Santiago Kovadloff terminó un reciente reportaje que se le hacía con esta frase: “Insistir, insistir, insistir, para que las palabras no se conviertan en basura”.
La frase excede el marco del asesinato del fiscal Nisman. Es un ataque no sólo al corazón del kirchnerismo, sino también a cualquier demagogia, a toda clase de deformación del pensamiento via la propaganda en cualquiera de sus formas.
En última instancia, es un ataque a la mentira, la manipulación, la perversidad y la dialéctica enfermiza, sea individual o colectiva.
La palabra es el símbolo mismo de la condición humana. Es lo que diferencia al ser humano de las demás especies. Es la base de la civilización, de la sociedad, de la inteligencia.
El peso de la palabra ha sido por siglos la base de las sociedades, de la justicia, del comercio, del progreso y del derecho de los pueblos. Las religiones, las leyes, la educación, la cultura se basan en ella. Y por supuesto, también las revoluciones, las protestas, las críticas, la libertad misma.
La palabra del filósofo es formadora de esperanza, de comprensión, de respeto por la existencia propia y del otro.
La palabra del periodista es defensora de derechos, de disensos y de libertades.
La palabra de la justicia es la red de contención de toda sociedad.
En términos personales, la palabra es esencial. Un “te amo” tiene, o debiera tener, la fuerza del más solemne de los contratos.
El populismo, la demagogia, la política entendida como la toma y conservación del poder por el poder mismo, necesitan destruir el peso y el significado de la palabra, porque ella puede contener la verdad y la libertad.
Para esas deformaciones, es imprescindible alterar todos los significados, para poder crear esa irrealidad que se puede denominar el relato, el modelo, o de cualquier otro modo, pero que jamás es la verdad.
El kirchnerismo, muy en especial Cristina Fernández, se burla de la palabra, la deforma, la manipula, la devalúa y la trastroca hasta el autoengaño. La convierte en hipnosis, en apenas un truco, un espejismo, una autoreferencia, un insulto, un espejo en el que lo que se refleja no se parece en nada a la realidad.
Atacar y despreciar el valor de la palabra es despreciar la condición humana. Por eso Kovadloff estalla en sollozos. Se siente agraviado y bastardeado como persona.
La palabra es la persona. Insistamos inclaudicablemente en defender su valor, como el maestro Santiago. Lloremos sin dejar de luchar.