Si hiciéramos una encuesta en cualquier país y preguntáramos si se quiere una educación inclusiva, el cien por ciento contestaría que sí.
Si pesquisáramos si se quiere una educación de excelencia, el cien por ciento contestaría que sí.
Previsible, ya que nadie quiere vivir en una sociedad llena de excluídos y subeducados.
Sin embargo, esos objetivos prueban ser incompatibles en todo el mundo. Tomemos el caso de Estados Unidos, con abundancia de recursos técnicos, financieros, intelectuales y políticos para lograr ambas metas. El resultado en los niveles primario y secundario es pésimo.
Se han escrito cientos de libros, se aplican decenas de criterios y el dilema no se resuelve. La población negra desde antes, y la latina ahora, no alcanzan a equipararse a la población anglosajona o a los asiáticos. Pero tampoco se ha logrado la excelencia ni por asomo.
En cambio, las escuelas parecen cada día más un reformatorio, un dispensario, un comedor, lo que fuere, menos escuelas.
Muchas hacen trampa para que sus alumnos logren aprobar los exámenes del tipo PISA. Otras, usan recursos disuasivos para no admitir o expeler a los alumnos que adivinan que estarán bajo la media. El producto final es desastroso.
Nuestro drama educativo no nos es privativo, es prácticamente global. La disyuntiva de que en un aula con un solo maestro y 30 chicos se puedan integrar alumnos avanzados con alumnos que requieren ¨inclusión¨ no está siendo resuelta y el efecto es malo para unos y otros.
Tengo una propuesta. Pero requiere de un ejercicio previo para poder aplicarla: cambiar completamente el modo en que los padres (no el estado o los educadores) conciben y evalúan la educación de sus hijos.
La inclusión no consiste en mandar a chicos con desventajas nutricional, social, familiar, de intelecto y de entrenamiento a las mismas aulas y hasta a las mismas escuelas que aquellos naturalmente aplicados e integrados. Hacerlo es una frustración para todos, tanto para el educando como para sus padres y maestros.
Imaginemos un esquema completamente distinto. Un tipo de escuela preparada especialmente para reinsertar y educar a los alumnos con dificultades de integración, de aprendizaje, de formación previa, con desatención familiar, con síndrome de exclusión de cualquier tipo y los repitentes, con propensión a la deserción y con conocimientos por debajo de la media de acuerdo a su edad.
Esa escuela tiene una dotación de maestros especializados con una remuneración mayor a la de cualquier otro docente, al igual que el cuerpo de psicólogos, pedagogos y asistentes sociales que la compongan.
Los mejores profesionales a cargo de la inclusión. Además, la escuela es juzgada y premiada anualmente por la cantidad de alumnos que logra reinsertar en las escuelas tradicionales.
Las previas en el secundario deberán desaparecer. Un alumno que no aprobase en los exámenes regulares debería pasar a la escuela de reintegración. Un alumno que repitiese lo mismo.
Ese esquema aseguraría que en la escuela tradicional los alumnos tuviesen una formación y ritmo acorde a su capacidad de estudio, dedicación, trabajo y comprensión, con lo que se aumenta automáticamente el nivel de excelencia.
La escuela de reintegración se encargaría de manejar todas las situaciones de repitencia o atrasos. Una vez por año, con un sistema de exámenes y promedios, se determina qué alumnos están en condiciones de pasar a la escuela tradicional.
Por supuesto que los alumnos de la escuela tradicional se cuidarán de no llevarse previas ni de repetir, una costumbre lamentable y que pagan los que sí van a aprender.
También se elevaría el nivel de excelencia de la escuela tradicional, tanto por la posibilidad de mayor dedicación de los maestros como por el ritmo que permitirá este sistema.
En cuanto a la escuela de recuperación, permitirá que los alumnos con cualquiera de los problemas descriptos tengan una chance seria de recuperación, con el enorme estímulo de reinserción que tendrá el mecanismo.
Tengo claras las críticas. La primera será la protesta de los padres por la seudo discriminación a sus hijos. La apareo con la protesta de los padres de los otros alumnos que no repiten, que ven cómo sus hijos sufren una discriminación inversa por la rémora de los repitentes y previohabientes. Discriminación es condenar a un chico a la deserción, o aprobarlo sin sabe nada.
La segunda crítica es que al separarlos no se les da oportunidad de tener el mismo nivel que sus ex compañeros. El nivel no sube por ósmosis, ni por roce físico. Un chico que aprueba todas sus materias, que no falta, que no tiene problemas de disciplina, que goza aprendiendo, no se parece a un chico que falta medio año, prepotea al maestro, se lleva dos previas o repite.
Al contrario, éste último tiene más chance de rescatarse con el sistema propuesto. Porque el paso siguiente de los padres del chico problema es pedir que a su hijo lo aprueben, o que se baje la vara, o que le permitan una cuarta o quinta previa. Los padres de los malos alumnos son parte esencial de la mala performance de su hijo.
Justamente la manera de no incluir a un chico es dejarlo frustrarse en una escuela en la que fracasará por sistema y se sentirá más relegado y sin sentido de pertenencia.
Es cierto que habrá muchos chicos que no retornarán o no llegarán nunca a una escuela tradicional. Eso es inherente a la excelencia. Pero ese chico, aún así, tendrá garantizada una calidad educativa promedio mucho mejor que la que conseguiria con repitencia o deserción en el sistema actual, que sólo lo engaña.
Primaria y secundaria tradicionales garantizarían los principios de calidad que son imprescindibles. El modelo actual, donde los egresados de quinto año no entienden lo que leen, es socialmente suicida.
Creer que aumentar los presupuestos aún más es la solución es de una ignorancia digna de los egresados actuales.
Por supuesto, este método agrega el exámen para evaluar quién va a una escuela u otra. Sí. Una sociedad sin evaluación tiende no sólo a la mediocridad, sino a la extinción. Y los chicos deben prepararse para ser evaluados por la vida.
La idea casa con el mecanismo de vouchers, y es necesariamente complementaria. (Volveré sobre este tema) Tal combinación es, en mi opinión, la mejor manera de lograr la inclusión masiva que necesitamos y que necesitaremos cada vez más.
Por favor, no me pregunte dónde más se aplica. Por una vez tengamos el coraje de innovar. O por lo menos de pensar en innovar.
Si usted cree que esto es segregación o estigmatización, eso es lo que hacemos hoy al estafar a los chicos sin oportunidades haciéndoles creer que lo que llamamos educación les sirve para algo.