente su puesto de trabajo.

En ambos casos, la mitad ocurrió en el período abril a junio, antes de que se incurriera en mora con parte de los bonistas reestructurados en los canjes de deuda en default en 2005 y 2010, y que ahora literalmente se incurrió en cesación de pagos, porque depositar en la Argentina no es sinónimo de pagar en Nueva York, como fijó las condiciones para un par de títulos.

En promedio, los 554.800 puestos de trabajo perdidos o cesanteados en los últimos doce meses, sin considerar los afectados por suspensiones parciales con pago acotado de salarios, fueron equivalentes a:

46.237 despidos por mes;
1.541 por día;
64 por hora;
1 por minuto.

Los números fueron más dramáticos en lo correspondiente al segundo trimestre respecto de los tres meses previos, 273.700 personas debieron quedarse en sus casas por haber perdido el empleo, no sólo porque proporcionalmente la cantidad de afectados fue singularmente más significativa, sino porque sucedió en un período estacionalmente aumenta la capacidad de generación de riqueza, la producción y el comercio, y además ese cuadro se dio antes de que empeorara el escenario financiero, porque el Gobierno decidió vivir con lo nuestro y prescindir del mundo. Representaron:

91.230 despidos cada 30 días;
3.041 en un día;
127 por hora;
2 por minuto.

La cuenta es muy simple. El organismo de estadística, siguiendo criterios internacionales, mide la tasa de participación de la población en el mercado de trabajo, como la tasa de empleo, en proporción a la cantidad total de habitantes de un distrito, aglomerado, o conjunto de aglomerados urbanos, que en el caso del Indec abarca a 31 que representan a poco más del 60% de los residentes en toda la nación. En ambos casos, el último relevamiento dio cuenta de una disminución de 1,7 puntos porcentuales respecto de un año atrás y de 0,2 y 0,4 puntos porcentuales, en cada caso, en comparación con los tres meses precedentes.

Como la población crece en términos vegetativos, si bien la tasa de destrucción de empleos en el trimestre fue proporcionalmente similar a la verificada en los pasados doce meses, el efecto en cantidad de personas involucradas es creciente.

El escenario que viene
Si en medio de expectativas positivas que tenían los mercados financieros hasta junio de una solución al litigio de la deuda con los holdouts, con un límite de definición a partir de enero de 2015 cuando supuestamente expira la cláusula RUFO, la economía destruyó más de 270 mil empleos netos (algo más en el sector privado, porque en el ámbito del sector público siguió ampliándose la nómina) en sólo un trimestre, la pregunta que comienzan a plantearse los economistas a la hora de hacer sus proyecciones para el resto del año es cuántos más empleos se destruirán, a partir de la decisión de ingresar en un default prolongado.

No se trata de hacer una regla de tres simple, sino de algo más profundo, porque en primer lugar la economía es una ciencia social que se preocupa por el comportamiento de las personas, jurídicas, pero principalmente físicas que son las que le dan sustento a las empresas y a los gobiernos. Y en segundo lugar porque lo que amerita evaluar es ¿quién va a estar dispuesto en el resto del mundo a financiar el comercio de importación de bienes y servicios esenciales que se requiere para el proceso productivo, como al exportador que necesita ese recurso, si a la hora de pretender cobrar su crédito el deudor le exige que debe venir a su establecimiento en Buenos Aires?.

Ante esa perspectiva, puede sonar como música grata para los oídos de los hombres de la Bolsa que la Presidente les diga, como ocurrió en el acto de celebración de los 160 años de la entidad, que “con el proyecto de ley de cambio de jurisdicción para el pago de los bonos reestructurados, de Nueva York a Buenos Aires, se potenciará el mercado de capitales”.

Se sabe que fue sólo un mensaje de oportunidad, carente de sustento, dado el virtualmente inexistente mercado de capitales local (apenas cotizan regularmente unas 70 u 80 empresas, de las cuales menos de 10% concentran el 80% del mercado, con menos del equivalente a 10 millones de dólares por día) y un sistema financiero acotado, porque muchos ahorristas se resisten a confiar sus excedentes a tasas de interés que no compensan la inflación y mucho menos el riesgo de una devaluación del peso, como se dispuso en enero último.

El default de fines de 2001, principios de 2002, provocó que la proporción de depósitos sobre el PBI cayera a menos de la mitad, hoy, más de doce años después, se mantienen varios puntos por debajo de aquellos índices, los cuales eran bajos en una comparación internacional. Ahora, con una nueva cesación de pagos, aunque parcial, inicialmente, cuánto más volverá a caer la monetización de la economía y con ello la capacidad de financiamiento de la actividad productiva y comercial. Eso tendrá consecuencias negativas sobre el empleo, ya lo detectó el Indec, pese a que la Presidente lo mencionó superficialmente ayer en la Bolsa.