Nos hemos acostumbrado a ver la ludoexplotación como un negocio raro más, corrupto y poderoso, imbricado en la matriz de financiación de los políticos, sin distinción de banderías. La alevosa omnipresencia de Cristóbal López nos hizo canalizar la crítica en torno a sus privilegios y no a la actividad en sí. Es hora de profundizar.
Es momento de entender la múltiple amenaza que significa el imperio del juego para la sociedad: como droga que debilita el cuerpo social y lo entrega manso a su descomposición; como factor principal de corrupción de la política y de las instituciones; como tercero en discordia en la sorda lucha entre el Estado y el narco por el poder sobre las conductas.
Para eludir la inteligente trampa urdida de autodenominarse industria del juego, uso el término ‘ludoexplotación’, que describe mucho mejor las prácticas y las consecuencias del comercio del juego de apuestas en todas sus formas: casinos, tragamonedas, bingos, loterías, quinielas, Prode, raspadita, apuestas deportivas, quiniela instantánea y cualquier otra variante a inventarse.
También en internet, donde disputa el primer lugar de facturación con los sitios porno y de citas. En otra hábil treta, en la que se utiliza a comunicadores debidamente interesados, se procura mimetizar esta explotación con el entretenimiento, los jueguitos en línea o las aplicaciones, un intento más de disfrazar la naturaleza del gambling, como se denomina más precisamente en inglés. Continuar leyendo