El daño ya está hecho

La sorpresiva interrupción de la venta de divisas a los importadores que hizo el Banco Central en tres de los primeros cinco días hábiles de febrero agregó una nueva mancha a la política gubernamental argentina, y profundizó el descrédito para operar con el país, salvo muy pocos sectores privilegiados, como las importaciones energéticas, de partes y trenes chinos y productores fueguinos.

Ya desde hace un año se advirtió que entre las prioridades del Gobierno está la de poner límite a una tasa de inflación que a meses de terminar 2014 se había disparado hasta el 40% al año y prenunciaba un camino al cielo, al mejor estilo de los ochenta.

Para lograr ese objetivo, que por ahora parece tender a lograrse, apeló a la vieja y fracasada receta de anclar el tipo de cambio, oficial y libre, con nuevo desenganche de la economía internacional, donde las monedas de los principales socios comerciales se deprecian aceleradamente respecto del dólar en una búsqueda desesperada de no perder competitividad. Además, alentó la demanda de dólar ahorro a costa de negarle divisas a la producción e inversión del sector privado no energético ni fueguino, en la convicción de que de ese modo lubricaría el mercado libre de divisas.

Con esos movimientos, junto a la contabilidad creativa que significa contabilizar como reservas un canje de monedas con China, el Gobierno logró atenuar el drenaje de divisas del Banco Central, pero al costo de intensificar la recesión y alimentar la desconfianza en el resto del mundo.

La virtual salida del radar internacional, por el empecinamiento de extender el default con los bonistas que no aceptaron las condiciones de canje de la deuda pública declarada en cesación de pagos a fines de 2001 y haber caído en default técnico con bonistas (holdin) que residen en el exterior, explica que el fenómeno no se manifieste en la suba del indicador de Riesgo País que elabora el banco JP Morgan.

Pero aunque ahora se prometió regularizar la situación no se podrá evitar el señalado efecto del mayor descrédito generado en el segmento comercial, porque muchos proveedores de la Argentina, no vinculados societariamente con empresas radicadas en el país, han experimentado la posibilidad de incumplimientos de condiciones de pago por parte de sus clientes, y por tanto pondrán mayores exigencias, al recorte de plazos que habían dispuesto desde que rige el cepo cambiario.

Ahora resulta que ahorrar en dólares está bueno

Y pese a que en el último año se destruyeron casi 500 mil empleos, en forma generalizada y extendida en la geografía nacional, según las devaluadas estadísticas oficiales, parece no inquietar a las autoridades económicas avanzar en la dirección que conduce a agravar ese proceso. Más aún, porque en el “déjà vu” al que nos tiene acostumbrado el equipo económico se agregó ahora la decisión del Banco Central de intentar alentar el ahorro en dólares, a tasas de 2,45 a 3,20% anual, en un renovada búsqueda de opciones para apuntalar las debilitadas reservas en divisas, pese a que hasta hace poco criticaba con dureza a quien elegía al dólar como refugio de valor, en lugar del peso.

Se sabe que los 31.300 millones de dólares en términos brutos se reducen a cero cuando se le restan todos los factores que en rigor constituyen pasivos de la autoridad monetaria, como la parte de los depósitos en dólares del sector privado que no son devueltos al sistema a través de préstamos a exportadores; la deuda con los proveedores de los importadores; el swap de monedas con China; los dólares del default selectivo con los bonistas que aceptaron los canjes pero no pueden cobrar por estar radicados en el exterior y se resisten a abrir cuentas en la Argentina; además de créditos del Banco de Francia, entre otros.

Con ese cuadro y pese a la recesión que afecta a gran parte de la industria nacional y fundamentalmente a las economías regionales, a las cuales se les niega la quita de retenciones y por el contrario se las castiga con la deliberada apreciación del peso, para no hablar del siempre ponderado atraso cambiario como herramienta siempre fallida de ancla de la inflación y reaseguro de perjuicio a los sectores exportadores, el aumento de los precios al consumidor volvió a la senda del dos por ciento en enero y se perfila también alto para febrero y marzo.

De este modo, se avanza sin pausa y con prisa a extender los daños que sufre la economía desde que se impuso el cepo cambiario desde octubre de 2011 con medidas que ahora buscan alentar el ahorro en divisas para poder dar curso a los pagos atrasados con los importadores sin perder reservas, en la esperanza de que una vez más “la avaricia de los inversores supere al miedo”, pese a la aún fresca memoria de la crisis del 2001, cuando debutó el corralito financiero.

No obstante, los asesores de la Presidente le hicieron creer que “la Argentina avanza en el proceso de reindustrialización se que se inició en 2004″, luego de anunciar inversiones minúsculas por 200 millones de pesos, apenas poco más de lo que sorteó anoche el juego del LOTO, esto es menos de 20 millones de dólares, ignorando no sólo que el Banco Central había informado que en todo 2014 la inversión extranjera directa no alcanzó a u$s2.000 millones, esto es menos de 0,5% del PBI, sino también los datos del Indec que dieron cuenta de que la participación del sector industrial en el PBI que era de 20% en 2004, se elevó a 20,8% en 2011, y desde entonces, por efecto del cepo cambiario, declinó a menos de 19,7%. En los ’90, aplicando la metodología de cálculo actual del Indec, el conjunto de las manufacturas generaba más de 20,5% del PBI.

La inflación la generan todos

En el último anuncio de seis medidas asistenciales para los sectores de menores ingresos de la población la Presidente encomendó a los empresarios a que no aumenten los precios en respuesta al incentivo al consumo que generará poner en millones de argentinos unos 1.400 millones de pesos por mes, durante un año.

