El mercado de cambios está lejos de operar con normalidad

Este octubre va camino a equiparar el drenaje de reservas del Banco Central que tuvo lugar dos años antes, aunque en contextos claramente diferentes.

En 2011 no había cepo cambiario al turismo y al ahorro, ni prohibiciones para pactar operaciones inmobiliarias, ni autorizaciones discrecionales para importar, no sólo bienes de consumo, sino también de inversión e insumos claves para la producción, muchos de los cuales luego se exportan con valor agregado. Así se fueron u$s1.383 millones, pese al superávit de la balanza comercial de u$s1.161 millones. De ahí surge una pérdida bruta de más de u$s2.500 millones, en un solo mes.

Ahora, con todo tipo de restricciones a las ventas de cambio y prohibiciones varias se asiste a una pérdida neta de más de u$s1.300 millones y bruta cercana a u$s2.000 millones.

En el año intermedio, octubre 2012, la disminución neta había sido de sólo u$s166 M y la bruta de poco más de u$s730 millones, en tanto en el quinquenio 2006 a 2010 la acumulación o pérdida de divisas de las arcas de la autoridad monetaria fue mucho más acotada en el décimo mes del año.

De ahí surge con claridad que el sector externo de la economía argentina ha perdido vitalidad y, por tanto, está muy lejos de poder calificarse de “absoluta normalidad” al mercado de cambios como sostuvo la presidente del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, el último domingo en el búnker del Frente para la Victoria, pese a que conviven infinidad de tipos de cambios: para los exportadores del agro, la industria, la minería, para importadores, turistas, operaciones inmobiliarias y financieras.

Sangría que acusa una política monetaria pasiva
Lo que ha sucedido este mes, en el que volvió a abrirse la brecha entre las cotizaciones del tipo de cambio oficial y el libre del dólar a más de 70%, no respondió ni a factores estacionales, ni a acciones de mercado desestabilizadoras, sino que parece explicarse casi en forma excluyente por el descuido de la competitividad externa y también de la solvencia fiscal, junto a la deliberada apreciación del peso para las operaciones comerciales y el turismo.

El primer punto puede comprobarse en la pérdida de vitalidad de las exportaciones tradicionales, como la carne, lácteos, productos de economías regionales, y más aún de nuevos productos, por la sostenida disminución de la competitividad que provocó una paridad cambiaria que se resistió a acompañar al menos a la tasa de inflación real. Para peor, apareció la crisis energética. Todos esos factores derivaron en que de un superávit comercial que había promediado u$s1.000 millones en los seis octubre desde 2006 a 2011, cayera a un rango de u$s600 millones ahora.

El segundo es el uso y abuso del financiamiento del gasto corriente por parte del Banco Central y de la Anses.

Ese cuadro determinó en los primeros diez meses de este año la pérdida de u$s9.750 millones de reservas en términos netos, pero en valores brutos se amplió a u$s17.500 millones, luego de computar el excedente de la balanza comercial, a un ritmo mensual de u$s1.800 millones, como promediará finalmente este octubre. Representa una leve aceleración respecto de los poco más de u$s1.500 millones por mes que la autoridad monetaria vio esfumarse desde sus arcas desde el récord de u$s52.654 millones que había acumulado al 26 de enero de 2011 hasta hoy.

Más de lo mismo
Las primeras acciones de política económica tras la confirmación el último domingo de pérdida de respaldo del electorado al oficialismo nacional fue de afirmación de la política económica, cambiaria, regulatoria, y por tanto se muestra poco proclive a introducir cambios, en particular en lo referente a los incentivos genuinos para la generación de divisas, tanto por el lado comercial, como también financiero y de la inversión extranjera directa, como para evitar la fuga, a través de un premio para el ahorro en moneda nacional, la baja drástica de la inflación y recuperación del superávit fiscal, para que no se pierdan reservas para cubrir el bache financiero de las finanzas públicas.

Tampoco se plantea la posibilidad de honrar el rol voluntario de ser socio del Fondo Monetario Internacional, al impedir que las autoridades del organismo accedan a auditar las cuentas públicas, como hacen con todos los países miembros. Eso no significa someterse a exigencias de políticas, sino a simples recomendaciones, como reciben todos los socios.

De ese modo, se impide levantar la barrera para negociar con los países del Club de París la salida del default y con ello poder retornar el Gobierno, pero también las empresas nacionales, el acceso al financiamiento internacional, no ya de déficits fiscales o de balanza de pagos, sino de obras de infraestructura e inversión productiva privada, en un escenario de elevada liquidez internacional.

Mientras persista ese cuadro, el mercado de cambios seguirá dominado por las tensiones que genera la pérdida de reservas y el aumento de la brecha cambiaria entre el tipo oficial y libre, con el consecuente desvío de divisas a través de prácticas de subfacturación de exportaciones y sobrefacturación de importaciones, propias de los setentas y ochentas, cuando, como ahora, el mercado de cambios distaba mucho de operar con normalidad, como sostiene la autoridad monetaria.