Dijo Cristina Kirchner: “Y hablando de los precios, es necesario comenzar a hablar claramente porque parece ser que, cuando se habla de los precios, los aumentara Moreno o los aumentara Cristina Fernández de Kirchner. Y mis queridos amigos y compañeros y los que no son compañeros, empresarios, comerciantes pequeños, medianos, chicos, regulares, los que ponen los precios son ustedes. Entonces, creo que vamos a tener que hacer un esfuerzo. Y también, como son ustedes muchas de los anunciantes más importantes que tienen los medios de comunicación, sean escritos, orales, televisivos, terminan hablando del Gobierno de los precios y no terminan hablando de ustedes”.

Es obvio que los empresarios aumentan los precios de sus productos y servicios, sea porque estacionalmente se contrae la oferta, en el caso de los productos del campo, sea porque se reactiva la demanda, como el turismo, sea porque se alienta la suba de los costos, con más impuestos, con alza de salarios e incremento de los costos de importación de insumos con más burocracia, etcétera.

Pero también es un precio el salario de la economía, el cual se determina en convenciones paritarias, pero con clara orientación del Ministerio de Trabajo del porcentaje a consensuar, un porcentaje que luego se propaga por el resto de la economía.

Así como es un precio el tipo de cambio de la moneda nacional por una extranjera que determina arbitrariamente el Banco Central, con una variación diaria o semanal según sea el criterio apreciar o depreciar el peso.

Por supuesto que el precio del dinero es la tasa de interés, la cual regula el Banco Central a través de sus licitaciones de letras (operaciones de mercado abierto) o de la determinación del dinero que deben mantener las entidades autorizadas indisponible en sus tesoros para atender los requerimientos del público (encajes). Y muchas veces acude al auxilio del Banco Nación para que intervenga en el mercado prestando o pidiendo cancelación de créditos a las entidades privadas (call money).

Y también contribuye a la suba de los precios al consumidor la política impositiva de la Nación, las provincias y los municipios, cuando alienta el aumento de los impuestos y tasas.

Sin embargo, parece más simple cargar todas las culpas de la alta tasa de inflación “al empresario monopolista y oligopolista”, es decir concentradores de la oferta de bienes para vender a una demanda atomizada (más de 40 millones de habitantes), como sostienen los principales referentes del Gobierno, porque aún no aprendieron que en una economía abierta al mundo se puede también atomizar la oferta si se deja espacio a la competencia sana de las importaciones (sin dumping social y precios de liquidación).

Dinero espúreo
Junto a todo lo anterior se agrega el efecto del desborde del gasto público, en todos los órdenes: nacional, provincial y municipal, por sobre la capacidad de financiamiento con los recursos de la recaudación tributaria, tasas y tarifas, porque en forma directa e indirecta requieren del auxilio de la emisión de dinero por parte del Banco Central.

Y no se trata de ser un ultraortodoxo monetarista que indica que la tasa de expansión de la cantidad de dinero en poder del público es la principal responsable del nivel del alza promedio de los precios de la economía, porque hay que agregar un componente no menor: la confianza de las familias y consecuente deseo de acrecentar o disminuir los saldos monetarios reales (cantidad de dinero respecto del PBI).

Es que en modo simple, la cantidad de dinero debe ser equivalente a la totalidad de bienes que se producen por su precio promedio. Por tanto, si sube el PBI, se requerirá más cantidad de dinero para comprarlo. En ese escenario, más dinero no es sinónimo de más inflación.

El problema aparece cuando por políticas y acciones que enturbian el ciclo de los negocios se fomenta la creación de dinero para financiar un desmedido aumento del gasto público y entonces en lugar de elevarse proporcionalmente la cantidad de bienes se incentiva el alza de los diferentes precios de la economía. De ahí surge el denominado impuesto inflacionario, cuyo principal responsable es la Administración Pública. Y éste no es un punto menor, no sólo por las distorsiones que genera, sino porque además de ser regresivo -afecta más a los que menos tienen-, no es coparticipable con las provincias y los municipios, como gran parte del resto de los impuestos, excluidos los vinculados con el comercio exterior y la caja de jubilaciones.

Cuando esos movimientos se tornan sostenidos y generalizados, es decir abarca a todos los sectores: gobierno, empresas y familias, se cae en un escenario inflacionario en el que todos tienen una cuota de responsabilidad. Incluso, la Presidente y sus ministros y secretarios, porque son los que fomentan una política centrada en impulsar el consumo, sin un paralelo incentivo a la producción, la inversión y el comercio exterior.

Alta capacidad ociosa
Los últimos datos del Indec sobre el uso de la capacidad productiva en la industria, correspondiente a abril, dieron cuenta de que en el promedio general se observa un grado de inutilización de las plantas fabriles de poco más de 24%. Es decir que casi un cuarto del potencial de producción se encuentra parado.

Las razones de ese fenómeno -que lejos de atenuarse se ha acentuado, se elevó en tres puntos porcentuales- son el exceso de regulaciones y limitaciones al proceso productivo, como las que impiden la fluidez de las importaciones de insumos básicos, pese a que no se producen en el país; las limitaciones para exportar que impuso una deliberada política de alta inflación y apreciación del peso (sólo atenuada en los últimos meses), porque deriva en alza de los costos en dólares y saca de mercado a la producción nacional y también los desaciertos en la política externa que han llevado a trabar las ventas aun a socios del Mercosur.

La inflación nunca podrá bajar por decreto o por un Estado gendarme a niveles tolerables, menos de 5% anual, sino cuando las políticas monetaria y fiscal y de ingresos estén orientadas hacia ese objetivo, lo cual no implica abandonar las acciones asistenciales para los más necesitados y las regulaciones de los mercados, sino de llevarlas a cabo sin conflictos entre los objetivos y los instrumentos que se elijan.